Prólogo.

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Estaba seguro que había escuchado ya cinco veces la misma canción, aunque realmente estaba un poco pasado de copas como para contar un número mayor al uno, y ni siquiera sabe por qué se estaba fijando en eso.  Ni siquiera sabe por qué está allí.

Tal vez porque era su último sábado de vacaciones antes de que la universidad comenzara, que los trabajos se acoplen, los exámenes se amontonen, su vida se convierta en un completo desastre y sus amigos no habían tenido mejor idea que desperdiciarlo otra vez en una horrenda discoteca con música repetitiva y tragos carísimos, que, por suerte, no había estado pagando. Había convencido a varias personas que paguen por él, sólo le había costado un par de sonrisas y coqueteos demasiado obvios para luego, con la excusa de ir al baño, perderlos con su trago en manos y una ladina sonrisa.

Los hombres eran tan patéticos, y si alguien lo escuchara diría: "hey, Elio, también eres hombre" pero bueno, eso no cambiaba para nada su opinión, tal vez la fortalecía. Era patético.

Sus amigos habían desaparecido hacía un largo rato, ni siquiera se dio cuenta cuándo, tampoco sabe si los volverá a ver al final de la noche, seguramente tendrá que volver caminando a casa.

Para su suerte la barra estaba un poco despejada, tomó asiento en uno de los altos bancos y miró su vaso algo vacío, tal vez sería hora de comprar uno por su cuenta propia o...

—Hey, ¿estás solo?

Si no fuera porque el desconocido había rozado su pierna ni siquiera se habría percatado de él. Un hombre demasiado guapo se había sentado en la banca seguida a la suya y le dedicó una sonrisa.

—¿Para ti? No.

Y Elio era así, demasiado antipático cuando alguien intentaba entablar una conversación que él no pidió. Demasiado testarudo, terco y antisocial cuando se lo requería.

—A mí me pareces bastante solo.

—Y a mí me parece que yo no pedí esa opinión —llevó el vaso a su boca y se dio cuenta que estaba vacío cuando los hielos chocaron sus labios—. Mierda.

Pensó en el dinero que tenía en la billetera, eran unos cuantos dólares que debería guardar para el siguiente mediodía si deseaba comer algo ya que había estado gastando demasiado dinero en porquerías que realmente no necesitaba.

Repitió en su cabeza: patético.

De inmediato giró su rostro y miró con interés al hombre a su lado, no desperdiciaría el poco dinero que había traído cuando una presa bastante fácil lo miraba con interés.

Elio le sonrió porque tal vez esta presa sería algo que él también quería disfrutar. Era alto y delgado, pero con la espalda ancha, unos diez u ocho años mayor que él, su tez recién bronceada resaltaba gracias a la blanca camisa que había elegido usar esa noche, no podía diferenciar el color de sus ojos y tampoco si su cabello era rubio o castaño por culpa de la oscuridad y las luces verdes y violetas que poco iluminaban.

Era sexy, malditamente sexy.

Sin duda era una presa que disfrutaría demasiado.

—Así que... ¿Cómo te llamas? —trató de poner todos sus encantos en marcha, acomodó su cabello y mejoró su postura.

El hombre rió luego de darle un trago a su gin-tonic -podía reconocer eso, sabía bastante de alcohol-.

—Creí que no estabas interesado —había acercado su rostro a la oreja de Elio para hablarle, otra canción horrorosa había comenzado a sonar.

—Claro que no estoy interesado, pero quiero un trago. Es algo que podríamos negociar —susurró en su oído también. Apretó su palma en el muslo del aún desconocido.

—Puedes pedírselo a uno de tus acompañantes, dijiste que no estabas solo.

Giró nuevamente para sólo mostrarle su agraciado perfil, negaba con la cabeza mientras vaciaba su copa. Se levantó del asiento y salió sin siquiera observarlo, Elio se puso de pie y se quedó observando cómo se alejaba, se permitió observar su espalda marcada gracias a la camisa entallada, se imaginó arañando cada centímetro de esa piel.

Y, a la mierda el trago, Elio lo quería ver completamente desnudo esa noche, susurrando su nombre en intentos desesperados de recuperar la respiración.

Apoyado contra la barra, aun observando sus movimientos, vio como una mujer se acercaba a él y le susurraba algo al oído, rápidamente el desconocido asintió y comenzaron a ¿bailar?

Sí, los muy imbéciles estaban bailando. Bueno... Eso es lo que se suele hacerse en las discotecas, a menos que seas un Elio*, por supuesto.

Sonrió porque sabía que la victoria sería suya. El desconocido tenía sus ojos posados en él nuevamente, aquella rubia con una patética falda demasiado corta para jugar con la imaginación trataba de acaparar su atención, pero era imposible. El pequeño Elio era irresistible.

Tal vez sea porque estaba algo pasado de copas, tal vez porque esa noche la luna estaba en Leo y no podía soportar que le quiten la atención que merece y requiere para sentirse bien, tal vez porque era demasiado caprichoso, tal como su madre se lo repitió incontables veces, pero la cuestión era que... Elio, iba a bailar.

*Ser un Elio: rodar los ojos cada tres segundos, odiar las bromas, caerle mal a las personas de su misma edad porque cree que son demasiado inmaduros, y por sobre todas las cosas: odiar bailar

Caramello || Elio&Oliver || CMBYN.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora