SUEÑOS DE NADADOR.
Empecé a tomar clases de natación cuando tenía seis años en la Escuela de Natación Baildon's Superfish. En seguida me sentí muy a gusto en el agua y comencé a destacar. Andrew Baildon, que había sido nadador olímpico, vio potencial es mí y se convirtió en mi mentor desde mi más tierna infancia.
Para mí fue algo natural querer pasar al siguiente nivel, y a los ocho años me metí en el equipo del entreador de élite Denis Cotterel, del Club de Natación Miami. Denis había entrenando a mi madre, a Andrew y muchos otros olímpicos y poseedores de récords mundiales, así que para mí significó mucho poder entrenar con él.
Cuando era pequeño, formar parte del equipo de natación era muy divertido y una forma estupenda de asentar objetivos y trabajar para alcanzarlos. Creo que mi pasión por imponerme metas y esforzarme me viene de mis padres. Siempre me han dicho que es importante dar lo máximo de uno mismo, y sabían de lo que estaban hablando. Mi madre y mi padre también eran nadadores de competición, y ambos llegaron bastante lejos en el circuito nacional. ¡Para mí es increíble que mis padres compitieran a un nivel tan profesional! Mi madre participó en el Campeonato Pan-Pacífico de natación y llegó al séptimo puesto del ranking mundial, y mi padre fue campeón de Australia. Ambos fueron numeros uno en ciertas competiciones australianas: mamá en los 100 y 200 metros braza y papá en los 200 metros braza, pero ambos sufrieron lesiones y no llegaron a representar a Australia en los Juegos Olímpicos.
Mis padres no se dejan deprimir por lo que pudo haber sido, pero creo que había un brillo especial en sus ojos cuando yo empecé a destacar en su mismo deporte. Estaban emocionados de que me apasionara con la natación y alcanzara un nivel competitivo. Su sentido de la disciplina debía de haber hecho mella en mí en algún momento de mi vida, porque incluso a la edad de nueve años puse todo mi corazón en mejorar en natación.
Entrenaba tres o cuatro veces a la semana. Mis carreras eran sólo de 25 metros, pero en aquel momento todo me parecía muy importante... y, por supuesto, divertido. Dos años después nadé mi primera carrera y la gané. Fue un gran momento para mí. Estaba tan orgulloso... ¡y mis padres corrieron a felicitarme y a celebrarlo! Durante días después de la carrera sentí la energía de los gritos de ánimo y la emoción de ganar. ¡A partir de ese momento, me enganché a ello!
En verano teníamos encuentros de natación los fines de semana alternos, y casi tan frecuentemente en invierno. A medida que me metía en el circuito competitivo, se convirtió en un deporte anual para mí. Desde pequeño me encantaba la emoción de competir. En los encuentros podía tontear con mis amigos y zamparme la comida que servían en la cafetería de la piscina. Mis amigos más íntimos siempre eran gente a la que había conocido a través de la natación. Aún sigo en contacto con muchos de ellos y vienen a menudo a Los Ángeles para pasar el rato conmigo.
Yo tardé bastante en desarrollarme, así que me sentía como un pequeñajo de pie junto a algunos de los chicos que ya habían dado el estirón. Creo que aquello me dio más ganas de seguir adelante. Siempre he sido muy competitivo, pero tampoco soy un mal perdedor, sino que soy muy deportivo en la derrota. Creo que se sabe mucho del carácter de una persona por cómo reacciona al perder.
INICIOS MUSICALES.
Igual que la cultura del surf y la natación se convirtieron en mi pasión desde el principio, la musica también ha formado parte de mi vida desde que puedo recordar. Cada vez que mi família y amigos se reunían siempre acabábamos alrededor de la hoguera o de una mesa tocando y cantando nuestros temas favoritos. Organizábamos barbacoas y fiestas con la família y los amigos y todos traían sus guitarras y nos sentábamos en círculo a cantar. Todo el mundo coreaba las canciones y recuerdo estar sentado junto a mis padres, en aquel gran circulo, encantado ante el sonido de todas las voces juntas.
Tocábamos sobre todo música country, clásicos de Johnny Cash y Hank Wlliams, y a veces alguien añadía un poco de Elvis. Cuando tenía seis años me enamoré profundamente de la música country. Me encantaba el sonido de las guitarras y el hecho de que las canciones fueran más como historias. Había un viaje desarrollándose en cada una de ellas, lleno de emociones y de niveles. Eso me sirvió de mucho cuando empecé a escribir mis propias canciones.
Mi primer recuerdo de un concierto se remonta a mis nueve o diez años, cuando fui al Brisbane Entertainment Centre para ver a Keith Urban. Fuimos toda la família junto con nuestros cuatro abuelos, y hasta llevé a un amigo mío. Teníamos asientos buenísimos cerca del escenario, y yo salté, grité y canté durante todo el concierto. Estaba entusiasmado. Entonces me di cuenta del poder de conexión que la música tiene con la audiencia. Tocar juntos siempre había servido para unir a la família y a los amigos, pero allí vi a Keith Urban conectar con miles y miles de fans a la vez. Era algo poderoso.
Lo que más escuchábamos en casa y lo que tocaba mi família cuando yo era pequeño era música country. Mis abuelos habían pasado su amor por el country a mi padre, y en casa él siempre tenía su guitarra a mano y rasgueaba algunos acordes o se arrancaba a cantar. ¡No me extraña que yo siempre esté cantando por ahí!
Por supuesto, yo quería aprender a tocar la guitarra para poder tocar con él. Pedí una guitarra por mi sexto cumpleaños y mis abuelos me regalaron una pequeña. ¡Estaba entusiasmado! En seguida me apunté a clases. Jackson, de Johnny Cash, fue una de las primeras canciones que aprendí a tocar. Sólo tenía tres acordes y eran los únicos que yo conocía, pero tocaba la canción todo el rato. No podía esperar a unirme a aquellas jam sessions alrededor de la barbacoa. Y como le pasaba a mi padre, la guitarra rara vez dejaba mis manos.
¡Hola Angels y Gents! Aquí os traigo la segunda parte del primer capítulo del libro. Siento escribir tan tarde, pero los examenes me lo impedían. ¡Un besazo!
