La cita olvidada

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Tocan a la puerta.

Nicomedes que se encontraba ya en cama. Dormido. Luego de haberle costado tanto conseguirlo se ve en la imperiosa necesidad de levantánse de la cama. Está muy indignado y no es para menos, a su edad le cuesta un mundo conciliar el sueño. Asì que coge sus lentes de la mesita de noche y puede darse cuenta que el reloj despertador muestra que ya es pasada la medianoche. Para ser más preciso son la doces y quince ante meridiem.

—¡¿Quién carajos será a estas horas?! —murmura ya de mal humor y con los demonios saliendo de su boca en forma de palabrotas—. ¡Malditos bribones que desconsideración para mis canas y mis cansados huesos.

Vuelven a oirse los tum tum en la puerta, esta vez con mayor insistencia.

Esto termina de sobresaltar los nervios del anciano que con dificultad ya se ha puesto de pie.
Sin apuro baja los escalones paso a paso de aquella vieja casa, su terruño desde hace más de ochenta y cinco años.  Donde ha acumulados todas sus vivencias y donde ahora vive en compañía de sus recuerdos en solitario. En ese instante se vuelven a oír golpes en la puerta, pero esta vez los toques son mas fuertes, repetitivos, casi que desesperados.

—¡¿Quien coño es?! —grita a media máquina, sus pulmones son débiles como para hacer un gran esfuerzo alzando la voz sin correr el riesgo de sufrir un paro respiratorio —. ¡Bendito sea el creador tengan paciencia que mis huesos están frágiles y no puedo apurar el paso. No dejan a este viejo dormir.

Los golpes no cesan.

Ya han pasado unos diez minutos y Nicomedes al fin llega a la entrada principal. Abre la enorme puerta de madera. Sin embargo...  Nada, no hay nadie en la entrada. Una brisa helada lo cubre con un manto de frialda y entumece su anciana humanidad.

—¡Demonios! Esto es increíble  —gruñe, se cruza de brazo para abrigarse, sin embargo no parece estar sorprendido de la ausencia en la entrada.

—¡Maldición! —dice para sí mismo como si hubiese recordado algo—.  Ya casi lo había olvidado. Hace tanto tiempo de la última vez... Creí que ya era un caso perdido.

Antes de cerrar la puerta, una sombra logra colarse al interior de la casa. El tenebroso visitante se ha posado en el sillón del salón. Nicomedes se dirige hasta él. Extrañamente no tiene miedo; al contrario toma asiento colocándose frente a él. Se encuentra tranquilo, su cara se ha tornado serena como quien está en paz consigo mismo.

La sombra ya ha tomado la apariencia de un hombre alto de porte elegante y a la vez siniestro, pero todavía con el rostro imperceptible a la vista del anciano. Con voz ronca de ultratumba le dice:

—¡Nicomedes, viejo amigo cuánto tiempo! —el tono grave de su voz se oye de manera cordial, aunque no deja de ser atemorizante. en tanto que el anciano estático en el sillón lo observa impávido—. Sospecho que no me esperadas, ¿cierto? lo que quieres decir mi estimado que olvidaste nuestra cita.

El anciano suspira. Cree que no vale la pena las excusas. Lo observa con detenimiento y aclara:

—No la he olvidado, solo que mi memoria en ocasiones me falla. Si puedes notar ya no soy tan joven. —La sombra se mueve, ya su apariencia es más visible a pesar de la penumbra. Nicomedes habla de nuevo con mayor énfasis en sus palabras queriendo ya terminar con aquella visita nocturna—. Entonces... Señor de la muerte, ¿qué esperas para cumplir con tu misión? Te apareces sin avisar, ademas de ponerte cómodo en mí sillón sin mi permiso. Ya no le des largas a este encuentro y terminemos de una vez.

—¿Porqué el enojo viejo zorro? —dice la muerte con serenidad—. Acaso... ¿Te he hecho algo malo?

El anciano trata de pararse, pero no puede. Se siente ansioso y no quiere conversar.

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