Capítulo 5

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Después de estudiar un par de horas más Shang fue a recoger a Mulán y decidieron que ya era hora también de volver a casa. Aún estaban lejos, pero Elsa vio en las puertas de la universidad a un chico rubio que parecía una montaña y le resultaba familiar.

En ese momento un torbellino pelirrojo corría hacia él y se colgaba de su cuello dándole un abrazo.

La cara de Elsa era un poema, se acababa de acordar de él. Era el chaval que estaba con Anna el fin de semana en el local. Un pensamiento ensombreció la mirada de la chica, lo mismo era su novio.

-Eh, mira, ¿no es esa tu novia Elsa? – Bromeó Mérida.

Elsa suspiró y sonrió a su amiga sacándole la lengua, no quería que se diesen cuenta de su repentino bajón de ánimo. Una parte de ella quería que Anna se diese le vuelta y se acercase a ella para decirle que él no era su novio, solamente un amigo o algo así. Pero la otra parte estaba completamente aterrada, no quería que sus ojos se fijasen en ella, no en ese momento, tenía miedo de que su corazonada fuese confirmada.

Así que Elsa no se acercó, no la llamó, ni siquiera para recordarle que le enviase un mensaje.

OoOoOoO

Anna llegó a su casa medio muerta, tiró la mochila cargada hasta los topes al suelo de moqueta, lo más lejos que pudo, y se dejó caer en la cama bocabajo.

Ese día había tenido un examen y aunque no creía haberlo hecho mal, sí que había requerido de toda su energía, ella solo quería descansar.

Fue al baño y se empezó a quitar la ropa y a prepararse para meterse en la ducha. Intentó no mirar su muñeca izquierda en la cual todavía tenía una pequeña marca alrededor de ella. Si alguien la viese de primeras podría pensar que una pulsera de mala calidad le había desteñido sobre la piel, pero las pocas personas que sabían lo sucedido el día anterior podían identificar los dedos de Hans en esas marcas.

Mientras el agua caliente relajaba la tensión de sus hombros los pensamientos fluían sin parar. Sabía que lo que hacía Hans no estaba bien, sabía que aquello no era amor, hacía mucho tiempo que no estaba enamorada de él. También sabía que Kristoff, único conocedor de este problema, sufría por eso. Pero Anna no podía dejarle, no ahora. En primer lugar, la chica tenía miedo de lo que podría hacerle su novio. En segundo lugar, si le sacaba de su vida no podría ayudarle.

La chica sacudió la cabeza salpicando de agua las paredes y la mampara de la ducha con sus mojados mechones pelirrojos, quería sacar todo eso de su cabeza, dejarlo todo en blanco.

Lo consiguió durante unos minutos, no le costó mucho ya que estaba acostumbrada a hacerlo, era la única manera de no sufrir un colapso mental, por lo que le sorprendió la aparición de la imagen de una chica en medio de su quietud. Anna no luchó para sacarla de allí, los ojos azules del color del cielo reflejado en el hielo de un glaciar la observaban desde su mente. La primera vez que había visto esos ojos, aunque desprendían un frío intenso, le sorprendió sentir una calidez que rozaba lo familiar, sintió que esos ojos alguna vez habían tenido esa misma calidez. Le fastidió mucho que la segunda vez no hubiese en ellos un atisbo de reconocimiento.

Parecía que estuviese congelada por dentro y Anna quería ver cómo se derretía, se dio cuenta de que le gustaría se ella la que pudiese descongelarla. Con ese último pensamiento el cuerpo de Anna volvió a tensarse y se regañó a sí misma, ya se encontraba hasta el cuello de problemas por un maldito pensamiento bastante parecido.

Salió de la ducha y se puso el pijama, se fue a su habitación y comenzó a recoger la ropa que había dejado por el suelo. Al darle la vuelta a los pantalones un papelito doblado cayó sobre la moqueta. Anna se agachó y cuando lo tuvo en sus manos vio que no era otra cosa que el número de Elsa apuntado en aquel tiquet.

De casualidades está el mundo lleno [Hiatus]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora