Escape

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Tratando de escapar de la ley y de mi propia culpa llego a esta isla supuestamente deshabitada, donde todos mis conceptos acerca de lo real comienzan a nublarse. Este lugar produce extraños sentimientos en mí. La soledad me invade y soy preso de mis pensamientos.

La duración de los días se altera constantemente, pero es en las noches cuando ocurre lo inexplicable. Se escuchan voces entre los árboles, suspiros que me atormentan. El aroma de un perfume de hombre se hace cada vez más intenso, me resulta familiar. Escucho pasos, me siento rodeado. El miedo de estar al pie de la locura se hace parte de mí. Pero de repente encuentro el origen del sonido, un niño, pero la oscuridad me impide ver su cara. Escucho su llanto y siento una inexplicable conexión hacia él. Me dice que se siente triste porque su papá, al igual que otras veces, se puso agresivo por culpa del alcohol. Sus palabras me parten el corazón y me recuerdan a momentos de mi infancia. Siento compasión por ese chico que está sufriendo. El niño corre y, mientras lo persigo en mi desesperación de no volver a sentir esa soledad intensa, su imagen se desvanece.

Sigo los suspiros, esperando encontrar a algún familiar suyo o cualquier otro signo de vida. Me cruzo con un adolescente, que mira desde lejos y con ojos de enamorado a una hermosa chica pelirroja, pero no hace nada. Ella se parece a alguien de quien estuve muy enamorado. Le digo que si la ama la busque y pelee por ella, pero parece no oírme. Me siento impotente y frustrado ante su decisión y su indiferencia.

Sigo caminando sorprendido por haber encontrado personas en la isla y con miedo de que me identifiquen, por lo que busco escondido entre los árboles. Veo a una persona agarrando algo de un bolso que parece ser de valor. Me encuentro con un hombre con una contextura parecida al anterior de unos aproximadamente veinte años tomando unas pastillas que definitivamente no son medicinas. Una parte de mí se siente identificada, los comprende.

Más tarde, alguien que busca consuelo se acerca hacia mí. Me cuenta entre lágrimas desgarradoras que por su culpa alguien murió, un policía. Me dice que sólo estaba tratando de defenderse, que no pudo manejar la situación incriminatoria en la que se encontraba. Y que llegó acá tratando de escapar de la ley y de su propia culpa.

Es entonces cuando su cara se hace visible con claridad y me deja helado. Soy yo mismo y mi culpa. Ese sentimiento horrible que no me deja dormir. El mismo que me impide reconocerme ante el espejo porque no logro aceptar mis actos; porque no puedo hacerme responsable de algo tan semejante como es la muerte de alguien. Me juzgan las cadenas de mi propia moral y me pesan cada vez más. Y de repente imagino mi vida sin ese peso, una vida en la que finalmente conviva con mis demonios sin sentir odio. Me digo que puedo perdonarme, que hay una salida, que está en mí vivir.

Habiendo visto mi vida a través de otros ojos es cuando al fin logro aceptar mi pasado, y mis realidades se vuelven a mezclar, devolviéndome a donde mi vida estaba por acabar. No sé dónde había estado hace un momento, pero supongo que sería algo así como un mundo entre los vivos y los muertos y que se me había dado una segunda oportunidad.

En la punta del edificio me encuentro entre aceptar las consecuencias o escapar. Recuerdo mi pasado, mis motivos, mis desgracias, mi sentencia. Pero esta no es a lo que más le temo, ya que no se compara a volver a sentir el remordimiento que por dentro me carcome. La ciudad está a mis pies. La idea de vivir me aterra y me abruma. Pero también la recuerdo a ella y pienso en buscarla. Y finalmente me doy cuenta de que estoy harto de escapar.

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