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Desaparece de mi vista como si estuviera huyendo de algo. No alcanzo ni siquiera a frenarla o a agradecerle por la bienvenida. Me deja tan sorprendido que ni siquiera acciono para ir tras ella. Aunque, ¿qué le diría? ¿Qué haría? ¿Rogarle que me cuente de dónde nos conocemos?

En cuanto dijo aquellas palabras, me tomó por sorpresa, pero ahora que puedo reflexionar un poco, me doy cuenta que tiene un rostro conocido. Aun así no logro definir dónde la he visto...

Casi sin darme cuenta, acciono y decido ir tras ella. Me dejo guiar por el impulso, pero una voz me frena.

—Tío, hay que esperar a mamá y papá.

En ese momento recuerdo que Luca estaba conmigo. Rehago mis pasos y lo tomo en mis brazos.

—¡Luchi! —le digo a mi cuñada—. Los esperamos abajo con Luca.

Tras su aprobación, bajo con mi sobrino en brazos rogando que la joven, mi nueva vecina, aun esté cerca. Quizás al volverla a ver logre definir quién es o al menos repreguntar. No entiendo por qué me quedó la duda... Aunque debo admitir que es muy linda. Tal vez sea eso. Quizás no la conozco, pero me quiero aferrar a esa idea para tener algún tema de conversación o algo que me facilite acercarme a ella.

No vuelvo a encontrarla durante ese día, pero aun así no dejo de pensar en su mirada, en su sonrisa. Algo me dice que la conozco, hay un recuerdo dando vueltas que parece no querer salir. Pero aun así dudo de la certeza de ese presentimiento. Podría salir y golpear su puerta para preguntarle directamente. Pero no tengo tantas agallas.

Mi hermano y su familia se van antes de que caiga la noche. Después de despedirlos y agradecerles por ayudarme con la mudanza, voy a la pizzería de enfrente a comprar mi cena.

Luego de comer, me acuesto y a oscuras, en silencio, dejo que el sueño venga por mí. Es la madrugada cuando despierto tras soñar con su mirada. Ella. ¿Cómo olvidarla?

Tal vez fue la imposibilidad de ese latido el que me hizo guardar el recuerdo en un rincón tan profundo que terminó por casi desaparecer. Recuerdo, ahora la recuerdo. La joven que vivía al lado de mi octava casa durante la preparatoria, la que me dio la bienvenida al barrio, la que admiraba por sus conocimientos y desenvolvimiento a la hora de hablar. Algunas veces coincidíamos en el camino de hacia la escuela... pero nunca hablamos. Yo tenía asumido que una chica tan aplicada y correcta como ella no se fijaría en un joven desastroso como lo era en ese entonces. Me divertía el asunto de observarla de lejos como un imposible más. Mientras tanto estaba con las chicas que me aceptaban como era o que al menos no les importaban mis errores.

Que loco este juego del destino de volver a ponernos lado a lado, como vecinos, en esta ciudad tan alejada de aquella en la que nos conocimos. Y tantos años después. Está cambiada, no lo dudo. Se la ve más... libre. Su cabello enrulado está lacio y ahora usa anteojos; todo aquello hizo que no pudiera unir la imagen de su recuerdo con la actual.

Esa noche no duermo muchas horas. Quiero hablar con ella y decirle que me acuerdo, que sé que ella es Fiorela, que me alegra encontrarla aquí, que la invito a tomar algo y que me gustaría conocerla... Bueno, tal vez esto último lo deje implícito.

De imposibles y otros supuestosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora