Ángeles

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Un corte. Otro corte. Otros dos más. Ya són siete los cortes que adornan mi muñeca desnuda. Ya no duele, hace mucho tiempo que no siento ese dolor. Me derrumbo sobre el suelo del baño y pienso, una vez más, el porqué de mis actos. Ella sabe por qué, ella me dice que lo haga, que saque la rabia de mi interior a través de la sangre. No lloro, nunca lo hago, no dejo que me vean triste. Ella me apoya cuando estoy bien, pero me habla con frialdad y me hunde más en la mierda cuando el bajon nocturno hace su temible aparición. Ahora la veo, me dice que me muera, que no merezco estar viva y, por fin, creo que ocurrirá de verdad. Mi vista se nubla y la última cosa que veo antes de que los brazos de la muerte me abracen es a ella, escupiéndome en la cara e insultándome por lo bajo. Por fin me he liberado de esta tortura.

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