VOLVERTE A VER.

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Hace unos años conversaba con mi madre, hablábamos por teléfono, era una llamada internacional, yo desde Boston, ella desde Lima.

Me decía con aires de bondad que siempre termine bien lo que haga, que eso es lo que caracteriza a un hombre y que así era mi padre.

Tenía en claro que ella no podía olvidarlo. Don Joaquín, como todos lo conocen en la ciudad era un tipo dedicado a los negocios, pasó cerca de treinta años en la industria petrolera, luego de aquello vino el vendaval de Lapoccesa, el avión en el que viajaba se estrelló, salió en todos los periódicos locales y el mundo de los negocios estaba en duelo.

Pasado el tiempo la gente de la alta murmuraba qu yo era el sucesor de Don Joaquín, el gran tipo.

Recuerdo pocas cosas de mi padre, una de ellas es que casi siempre jugábamos al ajedrez, cada vez que lo veía, claro, viajaba de aquí para allá, nunca estaba en la casa y no estaba de acuerdo con que estudiase filosofía.

No, su único hijo no iba a seguir el patrimonio familiar, su hijo no iba a renaudar el trabajo de su patriarca, yo solo quería ayudar a los demás.

Obviamente en la perspectiva de él y la mía no estaba en hacerlo con dinero, pensábamos, y ambos nos conectamos en ese sentido, que el ser humano necesita aprender a manejar sus propios instintos y a partir de ahí crecer.

Una vez que entré a la Universidad más cara de Lima no pude terminar la contienda moralista ni eufemista que creía llevar en la sangre.

Las cosas de mi padre no me interesaban, las cosas de mi madre mucho menos, debía de empezar a buscar el motivo por el que había sido hecho.

Él me daba una palmada en la espalda cuando era niño y me halagaba delante de los grandes, ellos me veían como el sucesor, fue tanta la decepción que cuando se enteraron que iba por filosofía la imagen familiar se cayó y la hegemonía no fue la misma.

"Joquincito se irá a la mierda" decían.
Joaquincito ya no era un pequeño, tenía dieciséis años y sabía que no podía vivir sobre la sombra de lo que no había luchado.

Aquella vez que hable con Mamá, ella se reía al contarme de cuán formal fue mi padre al conquistarla.

—Eran otros tiempos —murmuraba.
—No había Facebook.—me reía.
—Para nada, él me invitó a caminar un día, no tenía un centavo, y ya tenía veinte años.
—¿Pero entonces cómo se volvió tan grande? —pregunté.
—El amor Joa, el amor nos cambia, me hablaba sobre sus sueños y un recinto perdido de sus abuelos, sólo sabía que quedaba en algún lugar del pueblo donde venía, y ahí comenzó todo. Fuimos a buscar con dinero contado la fortuna, recorrimos todo el pueblo en un mes y medio.
—Y lo encontraron...—esbocé.
—Te equivocas—pronunció— No hallamos ningún recinto. Y para cuando queríamos regresar ya no había dinero.
—¿Qué hicieron entonces?
—Trabajar —contestó— Tu padre empezó a limpiar baños y a ordenar cuartos de un hotel que quedaba en el lugar, ahí fue donde lo encontró. Un día estaba de salida y habían cerrado la carretera, como no era mucho camino se fue a pie, dice que algo lo llamó a una esquina, al doblar encontró un puente, y debajo de ese puente estaba la fortuna.
—Increíble—dije.
—Rápidamente llamó a unos conocidos que tenía, estos le presentaron a unos sujetos muy bien vestidos y en dos semanas ya estaba siendo explotado el lugar.
—¿Y los pobladores no se quejaban?
—Justo debajo del puente había maleza, la gente usaba ese sitio para llevar su basura, nadie sospechaba que ahí estaba el éxito.
—Solo Papá lo sintió.
—Solo él.
—Pero, ¿Cómo quedó su trabajo en el hotel?
—Él ya tenía dinero suficiente para dejarlo pero decidió culminar su contrato.
—¿Por cuánto tiempo firmó?
—Seis meses.
—¡¿ESPERO SEIS MESES PARA DEJARLO?!—Repliqué sorprendido.
—Su mejor legado era su palabra, cumplirla, quedar bien con todos...
—Era su lema
—Siempre lo fue. Decía que lo más preciado que tiene un hombre es su palabra.
—Sé que todavía lo extrañas.
—Él sigue conmigo, cada noche pienso en volverlo a ver.
—Aún falta mucho para eso.—Exclamé mientras reía.
—Sí algo he aprendido en mis cincuenta años de vida—musitaba—es que la existencia del ser humano es tan inconcisa como sus miedos.
—¿Cuál crees que sea el verdadero propósito de la vida?
Hizo una pausa, una que la llevó por un arrullo de estrellas y contestó.
—Él amor. Sentir amor, amor verdadero, estamos aquí por eso, cada instante, eso no tiene fin.
Me quedé en silencio un rato y de repente, una emoción conectaba países.
—¿Sabes cuál el propósito de tu vieja madre Joa?—Me preguntó.
—Ser feliz...—añadí.
—Ser feliz y contar mi historia.
—¿Quieres expandirlo verdad?
—Tu padre leía mucho a Márquez, y cuando de me declaro me envió un fragmento en son de broma.
"Dile que sí, aunque te estés muriendo de miedo, aunque después te arrepientas, porque de todos modos te vas a arrepentir si le dices que no", ¿Y qué crees lo que pasó?—Preguntó por última vez.
—¿Qué?—Contesté.
—Nunca me arrepentí.

A. Neil.

El silencio del MarquésDonde viven las historias. Descúbrelo ahora