Una noche como cualquier otra, me encontraba en mi cama vagando por internet desde mi teléfono móvil. Mis padres estaban en el salón viendo la televisión y yo ya había dicho que me iba a dormir. Mi vida se trata de eso. De apartarme de todos el máximo tiempo posible, aun que sea mintiendo. Y esa noche no era diferente. Hacía 47 minutos que les había dicho:
— Me voy a la cama que estoy muy cansada hoy, buenas noches. —
Ni me miraron, para decir verdad. Simplemente murmuraron una respuesta rápida, algo así como "hasta mañana", pero prestándo la atención que le prestarían a una piedra en el campo. Seguían zambulléndose en su televisión de no sé cuántas pulgadas que aún estaban pagando a pequeñas cuotas al mes. Cada día era así.
Estoy tan sola. Odio cuando llega este momento de la noche. Mis padres también se han ido a dormir ya, he oído como cerraban la puerta de su habitación. Ahora empieza la tormenta. El silencio me va comiendo poco a poco, nada me distrae de mis propios pensamientos. Estoy empezando a respirar entrecortadamente y las lágrimas empiezan a brotar. Ya no siento lástima ni pena por mí misma, cada día es lo mismo. He llegado a un punto que dejo que pase y no evito dejar de llorar. Me ahogo, no puedo respirar. Cierro los ojos y empiezo a pensar todo lo que podría tener si fuera una chica normal, y me pregunto en qué momento fallé para perder eso. En qué momento dejé de ser alguien normal para convertirme en esto. Por que me odia todo el mundo. Por que para la gente no soy nadie. Por que no recibo el apoyo de amigos. Por que. Por que. Por que y más por qué. Empiezo a cerrar mis ojos con fuerza. Quiero morir. Los abro y a pesar de las lágrimas puedo ver mis manos, mis pies, mis piernas, y mi barriga. Me levanto. Voy al espejo y veo la razón de todos los por que. "¡MÍRATE! ¡¿LO VES?! ¡¿VES EN QUÉ TE HAS CONVERTIDO PUTA FOCA DE MIERDA?! ¡NO VALES NADA! ¡¿ASÍ QUIÉN VA A QUERERTE?! ¡NADIE!" Dice algo dentro de mí. Todo empieza de nuevo. Empiezo a agarrar mis muslos y a apretarlos con el deseo de que disminuyan y desaparezcan. Sigo el mismo paso con la grasa de mi estómago. Me miro la cara llena de lágrimas y mocos, roja, me doy asco. Mi pelo despeinado. Me agarro del pelo y me lo estiro, dejando unos cuantos pelos en mi mano que tiro con asco al suelo. Me araño la cara, lloro en silencio delante de espejo. Me pego en el estómago, me araño en las piernas y brazos. Corro al baño y no dudo en desmontar la cuchilla de afeitar de mi padre mientras me araño los dedos, sintiendo el placer de la sangre salir de mi cuerpo. Me corto profundamente en un muslo, en la parte superior, una, y otra, y otra vez. Lloro mucho más, y las lágrimas caen en las heridas. Me escuece. Dejo caer la cuchilla al suelo y me quedo ahí, abrazándo mi propio cuerpo llorando y llorando. Quizás han pasado minutos, horas... No lo sé. Pero mis lágrimas ya no caen aun que el dolor sigue ahí. Me escuece el muslo. Lo miro y lo veo rojo y lleno de sangre. Lo limpio todo y monto de nuevo la cuchilla para dejarla donde estaba. Me devuelvo a mi habitación y me tiro en la cama. Sigo llorando pero con menos intensidad. Todo se oscurece y me duermo.
Mi rutina es esta. Y no va a cambiar.