Capítulo 3

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Este capítulo está corregido por la editorial. 

...

William

Acomodo mi traje y bebo el último sorbo de vino. La oficina está muy atareada hoy. Generalmente siempre lo está, pero, cuando recibimos visitas importantes, me pongo excesivamente mandón y exijo que las cosas estén en su debido orden. 

Joseph Hovard es dueño de una cadena hotelera muy importante, con varias sedes alrededor de Europa y América. Mi padre y él siempre fueron amigos, es una especie de padrino para mí. Hoy firmaría un contrato con Oficinas Adams, el mejor productor de vinos de la ciudad, y yo tengo el honor de ser el presidente. 

Mi legado viene de la familia de mi padre. Todos fueron empresarios muy exitosos, grandes modelos a seguir. Cuando era pequeño, mi padre solía contarme historias sobre mi abuelo y mi bisabuelo, obviamente alteradas para la comprensión de un niño de nueve años. Yo me sentaba en sus piernas y escuchaba con atención, como si de un cómic de superhéroes se tratase. 

Siempre supe que heredaría este puesto, incluso antes de estudiar Administración de empresas en la universidad, y siempre me sentí orgulloso y agradecido por ello. 

El contrato que firmaremos facilitará a los hoteles de Joseph la concesión de la venta de vinos. Mi pecho se hincha, porque es un gran logro. Es esencial expandir horizontes y así lograr más reconocimiento y comercialización fuera de lo que siempre fue nuestra zona. 

La puerta de mi oficina e abre y vislumbro el traje color beige de mi padre. Él, como secretario general de la empresa y exdirector, debe estar presente en el acontecimiento. Él y yo somos bastante parecidos. Tenemos la misma nariz y una complexión física bastante similar, aunque mis ojos son más parecidos a los de mi madre que a los suyos. Le dirijo una amplia sonrisa y aliso las arrugas inexistentes en mi saco azul marino. 

—¿Estás listo, hijo? —me pregunta. 

De una manera casi mecánica, respondo: 

—Lo estoy. 

Resisto el impulso de sonarme los dedos. 

La puerta de la oficina vuelve a abrirse y Joseph ingresa en la habitación. Su cabello entrecano está perfectamente peinado hacia atrás con gomina y su traje hecho a medida está perfectamente planchado. En su mano sostiene un portafolio, lo que indica que no se quedará mucho tiempo. Al sonreír, se le forman arrugas alrededor de la boca y parece incluso más joven que los sesenta y cinco años que tiene. 

Abro la botella de vino y sirvo en tres copas. Papá bebe de la suya tan rápido que apenas lo registro. Debe estar ansioso, como yo. 

—Buen día —dice Joseph, y abraza a papá—. Qué bueno verte, Clark. 

—Igualmente, Joe. 

Luego, Joe se aparta y palmea mis hombros en un gesto paternal. 

—Estoy muy orgulloso de ti —susurra. Hago una mueca de agradecimiento—. Bueno, señores, hay un trato que firmar y, para mi mala suerte, no tengo mucho tiempo. 

Me acerco a mi escritorio y saco el sobre de papel madera donde tengo guardado el contrato, que se mantendrá por cinco años, hasta su correspondiente renovación. Nos toma alrededor de diez minutos decidir acerca de las primeras distribuciones del vino: si por todo el país o también hacia el exterior. Al final, quedamos en la segunda opción. 

Soy el primero en firmar en la hoja. Luego mi padre y por último Joseph. Este se acomoda la corbata y toma su portafolio. 

—Lamentablemente tengo que irme. Fue un placer hacer negocios con ustedes —dice—. Clark, salúdame a Clara. 

No puedo evitar hacer una mueca ante la mención del nombre de mi padre y el de mi madre en una misma oración. 

—Por supuesto, Joe. Y tú salúdanos a Teresa. —responde papá. 

Joe asiente y musita antes de irse con prisa: 

—Cuídense. 

Suelto todo el aire que no sabía que estaba conteniendo. 

—Salió bien —digo, porque no se me ocurre otra cosa para decir. 

—Gracias a ti, hijo —dice papá, sosteniéndome del hombro—. Estoy muy orgulloso de ti. 

Mi teléfono suena y me aclaro la garganta mientras lo saco del bolsillo del pantalón. Siempre está timbrando y me hace doler la cabeza, pero esta llamada en especial me retuerce el estómago. Cuelgo con la mandíbula apretada. El gesto capta la atención de papá. 

—¿Quién era? 

—Kirsha.

Los ojos de papá se encienden en señal de reconocimiento. 

—¿Esa chica que te persigue desde hace dos meses? 

—Esa misma. 

Kirsha es una mujer hermosa, no puedo negarlo. Pero carece de cerebro. No tiene nada que ver con su cabello, que es rubio; sus acciones, las cosas que dice, su voz... maldición, es como si fuera una bocina chirriante que no para de sonar y sonar. Ya no sé qué hacer para que me deje en paz, y es lo que le comento a papá. 

—Dile la verdad, hazla entrar en razón. —me aconseja.

—Lo volveré a intentar. —murmuro, y añado para mis adentros: "por millonésima vez consecutiva". 

Papá palmea mi hombro y me deja solo en la oficina. De inmediato, apago el aparato telefónico, por las dudas que Kirsha quiera llamarme de nuevo, y lo guardo en el bolsillo interno de mi saco. 

Levanto el teléfono fijo y me comunico con Glenn, el encargado de las admisiones. 

—Quiero que llames a Amanda Snow para confirmar su puesto como secretaria. Y cancela el resto de las admisiones. 

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Nueve meses contigo © *EN FÍSICO*Donde viven las historias. Descúbrelo ahora