Pasaron tres meses desde la fiesta. Durante ese tiempo, los papás de Valentina se dedicaron a investigar todo acerca de la transexualidad en adolescentes. Consiguieron una clínica con un equipo de endocrinólogos, psicólogos y médicos capacitados para atender y seguir estos casos. Comenzaron con una reunión entre sus padres y todo el equipo de médicos que acompañaría al chico en su transición, luego, las citas con la psicóloga ayudaron a su madre a comprender y sobrellevar el cambio de la mejor manera posible.
—¿Por qué tienes esa cara, Vale?
El chico infló las mejillas, cruzando los brazos sobre el pecho.
—Es que creí que hoy iba a comenzar con las inyecciones de testo. Ya me hice todos los exámenes y salió todo bien. Incluso mi endocrinólogo me dijo que esta es la edad perfecta para comenzar el cambio.
—Bueno, no seas impaciente... —dijo su padre—, antes de comenzar con las inyecciones tienen que asegurarse de que todo estará bien. Con tu madre pusimos como única condición que se cuidara tu salud antes que nada, y eso es lo que están haciendo. Hay que esperar los resultados de tu último análisis de sangre.
—Sí, ya lo sé... —respondió, luego de arrugar la boca.
—Mira, cuando lleguemos a casa, tu mamá quiere salir contigo para comprarte algo de ropa. Quizás eso te anime un poco.
Su padre miró la sonrisa disimulada de su hijo a través del espejo retrovisor. Esa sonrisa que le hacía sentir el mejor padre del mundo.
—¿Me va a comprar ese jean que habíamos visto en la tienda la otra vez?
—Puede ser.
. . .
—No, Ana, no es una etapa, ya te lo dije. La semana que viene quiero ir por allá a visitar a mamá, si quieres nos reunimos y te explico bien como será todo.
—Te volviste loca, Alejandra, le vas a inyectar hormonas a tu hija porque de repente se le ocurrió que quiere ser un hombre.
Alejandra respiró profundo y cerró los ojos antes de contestar.
—No se le "ocurrió", Ana. Se llama transexualidad, y es algo muy común entre muchos adolescentes. Vale estará acompañado de un equipo de médicos capacitados para llevar su cambio adelante, yo no le voy a inyectar nada.
—Vas a matar a mamá de un disgusto, acuérdate de lo que te digo.
—Basta, deja de torturarme, te llamé para contarte esto porque eres mi hermana, y Vale es tu sobrino. Si tú prefieres quedarte enfrascada en tus propias ideas, bien por ti, pero no vengas a sermonearme, Ana. Estoy haciendo lo que es mejor para mi hijo, a mí también me costó entenderlo, pero las cosas están así. —Escuchó el auto y las voces de su esposo y su hijo al bajar—. Te llamo luego, ya llegaron. Ni se te ocurra mandarle ningún mensaje diciéndole nada raro, porque te voy a buscar y te arranco los pelos, ¿oíste? Mándale saludos a mis sobrinas, dile que las amo, adiós.
Se guardó el teléfono en el bolsillo del pantalón, para luego pasarse la mano por la cara, con la esperanza de borrar todo vestigio de molestia. No era la primera conversación sobre el tema que acababa en una discusión. Sus dos hermanas ya estaban al tanto de la transición de Valentín, pero a la mayor le estaba costando demasiado asumirlo. En el fondo, Alejandra entendía lo que ellas sentían. La reacción de sus hermanas le recordaba a ella misma en sus momentos más negados, sin embargo, ver el rostro feliz de su hijo cada vez que tenían algún gesto con él, era lo más hermoso que podía sucederle. Cosas tan simples como regalarle una camiseta, o llamarlo por los pronombres correctos, eran un paso más para contribuír a que Valentín se sintiera seguro y confiado. Poco a poco, su princesa estaba desapareciendo, Alejandra sabía que en cuanto comenzara a tomar las hormonas, todo cambiaría radicalmente, jamás estaría del todo lista para ese cambio, pero estaba dispuesta a apoyar a su hijo si eso significaba su felicidad.
—¡Hola mamá, me voy a poner el binder y bajo enseguida! ¿Puedo llamar a Abigaíl para que vaya con nosotros?
Alejandra sonrió, acercándose a su hijo, que casi estaba de su estatura.
—¿Y mi beso? —El chico se acercó, mordiéndose el labio inferior. Rodeó el cuello de su madre con los brazos y le regaló un ruidoso beso en la mejilla—. Ahora me gustó más, que no se te pierdan los modales, niñito. Sí, puedes llamar a Abi. Voy a ponerme un par de zapatos cómodos y salimos, ¿cómo les fue en el médico?
Al ver el puchero de su hijo, supo que todavía no habían buenas noticias.
—El endocrinólogo dijo que prefiere esperar a ver los análisis de sangre para darle la primer dosis de testosterona. Van a probar con los inyectables, y si es demasiado invasivo lo pasarán al gel. Pasamos un buen rato hablando con los médicos, incluso le recomendaron usar "Minoxidil" para acelerar el crecimiento del vello facial, pero este médico es bastante quisquilloso y prefiere que espere un poco.
—¡Si pasamos por alguna farmacia voy a preguntar por el "Minoxidil"! —gritó Valentín desde su habitación.
—No vas a ponerte nada hasta que el médico lo autorice, muchachito, no hagas que se me pongan los pelos de punta.
—¡Pero no hay nada de malo en preguntar, mamá! Es para ir sabiendo...
—Y cuidado con ese binder, el médico te dijo que no te lo apretes demasiado porque te puedes lastimar —dijo su padre.
Ambos escucharon un bufido. Compartieron una sonrisa cómplice, Fernando estiró la mano para acariciar la mejilla de su esposa, y esta ladeó el rostro, acompañando el mimo sutil.
Una vez, la madre de Alejandra le dijo, en una de sus tantas discusiones durante su adolescencia, que los niños no venían con un manual entre los pañales, y las mamás tampoco tenían uno. Ser padre es algo que se aprende sobre la marcha, cometiendo errores, y en ese momento, Fernando y Alejandra lo comprendieron. Los tropiezos fueron duros, en ocasiones fue difícil levantarse, pero allí estaban, siendo una familia, aceptando, comprendiendo, apoyando y principalmente: amando incondicionalmente.
—¡Ya estoy listo!, ¿nos vamos?
FIN
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Mamá, ¡soy un chico!
Short StoryLa mamá de Valentina es una mujer ortodoxa que no acepta que su hija es diferente. Es su padre quien le abre las puertas y le permite expresar su sentir, y es allí cuando las cosas en la familia comienzan a cambiar drásticamente. Historia dedica...