Y entonces lo sentí.
Me insultaron, me apedrearon, me cortaron en pedazos y me desecharon. Entonces se fueron y claro, por ley, yo debía limpiar. Cómo pude enderece mi parte más entera, o la menos rota, tomé un trozo del suelo y lo cosí donde debía. Parte por parte, pieza por pieza como en un rompecabezas, fui ensamblando ese mejunje de piel machucada, huesos rotos y emociones desparramadas.
Cuando solo quedaban fragmentos tan pequeños que no sabía cómo iban paré un momento. Respiré hondo y miré hacia arriba. La luna me sonreía, hermosa y sin lastima. Miré hacia un costado y allí estaba, era yo armandome de a poco, era yo pero con otro rostro. De repente se detuvo pensativa y miro a un costado. Me vio y me sonrió. Nos sonreímos como lo hacía la luna, libre de prejuicios, sin pena, sin lastima.
Y entonces lo sentí, era algo más que el amor, iba un poco más allá. Lo sentí envolviéndome en calor, lo sentí en el alivio que queda cuando el miedo abandona tu cuerpo, lo sentí como electricidad erizándome los bellos, lo sentí al verme reflejada en los ojos de mi otro yo que me miraba desde no tan lejos, y al sentir su mano sobre la mía, aún cuando ésta no estaba allí, y al sentir ese mismo tacto en mi otra mano.
¿¡QUE!?
Me volví hacia el otro lado y allí había alguien más, ella ya estaba en pie y tomada de la mano con otra a la que aún le faltaban partes. Yo era todas y todas eran yo, pero con rostros diferentes.
Y así el sentimiento creció, creció, hasta que creí que ya no me entraría en el pecho. Cerré los ojos por miedo a explotar y mi pecho parecía no dejar de crecer. Cuando por fin abrí los ojos ya estaba de pie, encastrando los últimos trocitos de mi.
Ahora todo tenía más color, más vida. No sabía si tendría la fuerza para hacerlo, pero comencé a caminar y mis piernas no cedieron, se fortalecían a cada paso, mientras tanto ese sentimiento extraño y maravilloso seguía creciendo. Me acerqué a una de las Yo Con Otro Rostro que tenía cerca, una que recién terminaba de coser su primer fragmento de si misma. Me miró con terror, el mismo que yo sentía antes de ver la luna, pero le sonreí. Le sonreí y le tendí mi mano. Me quedé asi hasta que su expresión poco a poco fue cambiando, se fue suavizando. Me quedé asi hasta que ella logro sonreírme del mismo modo que yo lo hacía. Lentamente estiró su mano, incompleta todavía, y sujeto la mía.
Al sentir, está vez de verdad, su tacto, el sentimiento que me invadía al fin explotó y esta vez yo crecí. ¡YO fui la que creció! Y lo entendí, entendí todo.