El reloj marca las 12

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1899

Barcelona, España

Corría el reloj aún lo recuerdo muy bien, podía sentir el pesado aliento de aquel otro pasajero que estaba a mi lado, estaba en una especie de trance por la música que sonaba en el tren y cuyo sonido provenía de un violín.

Un joven de apariencia anglosajona mira hacía mi dirección, miré hacía la ventana para darme cuenta que habíamos llegado a Barcelona, un hombre de buena apariencia nos recibe Escuela Municipal de Música de Barcelona.

Al bajar nos encontramos con un guía que nos esperaba, sin embargo, este me detiene diciendo:—Esta guía es para los músico.

  — Soy violinista.

El hombre me miraba con recelo y cierta duda, le mostré mi violín y le dije:— Soy el estudiante de intercambio de París.

  — ¿Cuántos años tienes?

  — Tengo 19 años, señor.

— ¿No piensas casarte acaso?

— El matrimonio está hecho para aquellos que no tienen otra cosa que hacer.

— Ustedes los franceses y sus políticas liberales.

El hombre dejó de molestarme, una risa se puede oír de los hombres que me acompañaban ¿Soy la única mujer acaso? Cuando los postulados de Darwin afloran a final de siglo, me topo con varios primates.

Me quedaría un año aquí tal como estableció el decano, ya que, para él me puedo convertir en la mejor violinista de París, nací en una familia de clase baja, soy la mayor de tres hermanos varones y cuya madre se dedicaba a la venta de telas.

Aún recuerdo la primera vez que oí un violín tenía diez años, fue algo magistral, así que, trabajé por dos años hasta que al fin me pude comprar uno, miraba como tocaban e intentaba imitar los movimientos de los músicos.

No faltaron burlas y una que otra paliza de mi madre por faltar al trabajo de repostera, mi vida cambió radicalmente al tocar una de las piezas escrita por Antonio Vivaldi, La Stravaganza cuando mi madre me intentó quitar el violín por milésima vez.

En ese entonces tenía unos catorce años, las reposteras pararon su actividad para escucharme, hombres, mujeres y niños me escucharon esa tarde, mi madre estaba estupefacta ante la forma en que tocaba.

Algunos rumoreaban que era imposible que tocará de esa forma, un hombre bien vestido, Pierre Fantin, quién me envió aquí después de cuatro años en el conservatorio en donde aprendí a leer, también a escribir, aprendí latín, inglés y español.

Le enseñé a leer a mi madre y a mis hermanos, Gustav quién me sigue con 17 años, trabaja como contador y mano derecha del dueño de la tienda de telas en donde trabaja mi madre, aparentemente, desarrolló un gusto por las matemáticas, Joseph de 13 años trabaja repartiendo periódicos junto a Charles de 10 años.

La escuela quedaba relativamente cerca, así que, algunos se sentaron en los restaurantes del parque a pedir el almuerzo, miré mi reloj de bolsillo que marcaba las doce, estaba sola, no se querían sentar conmigo.

Tenía una beca y algo de dinero para este mes, uno de los meseros me trae un plato de comida y lo miré algo perpleja diciendo:—No he ordenado nada.

  — Cortesía del caballero de la mesa del fondo.

Volteé mi cabeza para ver que era el mismo chico anglosajón que tocaba tan maravillosa música, una mujer de cabello negro y ojos hundidos que aparentaba unos 27 años, me pregunta si podría sentarse, moví mi cabeza en afirmación y llama al mesero para comer.

Sonata de FuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora