Rave

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«Stereokid21, tienes un nuevo mensaje privado».

La pantalla del dispositivo de comunicación, conocido por las siglas C.A.D, vibró unos segundos mientras Spencer terminaba de darle un bocado al perrito caliente. Pulsó varias veces el botón de aceptar y se desplegó frente a él un extenso contrato que terminaba con una enrevesada firma electrónica. La empresa distribuidora de la app le pedía autorización para acceder a su banco de datos y al registro de logros pendientes que tenía acumulados en las últimas semanas. Todos los meses, el sistema reseteaba los logros menores y te informaba de aquellos que habías dejado pasar, y con los cuales adquirías mayor puntuación de fama. Perder fama significaba bajar en el ranking y él quería llegar al nivel cincuenta cómo fuera, tenía curiosidad por saber que ocurría una vez alcanzase el puesto.

—¿Qué es eso, Spence? —preguntó Julia, comiéndose a propósito la r final, inclinándose con suntuosidad sobre la mesa que los separaba, sus pechos arrastrándose sobre la superficie llena de migas de pan. Al ver el logotivo de la app, se le iluminaron los ojos —. ¡Yo también estoy jugando! ¿En qué liga estás?, ¿llevas mucho?, ¿tienes logros?

—Mes y medio —respondió el aludido mientras se terminaba el perrito caliente y empezaba a dar cuenta del refresco de uva que comenzaba a estar tibio —. Tengo logros, pero no voy a decirte cuales.

 A su costado, el grupo de chicos que siempre iban con su prima, empezaron a reírse mientras se aglomeraban alrededor de la mesa para visualizar un vídeo online. Sonó una música que parecía salida de algún anuncio infantil y en la pantalla apareció la azafata virtual que te guiaba a través del tutorial del juego hasta la introducción y el inicio.

—Vaya par de melones... —comentó el que tenía sentado más cerca, llevándose dos manos hacia el torso para posteriormente ahuecarlas y fingir que tenía dos pechos inmensos, mucho más grandes que los de la inteligencia artificial que salía en pantalla.

Un dedo recorrió el dispositivo y de pronto surgió un vídeo, que empezó a reproducirse a la mitad del contenido. El título rezaba: «Reto 27 de Miss Tea Party Room: Mamársela a un sin techo sin protección ninguna». En pantalla, una chica con demasiado maquillaje, y muy poca vergüenza, se esmeraba sobre la entrepierna descubierta de un hombre cuyos pantalones tenían tanta mugre, que difícilmente se podía adivinar el color original de la prenda. La cámara mostró el rostro enjuto y engullido por la prematura vejez de él, y los turgentes labios de ella, vestidos de carmín rojo. Los sonidos del vídeo hablaban de saliva en exceso, de gemidos de cartón por parte de ella, y palabras soeces de la boca maltrecha de él, de donde se habían desprendido ya cuatro dientes, dos superiores y otros dos en la fila inferior.

«¿Te gusta mi polla sudada y sin lavar? ¿Te gusta, eh puta, te gusta? Contesta».

Ella asentía, mientras tragaba como toda una profesional, hasta el fondo y con arcada, ahuecando la garganta. El rímel escurriéndose por sus mejillas. La barbilla mojada por su propia saliva. Las sucias manos de él cerrándose en sendos puños sobre el sedoso cabello de ella, empujando más y más, cómo si no hubiera un mañana. Cuando se corrió, lo hizo dentro de la boca de la mujer, quien se giró feliz hacia la cámara, enseñando el fruto de su esfuerzo sobre la lengua antes de cerrar la boca y tragar, su garganta subiendo y bajando mientras el esperma se acoplaba dentro de su cuerpo. Sonrió, e hizo el gesto de la victoria.

«Reto cumplido. Felicidades Miss Tea Party Room. Bonificación enviada. Puesto número tres mil quinientos cincuenta...cuarenta y nueve...cuarenta y...».

En ese punto, mortalmente aburrido y hastiado, Spencer dejó de mirar, recogió sus cosas y se levantó de su asiento para abandonar el comedor.

—Nos vemos, Julia.

The Game: PenalizaciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora