"La ley de la explosión."

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Y así como dice la tercera ley de Newton de que a cada acción corresponde una reacción de la misma magnitud pero en sentido contrario, existía la tercera ley de la explosión; creada por Bakugou Katsuki, que decía así.

"A cada mariconada de Todoroki corresponde una explosión, de magnitud inmensa con desvío a su cara."

Ya saben, cosas de Katsuki's.

En fin, la cosa era que desde hace ya dos semanas llevaban la misma rutina explosiva y patética.

Todoroki llegaba con presentes para Bakugou. Desde papas fritas, de las favoritas del otro, aquellas picantes que vendían en el supermercado, hasta relojes costosos. Estos últimos a cortesía de la tarjeta de crédito de nuestro buen Enji. Cada regalo terminaba en dos partes; la cara de Shouto o el estómago de Katsuki. Claro que sólo la comida. Por que si se comiera aquellos metales; pobre de él.
La verdad es que, quien pagaba los platos rotos siempre era Todoroki; por que bueno, su pobre cara ya estaba sintiéndose incluso hasta amiga de los puños de Katsuki.

En este momento se hallaban en la azotea. Bakugou había querido descansar lejos de todo el escándalo que armaban sus compañeros cada que el bicolor le llevaba algún presente, y siendo sinceros, comenzaba a hartarse de querer explotar todo el tiempo cualquier cosa que se cruzara en su camino. Y Shouto, bueno... Él sólo se dedicaba a mirar desde lejos a ese rubio lindo con caracter de mierda, que traía auriculares mientras movía sus manos y tarareaba junto al sonido de sus canciones, relajado como nunca antes, sacando su estrés con los manoteos que simulaban baquetazos al aire.

Aquél heterocromático no pudo evitar sonreir. Le gustaba demasiado ése chico. Por alguna extraña razón, su carácter fuerte y presencia imponente, le fascinaban en sobremanera. Así como también sus rubíes ojos, esos que le miraban con furia casi siempre pero que ahora estaban cerrados dándole una expresión serena, casi relajada. Y sus labios... Esos que se había dado el valor de probar hace ya unas semanas, y en los que no podía dejar de pensar desde que los poseyó, con la idea creciente de que nadie jamás debía tocarlos a excepción de él, porque eran suyos. Bakugou Katsuki era única y completamente suyo.

– ¿Vas a largarte ahora o prefieres que te mande a volar de una explosión?– escuchó, así como vio los labios ajenos moverse, señal de que habían sido los emisores de aquella tranquila amenaza.

Se quedó quieto en su lugar, escondiendo tras de sí el presente que no pudo darle en el aula. Esperaba que le gustase. No dijo nada, y sólo se acercó, como si lo que le hubiera dicho fuera una invitación a sentarse con él y escuchar su música juntos. Cosa casi irreal, pero que esperaba pasase alguna vez.

– ¿Eres sordo o qué?– el bicolor llegó y se sentó, imitando su postura en el suelo, rozando ambas piernas entre sí.– ¿Te das cuenta que el que trae audífonos soy yo, no tú invierano de mierda?– se quitó uno de estos y le mostró lo obvio, cosa de la cual el contrario ni se inmutó, pues sólo lo miro con profundidad a los ojos, poniéndolo nervioso. – Deja de mirarme maldito raro.– alejó su mirada y se colocó de nuevo el auricular. Avergonzado, casi intimidado por aquellos orbes de distinto color que parecían atravesar su alma.

"Mierda, estas cosas ni siquiera están reproduciendo nada."

Siguió con lo suyo, reproduciendo en su mente alguna de sus canciones favoritas, esas que te sabes de memoria de tanto escucharlas. Tarareó Smells like teen spirit por un rato, tratando de ignorar la presencia a su lado. Hasta que esa misma fue la que lo paró.

– Me gusta esa canción.– escuchó decir.– ¿Puedo escucharla contigo?– esta vez el tono monótono de Shouto denotaba esperanza. Y sonó casi como una suplica, cosa que a Katsuki le pareció linda. Le gustaba que le suplicaran, para qué mentir.

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