6.- El mercado de Burford

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Mayo de 1796

La noche antes de la partida Cathleen no pudo conciliar el sueño ni un solo minuto. La promesa de su padre la había desvelado por completo.

—En estos meses has trabajado mucho más que el tío Malcolm y que yo juntos —le había dicho George hacía apenas una semana—, y has mejorado lo indecible. Por tanto —había añadido después de hacer un paréntesis de reflexión— he decidido llevarte conmigo al mercado de primavera de Burford. Llevan mucho tiempo celebrándolo, ¡me atrevería a decir que siglos!(4)

Cathleen había creído, de primeras, que su padre quería gastarle una broma. Después, que no le había entendido bien. Y finalmente, que no estaba en su sano juicio.

—Padre, Ichabod enloquecerá —había asegurado ella, tiritando no de frío sino de pura emoción—. ¿Cómo voy yo a ir contigo a Burford? Debería ser el tío Malcolm quien te acompañase.

—El tío Malcolm también irá al mercado, hija, pero no al de Burford, sino al de Cheltenham. Y le acompañará Ichabod. No se enterará de que has venido conmigo.

—Tarde o temprano lo sabrá —había dicho Cathleen sacudiendo disgustada la cabeza—. Se entera de todo, en especial cuando se trata del oficio. No deja de vigilarme cuando estoy tejiendo o tiñendo.

—Harías bien en ignorarle. —George había soltado una risilla maliciosa—. Ichabod es un bobo de manual. No le hagas caso.

—Aun así creo que no debería ir contigo a Burford.

—¿Y por qué no? —El tejedor había mirado perplejo a su hija, y ella, buscando en vano una respuesta, se había limitado a soltar un tartamudeo ininteligible—. ¡Vamos, vamos! ¿Es que no te apetece venir? Si es así, lo entiendo.

Los ojos de Cathleen habían brillado de euforia y, en parte, de temor.

—No hay nada que me apetezca más, padre.

La sonrisa del maestro tejedor había sido entonces radiante. Se había aproximado a su hija, la menor de todas, y le había dado un leve y cariñoso pellizco en el mentón, como era su costumbre.

—Entonces decidido. Dentro de una semana iremos al mercado de Burford.

—¿Cuánto tiempo estaremos allí?

—Tres días con sus tres noches —había indicado George; al ver la cara de espanto de su hija se había apresurado a añadir—: Pero no te preocupes. Mientras estemos en Burford nos hospedaremos en una posada que ya conozco.

—¿Cuál?

The Lamb Inn.(5)

Aquella charla había tenido lugar hacía una semana, y para cuando llegó la víspera de la partida a Cathleen ya le parecía haberla soñado. Sin embargo George había sido claro. ¡En verdad iban a estar tres días seguidos en Burford! Podrían exponer sus telas, regatear por ellas, venderlas y promocionarlas. Y ella misma daría a conocer por vez primera lo que era capaz de hacer con un poco de hilaza y un telar.

Tras una noche de irremediable insomnio, Cathleen se había levantado descansada y fuerte como si hubiera dormido durante doce horas sin interrupciones. Se había vestido con las ropas que creía más convenientes para el viaje —un vestido de lana color granate, ligeras enaguas de algodón, una chaquetilla corta a modo de torera de tono castaño con mangas abullonadas y doble botonadura, un shawl o chal de punto blanco, y un bonnet a juego con el vestido—, había desayunado un buen tazón del porridge que su madre solía preparar todas las mañanas, y a punto ya de acabar había entrado su padre en la humilde cocina como un huracán, sobresaltándola.

La tejedoraWhere stories live. Discover now