LA ESPADA DEL SOL

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Mi padre era alguien fuerte. Un guerrero diestro en combate, despiadado con sus enemigos y los enemigos de nuestra gente. Sin embargo, era gentil y amable con nosotros. Cuidaba de todos los niños y niñas de la aldea, se preocupaba por todos. Sí, así era mi padre. Al ser su hijo la gente de la aldea esperaba que estuviese a la altura. Se esperaba.

"¿Ves esta espada hijo? Fue de mi padre, y de su padre antes que él. Algún día cuando llegue el momento tu deberás empuñarla." Esas fueron las palabras de mi padre cuando yo tenía siete años. Era una espada que, pese a ser antigua, se conservaba muy bien pues esta se veía nueva. Se decía que la espada de mi familia había sido un regalo de los dioses. Crecí escuchando esas leyendas.

La leyenda contaba como uno de mis antepasados se cruzó con una hermosa mujer. Una mujer de ojos ámbar y cabellos rojizos. Poco se sabía de esa mujer pero el amor surgió en ambos y poco después se casaron. Se hacía llamar Enya, y mi antepasado Eskol. Poco después de contraer matrimonio Enya dió a luz a su primer hijo al que le pusieron Fenris, mi bisabuelo. Todo iba bien, Enya y Eskol vivian en paz en la aldea con su recién nacido. Pero una noche Enya desapareció. Había una nota y al lado de esta una espada.

"Lo siento Eskol, pero mi nombre no es Enya. No puedo quedarme para siempre. Toma esta espada."

Sin más. La gente de la aldea dice que Enya era una bruja. Otros dicen que eran una diosa. En todo caso la espada, que tenia grabado en la hoja "La espada del Sol", fue pasando de padre a hijo en mi familia.

Y ahora aquí estaba. Rodeado de cadáveres y arrodillado frente a mi padre mientras el resto se mataban entre ellos. Mi padre yacía herido de muerte en el barro del campo de batalla.

Me miró a los ojos y dijo:

-Habrá tiempo para llorar hijo mío, pero no ahora. Los hombres te necesitan.

Yo lo miraba con los ojos llorosos y él sonreía. Con sus últimas fuerzas me dio la espada de la familia.

-Hijo, tu nombre significa "líder de guerreros". Ve ahí y guíalos Einar. 

Agarré la espada con fuerza y mientras las lágrimas caían por mis mejillas le dije lo que nunca antes le había dicho:

-Te quiero papá.

Sonrió nuevamente y dijo:

-Estoy orgulloso de ti Einar.

Esas fueron sus últimas palabras. El viejo murió sonriendo. 

Los hombres formaban un circulo con sus escudos alrededor nuestro. El mejor amigo de mi padre, un vikingo de barba gris y corpulento me miró. Le devolví la mirada y dije:

-Valhalla.

Al oír esa palabra todos empezaron a gritar "¡Valhalla!". Los gritos sonaban tan fuerte que el enemigo titubeó y nosotros cargamos hacia la batalla.



Pero eso hijo mío, es una historia que contaré otro día.

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