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No te estoy mirando, no.
Mis ojos no te buscan, mis pensamientos no te siguen
Mi corazón muerto no se agita,
No hay ansias, curiosidad, ni emoción

—Puntual —aprobó Robert Blackwell con su usual voz grave mirando a Alice de arriba abajo cuando, a la mañana siguiente, se presentó en las oficinas—. Eso me gusta—. Le dio la espalda y ella lo siguió al interior de su oficina. En el escritorio había libretas, papeles, carpetas, y muchas cosas en desorden. Él se las señaló con una mano—. Ayúdame a poner esto en orden. Mi agenda es un caos, y los archivos digitales están perdidos en los mil recovecos de la que será tu computadora. No te espera un trabajo fácil...

—Me permite preguntarle... —lo interrumpió ella, y Robert la miró en silencio—. ¿Por qué me contrató a mí? —él sacudió su cabeza.

—Porque sí.

—Eso no es una razón.

—Y no estoy acostumbrado a dar razones. Siempre soy yo el que hace las preguntas—. Él se detuvo, y frunció el ceño mirándole de cerca el rostro. Alice tuvo que dar un paso atrás—. Te aplicaste maquillaje.

— ¿Eso le molesta?

—Ayer no traías.

— ¿Odia el maquillaje? ¿Es por eso que me contrató? —él entrecerró sus ojos, ella había cambiado su tono de voz.

— ¿Eres así de preguntona? Ayer estabas muy callada.

—Ayer, ayer —comprendió ella—. ¿Me contrató porque le parecí una persona sumisa?

— ¿Qué rayos?

—No soy sumisa, no soy callada. ¿Me odia ahora? —él la miró sorprendido. Nunca le habían hablado así, aparte de Jennifer, claro; y jamás esperó que su empleada, alguien que debía estar portándose tímida en su primer día de trabajo, fuera la que lo increpara de esta manera.

— ¿Quieres que te despida nomás haber empezado?

— ¿Lo hará? —él dio unos pasos atrás y respiró profundo. La miró fijamente por largo rato. ¿Qué había pasado? ¿Quién era esta mujer?

Joder, ¿por qué no podía haber una que fuera sincera? Ayer se había mostrado de una manera, y hoy era todo lo contrario. Se había comportado así sólo para conseguir el trabajo, y ahora que lo tenía, sacaba las garras.

No podía echarla, se recordó. Tendría que soportar un año con esta engañosa mujer.

Diablos, iba a ser un año horrible.

—No odio el maquillaje, no particularmente. Y no te odio a ti —se cruzó de brazos con el ceño fruncido—. Sólo espero una... sana relación de jefe y empleada. Yo doy las órdenes y tú las obedeces. Nada más. ¿Por qué sonríes? —preguntó, exasperado.

—No he sonreído, señor.

—Sí, sí. Sonreíste. Te burlas de mí.

—Ni en mil años, señor.

—Eres sarcástica.

— ¿Odia el sarcasmo, señor?

—Esto empezó muy mal —dijo él dando la espalda y rascándose la cabeza.

Alice lo miró atentamente entonces. Qué alto era. Ella con su metro setenta y cuatro, todavía parecía una enana ante él.

Y tenía que reconocer que su rostro era hermoso. Casi lo cubría todo la barba o su cabello, pero sus ojos eran preciosos, azules, y las cejas enmarcaban muy bien sus facciones.

Un ogro en rehabilitaciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora