Capítulo Dos

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¿A quién le importa si no estás de acuerdo?

Tú no eres yo.

¿Quién te hizo el rey de algo?

-Sara Bareilles (King Of Anything)

     Sentada en su escritorio, Isobelle contemplaba a la mujer que estaba sentada en la sala de espera frente a ella.
     Era una mujer joven y hermosa, pero de aspecto frívolo. Sin embargo eso no dañaba la simetría de sus preciosos y femeninos rasgos, con su boca de labios gruesos pintados en tono nude que le iba perfecto con el pulcro y natural maquillaje. Con ese traje de chaqueta que le quedaba a la medida, acentuando sólo las partes necesarias de su cuerpo.
Isobelle se sintió fea.
     Vestida con el horrible uniforme que Alexander la obligaba a usar, con el cual parecía un rollo California mal hecho.
     La mujer sentada en el sillón era la nueva novia en turno de Alexander, Amanda Martinelli. Una modelo italiana con un ego más grande que el Monte Everest, que esperaba a Alexander para ir a comer, mientras leía la Vogue Magazine ―como toda modelo en la industria―, que parecía demasiado interesante. Sí, claro, era muy interesante leer las entrevistas de los nuevos famosos y sus perfectisimas vidas de ricos viviendo de estúpidas polémicas, como las Kardashians o Hailey Baldwin presumiendo sus relaciones como si tuvieran que probarle algo al mundo. Bastante constructivo. Aunque su «adorado» jefe había salido en muchas de ellas.
     Isobelle recordó entonces el icónico ejemplar de Les Misérables que descansaba en su mesa de noche, y se preguntó si aquella modelo disfrutaría verdaderamente de su lectura o si le gustaba leer libros de verdad de vez en cuando. Por supuesto que no debería estar preguntándose eso como una prejuiciosa chica adolescente. Se arrepintió al instante de sus pensamientos sobre aquella mujer sentada en la sala de espera y suspiró.
     La mujer siguió ignorándole olímpicamente.
     Alzó la vista hacia su costado cuando escuchó que la puerta del despacho de su jefe se abría, revelando a un serio Alexander Santinelli, quien dirigió a su asistente la mirada más ácida conocida por el hombre.
     ―Saldré a comer. ―Habló el hombre seriamente. ―No quiero que se me moleste, a menos que sea una emergencia. Si usted puede resolverlo, ¡hágalo! Si alguien de importancia llama, dígale que no estoy disponible. Llegaré en unas horas. ―Dijo sin voltear a verla. ―Si su turno termina y yo no he llegado, ¡váyase! Eso quiere decir que no la necesitaré más, ¿entendido? ―La volteó a mirar por primera vez, recorriéndola con la mirada de arriba abajo, contemplándola despreciativamente.
     Algo que no era nada raro para Isobelle, quien ya estaba más que acostumbrada a aquel trato desde tiempos inmemorables.
     ―Por supuesto, señor Santinelli. Trataré de no llamarle a menos que sea sumamente necesario. ―Contestó, no muy segura de sus palabras. Algo que la hizo sentir frustración, ya que nunca podía decirle a Alexander lo que en realidad quería decirle. ―No habrá problema. Lo tendré todo bajo control. ―Volvió a decir.
     ―Eso espero. ―Exclamó el insolente hombre, dándose la vuelta y caminando hacia la mujer de piernas largas y bronceado perfecto, que lo esperaba sentada en el sillón con una sexy y sensual media sonrisa plasmada en su perfecto rostro.
     Alexander le dio un fogoso beso en la boca a la mujer, que hizo que a Isobelle casi le diera una arcada por lo grotesco que había sido, mientras los veía entrar en el ascensor, para luego perderse en este, dejándola completamente sola en aquel tétrico piso.

     Recordó entonces la llegada de aquella modelo hacía algunos minutos.
     ―Necesito hablar con Alexander. Dile que lo estoy esperando. ―Había exigido la mujer, con su tan marcado acento italiano que ni siquiera ella tenía.
     ―Buenos días. Me comunicaré con el señor Santinelli para ver si puede atenderla. ―Le dijo Isobelle esbozando una sonrisita intimidada.
     La modelo sacó un resoplido de su perfecta boca de dientes implantados y carillas extra white.
     ―¿Acaso no sabes quién soy? ―Preguntó la mujer con insolencia.
     ―No sé quién, es usted, señorita. Una disculpa. ―dijo Isobelle aún más intimidada, con el ceño fruncido de la preocupación. No quería tener problemas.
     ―Soy Amanda Martinelli, la novia de Alexander. Así que llámale. ¡Pero ya! ―gritó con prepotencia.
     ―Enseguida, señorita. ―Masculló Isobelle levantando el teléfono y marcando a la oficina de su jefe. ―Señor Santinelli, la señorita Martinelli está aquí. Quiere verlo. ―Comunicó temerosa al hombre en cuanto este respondió al teléfono.
     ―Dígale que salgo en quince minutos, que me espere y que si no quiere hacerlo, que se vaya. ―Dijo el hombre al otro lado del teléfono.
     Isobelle observó a la mujer, temerosa de su reacción cuando le dijera lo que Alexander le ordenó decirle.
     ―El señor Santinelli se encuentra un tanto ocupado en estos momentos. Dice que puede esperarlo y que en cuanto se desocupe la atenderá. ―Intentó que su voz sonara más segura de lo que estaba.
     La mujer la miró con desdén. Casi con asco. Se dio la vuelta y se sentó en el sillón de la sala de espera, hojeando su revista con una cara impasible.
     Y así hasta ese momento...

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