LOS AÑOS DEL CIELO.

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Esta historia va dedicada a todos aquellos que han tenido una historia difícil que no suelen contar. Va dedicada a las personas que quieren ser feliz de verdad.

Edición: JFran_18


Un día diferente, de repente, como ausente, escucho a la mina gritar desde lo lejos. Suelta lágrimas, es complejo. Intento hacer algo pero no estoy cerca. La maldad cada vez nos acecha.

Sobre todo a las personas buenas. Eso es lo que pienso. Si te contase acerca de él probablemente no respetaría su silencio.

Últimamente ya no he respetado a nada ni a nadie. Así que te diré lo que sucedió aquel cuatro detestable.

Estaba toda la familia sentada en cajas de cerveza comiendo lo poco que se tenía. Si no había para comprar sal, al menos juntos se estaría. El dinero cada vez nos era indiferente. Tanto que sino fuese por las cervezas que vendíamos, el hambre nos hubiese consumido.

Raras veces quise comer algo que me regalaban. Mi tía hablaba tanto de brujería que me hacía desconfiar de los demás: 'Hijito, las personas son malas, la comida que te den tírala o regálamela'.

Pero ¿Y si verdaderamente eran buenas las personas? ¿Si querían ayudarme por mi condición? ¿Cómo lo sabría? Nunca hubiese podido verlo. Siempre me tocaría el manto indeciso que nos hace temer lo ajeno.

En parte supongo que tenía razón. Solo que le faltó decir que ella era una de esas malas personas en cuestión. Tuvo a su primera hija a mediados de los noventa. Se creía la dama de alcurnia porque la hizo madre un arquitecto de mierda. Pronto llegaría la segunda. Esta fue forjada bajo límites abstractos. Todos sabemos que Yamil llegó al mundo para que su afamado arquitecto no la dejase ipso facto.

Mala fortuna. Ni dándole una pequeña más pudo detener el desastre de ser cambiada con holgura. La huida, o perdón. La terminación de su relación causó estragos en la familia.

Veíamos cada día su rostro amargo, tedioso, insípido. Que ya de por sí resultaba ser una mezcla del carajo junto a su mal genio. Nada le parecía bien. Era un denuedo enfrentarse verbalmente con ella. Tanto que si le decías que algo corrigiera de segurito te mandaba a la verga.

Una personalidad que hasta ahora repudio y menosprecio. Fue precisamente ese cuatro de Enero en el que empezó la tortura de los nuestros. La ex señora del arquitecto tenía una economía más estable que la nuestra. Mientras que nosotros éramos felices dentro de la miseria.

Sumergidos entre la hambruna decidimos hacer un negocio. Juntamos lo más que podíamos de los pequeños cachuelos físicos que hacíamos y al fin pudimos conseguirlo.

Hicimos mesas falsas con ladrillos y tablones que pronto se convertirían en mi congojo. La venta de pequeños escritos a mano dieron un resultado que hasta el día de hoy me cuestiono.

El asentamiento humano Carrión era naturalmente pobre. Pero cada vez que salíamos a vender poemas hacían fila para que los leyeran. Pagaban no menos de un dólar por cada papel escrito. Ahí, en ese montículo de hojas repleto de palabras con tinta azul, se alejaba lo inicuo.

Los vecinos se mataban de la risa con las ocurrencias de mi tío. Los más chicos se ponían en shock al leer las leyendas de mi abuela. Mientras que de mi parte solo encontraban memorias y cartas de ausencias. Se las escribía a cada persona que quería. Desde aquella señora que me sonrío y me compró los huevos que faltaban cuando tras un tropiezo rompí los que llevaba en mi bolsa, hasta la vecina que siempre hablaba mal acerca de nuestro pequeño negocio.

Todos escribíamos. Sin excepciones. Nos ayudábamos a corregir si había una falta de ortografía, así pasamos nuestra vida. Con el tiempo aquel proyecto creció. Cada uno con el dinero empezó una vida aparte. Dejaron a la literatura morir, perdieron el arte.

Otros perdieron eso que solo tienes una vez. La inteligencia cuesta tanto que no podrías pagarla así ofrecieses tu vejez.

Fui el único que siguió en aquel camino. Lleno de críticas y lamentos, noches de borracheras y soledad. Creaba combinaciones para encajar.

Empecé este oficio a los nueve años. Me ha costado ver como los míos se han ido derrumbando. A mi más grande aliado se lo llevó un cáncer desgraciado. Nadie lo puede superar. Es extraña esta nueva realidad. Inherente, me hace lamentar.

Veo mis manos y mi pantalón negro entallado, sin remiendas. Veo que todo ha cambiado. Por más irónico que parezca quiero decir que los extraño. Que a veces lloro en las madrugadas al escribir en ese pacto honrado de soledad que me inculcó indirectamente Gabo. Que no puedo evitar pensar en que las ideas son revolucionarias cuando existe unión, humildad.

Que los míos han caído por el abismo de la altanería.

Y yo, yo solo quiero ser feliz todavía.

A. Neil.

El silencio del MarquésDonde viven las historias. Descúbrelo ahora