Tomó el agua entre mis manos, haciendo que se escape por los pequeños huecos que hay entre mis dedos. Una lágrima resbala por mi mejilla, cayendo directamente a la tina, formándose parte da aquel líquido tan trasparente.
¿Por qué no tengo recuerdos de lo que es el exterior?, ¿Cuál es la razón de que conozca tan poco de lo que es la libertad?, ¿Cómo es que no tengo ningún recuerdo de quién es mi padre?, ¿la razón de que desagradablemente sepa tanto de la que considero mi madre?
—¿Artemis?
Ahogo un sollozo. Es mi madre, puedo escuchar su voz a través de la puerta del baño. Nunca permite que este bañándome a estas horas de la madrugada.
A esta hora yo debería estar encerrada en mi habitación bajo llave. Los criados siempre vigilan la puerta de mi cuarto. No puedo salir de ella, aunque tenga hambre, aunque tuviera deseos de ir al baño. Siempre está rotundamente prohibido que salga pasando la una de mañana.
Y ahora son tan solo das doce.
—ya deberías estar en tu cuarto. —me recrimina entre dientes.
No le respondo. Solo dejo caer la cabeza sobre mis rodillas, subiendo los brazos a los lados de la bañera. miro mi mano, está totalmente arrugada.
La puerta se abre de un portazo. Mostrándome a mi madre parada en el umbral de la puerta. Tiene los brazos encajados en sus grandes caderas. me mira, está roja de la ira.
Cierro los ojos y suspiro.
—¡¿Sabes la hora que es?! -me grita. Su voz es tan chillona y aguda que me da deseos de taparme los oídos. —¡Artemis Amira Angie!, ¡No puedo creer que me desobedeciste!
Se acerca con pasos rápidos y firmes a mi pequeña figura. Sus afiliados tacos hacen ruido contra la porcelana del piso. Como siempre, sus alas grises estan escondidas detrás de su espalda. Trae un vestido de seda completamente blanco. y, sin embargo, lleva colgando de su cuello el diamante que mi padre le dio dos días antes de su muerte, según lo que ella me había contado.
Se inclina y estira su muñeca. intenta tomar entre sus finos dedos mi brazo, hago el esfuerzo de esquivarla. Se queda varios minutos observandome con el ceño fruncido. Segundos después, alza su mano.
En milisegundos, puedo sentir como mi mejilla empieza a arder. El sentimiento me abruma, lo que hace que lleve los dedos hacia mi rostro. Rozo la llena de los dedos contra esta, en seguida, siento el punzante dolor.
Efectivamente, me ha golpeado. Y lo que es más doloroso que el golpe, es la razón de que no me extraña una reacción así de su parte. Esto se ha vuelto costumbre en ella.
—¡Mírate!, ¡Estás horrible! —me apunta con su dedo índice. Yo solo observo sus ojos. —. ¿Cuántas veces te he dicho que no puedes salír apartir de las doce?, ¿Eh?, ¡¿Cuántas?!
La histeria se hace presente en su voz. Miro su rostro. Contemplo sus facciones. Aguardo un instante para después bajar la mirada avergonzada, cuando siquiera tengo una pizca de vergüenza por lo que hice. Ante ella, es casi un peligro mostrarse segura de sí misma.
Morgana resopla. Debo tenerla cansada, y si soy sincera. No me importa. Ella lleva las manos a su cabello, y arregla con la palma de estás algunos cabellos que estaban sueltos. No le gusta el desastre, y eso lo entendí de la peor forma posible.
—levantate. —inquiere con voz firme.
Asiento levemente.
Me paro recta sobre mis piernas. Estiro los brazos a lo largo de mi cuerpo y dejo como las gotas se deslizan por mi cabello.
—sal de ahí.
Suspiro derrotada. Avanzo algunos pasos y salgo de la tina. Me quedo estática sobre el suelo del baño. Estoy haciendo un charco bajo mis pies. No entiendo la razón de que Morgana odie que este fuera de mi habitación a altas horas.
—vete.
Apretó la mandíbula. Estoy dando lo mejor de mí para no insultarla, porque sé que todo iría a peor. Observo la toalla que hay colgada en uno de los muchos ganchos de oro. La descuelgo, y con ella me enredo todo el cuerpo.
Troto descalza hasta la puerta. Antes de salir, le hecho un rápido vistazo a mi madre. Esta de espaldas a mí. Observa la ducha, sin hacer ningún movimiento. Su presencia me asusta de sobre manera, tengo miedo de que reaccione.
Me vuelvo hacia el frente.
Corro por los pasillos. El piso es bastante resbaladizo, por lo que intento no caerme en ningún momento. La luz de la luna se filtra por el ventanal, dejandome ver mis pies mientras corro.
Las lágrimas corren por mis ojos. Tengo el cabello desordenado, los ojos me arden y pican. Con una mano tengo bien agarrada la toalla para que no se caiga.
Me encuentro frente a frente con la puerta la habitación. Es del tamaño de casi toda una pared.
—¿Señorita?
Me giro al escuchar la voz de Tiara. La mujer que suele cuidar que no salga por las noches.
—¿qué? —preguntó secamente.
Ella me mira, arruga el entre cejo y retrocede sobre sus pasos. Ladeó la cabeza, le lanzó una mirada de odio. Es la persona más hipócrita que jamás vi es mi vida. Dice que está para cuidarme. Pero siempre es la primera es perjudicarme.
Estiro mi brazo y giró la perilla de la puerta. Se abre, generando un chirrido insoportable. Siento como ella posa sus manos en mi espalda, algo parecido a una presión se posa en esa zona.
Con fuerza me tiran hacia dentro del cuarto. Me enredo con mis propios pies, caigo directamente de cara al piso. Me giro, he intento ver la puerta. Qué se sierra detrás de mí. Pero antes de que lo haga, puedo ver la perturbadora sonrisa de Tiara.
La puerta se cierra. Dejandome en una horrible oscuridad. Chillo el nombre de mi madre, junto con una maldición. Me hago bolita sobre la alfombra, siempre le tuve pavor a los lugares oscuros. Me hacen sentir sola y abandonada.
Después de dieciséis años con lo mismo, ya puedo decir que se ha hecho costumbre.
Pero no podré confirmar que esto me hace feliz. Siempre buscan la manera de evadir que yo salga y conozca lo que hay después de los muros del castillo.
Y más que nada. Prohíben cualquier dato sobre los Demonios. Lo poco que entiendo es que son libres. Pueden sentir y ser lo que les plazca.
Y eso, a los Ángeles se les tiene terminantemente negado. No podemos volar pasando los límites de nuestro reino. Más bien, ellos no pueden. Por mi parte, nunca he volado.
Mis alas son simples extensiones de mi cuerpo que no uso para nada. Tampoco es que sepa cómo usarlas.
Sin que me dé cuenta, las lágrimas comienzan a bajar por mis ojos.
«libre» susurro antes de caer totalmente dormida, casi ahogada en mis propias lágrimas.
ESTÁS LEYENDO
El Príncipe De Las Tinieblas
FantasyLa primera palabra con la que ella nació, Su primer anhelo, su deseo más profundo, la esperanza con la que se levantaba cada día; la libertad. Deseo de poder explorar el cielo con sus propias alas, y tocar con sus manos ese hermoso color azul que pa...