El amor de un hombre

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Faltan tres días para que pasen por la tele el gran final de ''Lupas y Chupetas''.

Con más de treinta años de misterios, asesinos, cloroformo, detectives chupa paletas y mujeres en tanga, al fin terminarán las aventuras de Chupetas García, el mejor detective de todo México. El episodio será transmitido a las once y media de la noche por el canal cinco. Después de verlo te olvidaré para siempre. Mientras tanto, solo me queda escribir.


La idea fue de la abuela. Hace poco fui a su casa, después del último arranque de ira causado por tu culpa, que dejó mi departamento hecho un desastre. No entré en detalles cuando le platiqué mi problema, en parte porque no podía contar demasiado, y en parte porque ella ya conocía la versión oficial.

Tal vez nunca se enteraron de nuestra verdadera relación, pero mi familia sabía que eras una pieza importante en mi vida, y las semanas que le siguieron al 24 de febrero del año 2015, conté con el apoyo de la mayoría. Me arrastraron a su psicólogo favorito, limpiaron mi casa, me alimentaron, me dieron palabras de aliento y me prestaron dinero. Sin embargo, el caso se quedó sin resolver, se acabó el 2016 y poco a poco nadie volvió a mencionarte. Solo Katia me sigue llamando, preguntándome como me siento, y a veces se pasa para contarme chismes y obligarme a vivir como un hombre decente, sin embargo, no ha conseguido cambio alguno en mi comportamiento.

El resto me mira con asco y lástima cuando nos encontramos en las fiestas familiares. Las mismas personas que en 2015 se desvivieron por subirme el ánimo. Porque claro, es normal acabar hecho mierda cuando pierdes a un ser querido, pero permanecer hecho mierda durante dos años es enfermizo, antinatural.

Yo no los culpo. Es ilógico gastar energías en algo sin remedio como la muerte. Llorar por un cadáver que ya no piensa ni siente es estúpido, masoquista e innecesario. Yo sabía eso desde que era un niño, por eso no lloré cuando se murió mi conejo, ni cuando el abuelo falleció de un ataque al corazón. De la misma forma, me resultó indiferente cuando mi hermana se fue de casa, cuando la vecina con la que platicaba se mudó. Jamás creí en las personas indispensables. Esto me llevó a ser juzgado por no llorar en momentos que "lo requerían", y tuve que aprender a fingir.

Es curioso como las personas aman llenarse de reglas a la hora de comportase. Hay situaciones en las que debes ponerte triste y esos mismos sentimientos tienen límite de tiempo. Debes demostrarlos lo suficiente y no cruzar la línea que divide a los humanos normales de los emocionalmente inestables. Al parecer, yo crucé la línea. No es como que quisiera hacerlo. Soy un amante de la lógica y por eso soy el que está más molesto con la situación. Extraño al hombre que era antes. Todos extrañan al hombre que era antes.

Tenía que hacer algo, y cuando tomé la decisión de abandonar mi departamento en busca de respuestas, me acordé de la abuela. Ella fue la única que no trató de que llorase sobre su hombro cuando te fuiste. Ni siquiera me mandó una carta con sus condolencias. Era evidente que los actos del resto habían fracasado, así que ella era el último pariente que podía tratar de darme una salida.

Como su hogar queda muy lejos tuve que pasar la noche ahí, lo cual fue un fastidio porque sigue hasta la puta madre de gente. Muchos de mis primos, tíos y sobrinos se mudaron, pero llegaron otros a ocupar los espacios vacíos. Lo mismo con los amigos de la abuela.

Batallé mucho para que esos locos me dejaran hablar a solas con ella, porque no paraban de rodearla exigiendo atención. Considerando la cantidad de patanes que viven ahí, me imagino que solo les ha de tocar como veinte minutos de sabiduría de vieja al día para cada uno. Parecían chamacos en la hora del receso pidiendo su comida a los gritos.

Al final me atendió, y en resumen me explicó que escribir puede curar hasta el cáncer y que chingara mi madre. No fue la respuesta más satisfactoria del mundo, pero me dio una opción que todavía no intentaba. Aunque debí estar preparado para algo así. La casa de la abuela sigue siendo una biblioteca con camas y cocina, con todo y que cada año le roban ejemplares. Me contó que en 2015 se llevaron más de cincuenta libros. Eran varias sagas famosas con ediciones difíciles de conseguir. Le dije que se evitaría esa clase de problemas si no dejara que cualquiera viviese en su casa. Bien podría ser que en lugar de haber desaparecido unos libros hubiesen violado o asesinado a alguien.

Palabras siniestrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora