Prólogo

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      Arreglarse en las mañanas para Isobelle era un delirio total. Odiaba levantarse en las mañanas tan sólo para hacer algo como eso. Para ella no tenía sentido; era simplemente tonto tener que despertar y buscar uno de esos estúpidos trajes formales de oficinista "sofisticada" que su "querido primo" la obligaba a usar en la oficina desde hacía ya dos meses. Sin duda algo muy infantil de su parte, pues no la dejaba usar pantalones para ir a trabajar, así hiciese frío o calor, o incluso si había una tormenta de nieve afuera. Chicago no era precisamente muy acertado con el clima. Era de alguna manera mucho más loco en invierno, así que aparte de esos feos trajes apretados tenía que utilizar una odiosa gabardina de Cashmere que le marcaban la cintura pero que la hacían sentir asfixiada y aún con frío.
      Se arregló lo más rápido posible para no llegar tarde, pues no quería que el gilipollas la reprendiera como si hubiese cometido el peor de los pecados por llegar tarde. Además que ella era una persona que odiaba la impuntualidad.
      Cuando terminó de acomodarse el cabello se miró en el espejo, asintiendo para sí misma satisfecha con el resultado, ya que su cabello era un desastre de rizos, por lo tanto acomodarlo era todo un reto.
      Se calzó los tacones y salió del departamento a paso apresurado haciendo que sus tacones resonaron por el pasillo hasta llegar al ascensor.
      Al salir del edificio de apartamentos sintió los copos de nieve dándole en la cara. Se metió las manos en los bolsillos dispuesta conseguir un taxi disponible. No le costó mucho tiempo, el tráfico de Chicago de ese día estaba un tanto ligero. Eso le alegró, pues quería decir que no llegaría tarde y que estaba haciendo las cosas bien.
      Eran las siete de la mañana y pasar justamente en frente del edificio de Trump no mejoraba sus mañanas. Odiaba ese estúpido, lujoso y extravagante edificio.

      Al llegar al edificio de la empresa de su primo, se preguntó por qué carajo había aceptado el trabajo cuando Antonio se lo había ofrecido. Estaba claro. Necesitaba el dinero para subsistir porque no quería que Antonio se hiciese cargo de sus gastos como llevaba haciéndolo desde hace demasiado tiempo. No podía permitirlo, aunque para ello tuviera que ser la asistente de su tonto primo.
      Se sentó en su escritorio suspirando, sintiéndose miserable.
      Alexander, su querido primo, aún no había llegado; como siempre tarde, aún cuando él era el jefe y debía poner el ejemplo a los demás empleados. Algo que nunca iba a pasar.
      El sonido del elevador la saca de sus pensamientos mientras ve salir a un serio Alexander Santinelli, quien al verla hace un gesto aún más serio, casi llegando a lo escalofriante.
      ―Hola, Alexander. ¿Cómo te encuentras hoy? ―Preguntó ella con una falsa sonrisa en su rostro que no pasó desapercibida para Alexander.
      ―Señor Santinelli, si no le molesta, señorita Rinaldi. ―Le dijo él seriamente, como si su sola presencia le molestara. Lo cual era demasiado acertado.
      Ella sonrió aún más.
      ―Lo siento mucho, señor Santinelli. Procuraré ya no volver a llamarlo por su nombre de pila otra vez.
      Él notó el sarcasmo en su voz. Sin embargo no le dio la más mínima importancia. Como si en realidad no lo hubiese notado.
      ―Eso espero, señorita.
      Se metió a su oficina cerrando con un pequeño portazo que resonó en la estancia. Se había cabreado. Y ella lo sabía. Su pobre primito no podía ser más arrogante. Menudo cabrón estaba hecho. Y por si fuera poco ella tenía que mantenerlo contento todo el maldito día como si en realidad el hombre mereciera ser adorado y feliz.
      Se volvió a sentar a su escritorio esperando el grito de todas las mañanas de la contestadora indicando entrar en la oficina del jefe para que le diera las indicaciones de la jornada y así hacer su vida más mise...
      "Señorita Rinaldi, a mi oficina. Ahora". El sonido de la contestadora no se hizo esperar.
      ―En seguida, señor Santinelli. ―Contestó ella, quien al instante se levantó para ir al encuentro de su querido jefe.

      Así había sido su vida durante dos meses, y para ella era demasiado aburrido, como ver series de Disney de nueva generación; Demasiado estúpido.

(Imaginen pasar todo el tiempo por ese lugar

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(Imaginen pasar todo el tiempo por ese lugar...) Buenas Noches!

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