Cuando era más chica y tenía sexo con mi pololo, un pololo que tenía 24 cuando yo tenía 16, él siempre me preguntaba: ¿llegaste? Yo había tenido sexo antes pero eso nunca me lo habían preguntado. Por supuesto sí había tenido orgasmos, pero yo sola, en la ducha, o en mi cama, siempre tocándome el clítoris, nunca metiéndome los dedos. Entonces ahora tenía un pene adentro y se suponía que, solo entrando y saliendo, tenía que tener un orgasmo. O sea sentía que tenía que tenerlo, si no, algo no estaba funcionando bien y yo no quería ser extraña. Mis amigas hablaban de tener orgasmos cada vez que tiraban y yo no podía quedarme atrás. Así que, no queriendo quedar mal, comencé a llamarle 'orgasmo' a ese punto máximo de placer que sentía con la penetración pero que era completamente diferente a mis orgasmos. Comencé a mentir, y, en el camino, me olvidé de lo más importante: mi propio placer durante el sexo. La única forma de conseguirlo era conmigo misma, así que me masturbaba a escondidas, hasta que mi pololo me pilló en la ducha y se enojó, se enojó muchísimo, porque eso significaba que no disfrutaba el sexo con él; que era tan malo, que tenía que masturbarme. En ese tiempo yo era muy niña y no supe explicarle que era diferente, que era otra cosa; tenía incluso metido en la cabeza que el orgasmo vaginal era diferente, que no era tan rico como el de clítoris, traté de sacármela con esa. Error. Un orgasmo es un orgasmo. Y lo que yo sentía no lo era.
Con ese pololo duré varios años, y después de él tuve varios pololos más. No fue hasta que tuve sexo con una mujer que me di cuenta de lo que realmente significa tener un orgasmo teniendo sexo.
El problema era que los hombres siempre me han gustado. Me calientan. Pero a la hora del sexo, no podía llegar al orgasmo, me era imposible. Los hombres tienen esa manía de estar pendientes de ti durante todo momento: de si te gusta, de si no, de si llegaste, y si llegaste si fue rico o no tanto. Te hacen sentir observada y al menos yo necesito sentir como que nadie me mira para liberarme de verdad. Mientras más me presionan, es peor. En un principio, pensaba que eso era casi 'tierno', que mi hombre se estuviera preocupando por mi placer. Después me di cuenta que, en la mayoría de los casos, buscan mi orgasmo porque eso les da placer a ellos, porque se sienten hombres, machos, animales. Pero un orgasmo no se puede obligar. Eso lo sé ahora.
Ahora también sé que soy completamente incapaz de tener un orgasmo vaginal, ha sido así siempre, pero eso no quita el placer exquisito de tener sexo con otra persona, para nada. Tal vez hay algo en mi vagina, tal vez sea muy larga y el clítoris queda tan lejos que no alcanza a sentir el roce. Hace años, cuando me di cuenta de esto, me sentí horrible. Sentía que nunca iba a poder tener sexo de verdad. Pero eso era porque tenía metido en la cabeza que el sexo era pene entrando y saliendo de la vagina. Y me daba vergüenza, me costaba soltarme y tocarme mientras me la metían, por muy rico que se sintiera me era imposible tener un orgasmo con la otra persona mirándome. Y eso tenía otro problema detrás: sin asumirlo, me sentía incómoda con mi cuerpo, un tema que lamentablemente es cercano a muchas mujeres, que siempre tienen a alguien al lado diciéndote que estás muy gorda, que estás muy flaca, que se te caen las tetas, que tienes arrugas. Es demasiada la presión, aunque uno no se dé cuenta.
Me acuerdo de haber leído cuando iba en el colegio que el peak de la vida sexual de una mujer era a los 40 años. Yo miraba a mi mamá y me costaba demasiado imaginarme eso. ¿Cómo podía ser posible, si el cuerpo cada vez se afea más? De nuevo, otro problema: pensar que el sexo tiene que ver sólo con el cuerpo.
Ahora que ya pasé los 30, y que miro hacia atrás y analizo mi vida sexual, me doy cuenta que pasé demasiado tiempo preocupada en tener que sentir placer, y no sintiéndolo de verdad. Preocupada de que el otro se sintiera bien por verme tener un orgasmo, preocupada porque no era normal que la única manera de tener uno fuera tocándome yo misma. Error, error, error. En fin, de los errores se aprende. Y el cuerpo cambia, es verdad, la vagina no es la misma, las tetas tampoco, pero lo bueno es que la mente tampoco es lo que era antes, y el tiempo tiene mucho que ver con eso. Pasa el tiempo y te das cuenta que no puedes seguir perdiéndolo en obligarte a tener sexo como te dicen que se supone que tiene que ser; vas aceptando tus fetiches y tus gustos raros y si encuentras a alguien que los comparta qué suerte, pero sino, la verdad es que no necesitas a otra persona para estar bien. Pasa el tiempo y aprendes que estar sola no es deprimente, todo lo contrario. Que mi cuerpo es mi cuerpo y conocerlo como lo conozco y tener los orgasmos que tengo es lo más lindo, lo más rico, lo más placentero. Y cuando dejé de preocuparme de los demás, los orgasmos fueron llegando solos: no vaginalmente, eso ya está asumido; pero masturbarme mientras me meten la lengua por cualquier parte es el mejor orgasmo que puedo tener – sólo comparado a los que tengo, en la noche, antes de dormir, viendo porno, sola, con mi vibrador de bolsillo.
ESTÁS LEYENDO
La presión del orgasmo
Non-FictionPorque hay tantas cosas que no se dicen pero que todas pensamos; para que el sexo deje de estar centrado en el hombre. Porque tenemos derecho a ser libres de sentir placer, y porque es deber de todas lograr que nuestra sexualidad se respete. Porque...