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     Han pasado unos minutos, creo que ya va ser hora de irme. Solo quería esperar a que el tren pase una vez más, sé que aquel ruido es muy inquietante para algunos, pero a mí me trae mucha paz, lo suficiente como para librarme de mis pensamientos, aunque sea solo por unos simples segundos.

     Mateo se ha ido con Sara hace ya un buen tiempo, tal vez ya hayan llegado a casa. Me pregunto si mamá ha de estarme esperando. Y allí a lo lejos, venía dejando atrás todos sus prejuicios y tempestades, el tren de la vía olvidada, ya casi nadie subía en él, ni siquiera yo, pues no sabía a donde me llevaría.

     —¡Suban de una vez! No tengo todo el día señores —El conductor del ferrocarril era uno de mis más grandes amigos, aunque nunca se lo había comentado ¿Acaso aceptaría mi amistad?

     —Hey señor —Me miró con intriga ¿Nunca me habría visto? Lo dudaba, estaba siempre sentado en aquel paradero, a veces leyendo, otras escribiendo, pero nunca sintiendo—. ¿Quiere mi merienda? Al parecer trabaja todo el día, puede que ni siquiera haya probado un bocado en todo el tempestuoso día.

     —¿Me darás tu comida? ¿Acaso te has vuelto loco chico? —Sonreía pensando que decía puras mentiras ¿Por qué no me creía?—. Vete a comer y deja de jugar con las personas.

     —No estoy mintiéndole —Hablé mirándolo muy severamente, no me gustaba levantar testimonios inciertos—. Vamos, sé que quiere. Tome es suyo.

     —Si tanto me ofreces —Decía recogiendo de mis manos el pequeño refrigerio.

     —Listo —Sonreí alejándome de la cabina, sentía que había hecho lo mejor o eso pensaba, al fin y al cabo, no quería comer.

     —¡Espera chico! —Exclamó haciendo que girase—. Gracias... ¿Deseas ir a algún lugar?

     —¿A la plaza? ¿Podría llevarme allí? —Preguntaba esperanzado, nunca había ido y tal vez sería uno de mis más grandes aventuras.

     —Claro, sube —Sonrió dándole un gran mordisco al emparedado—. ¡Nos vamos!

     Mis pies caminaron hasta encontrar un sitio adecuado, quería estar rodeado de personas desconocidas. Sonaba raro, pero aunque ellas no me conocían, sentía que podría sentirme como en casa, una manía muy extraña. Miré una vez más el reloj, se estaba haciendo tarde y cuando pensé en bajarme, la puerta del tren se abrió nuevamente.

     —Buenos días —Saludó un chico, intentando ocultar las marcas en su brazo. Se había cortado ¿Por qué? ¿Acaso el también sufría?

     Se sentó en frente de mí y esperando a que terminaran de cerrar las puertas, unos dos chicos más ingresaron.

     —¡¿A dónde crees que ibas marica?! —Gritaron, llamando la atención de todos los demás pasajeros, al parecer se trataba de alguien gay. Pero ¿Por qué el abuso?

     —Por favor no me hagan daño —Sollozaba ocultándose entre las mangas de la polera, la misma que se resbalaba más y más, dejando a la vista los cortes bruscos y sin piedad alguna.

     —¡Mátenlo! —Gritó la señora que se encontraba al lado mío.

     Estaba nervioso por alguna razón, pero no podía saber el porqué de aquellos sentimientos tan raros. Mi alma se había escarapelado al escuchar aquellas palabras que asordaron mis oídos. No podía resistir más ¿Qué podría hacer? 

 No podía resistir más ¿Qué podría hacer? 

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LUCAS, ES MI NOMBREWhere stories live. Discover now