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  Sus reclamos de niña inmadura no me disuadieron presentarme en el café el sábado siguiente. No cambiaría mis costumbres por ella. Y al parecer, ella también razonó de esa manera ya que como todos los sábados, vino a hacer sus tareas en la misma mesa. Podría haberse sentado en una mesa alejada de la mía pero parecía que a la niña hetero le gustaba que la mirara.

  A lo mejor pensaba que no me atrevería a seguir mirándola. De todos modos pensó mal porque incluso dejé que mis ojos pasaran más tiempo que de costumbre admirando sus rastros y sus formas. Sabía que la estaba mirando pero en ningún momento se atrevió a mirarme. Seguía fingiendo estar concentrada en sus apuntes pero a veces se ruborizaba y yo sonreía, sabiendo por qué lo hacía.

  Pasamos las siguientes semanas así, ella tratando de ignorarme por completo aunque con el tiempo le era cada vez más difícil no mirarme también, y yo disfrutando de su aspecto molesto y nervioso en mi presencia. Todo seguía igual hasta que un día volvió a acercarse a mi mesa, antes de que me trajeran mi desayuno.

__ Te equivocas si crees que puedes intimidarme. __ Levanté la mirada y cuando mis ojos se encontraron con los suyos, puedo asegurar que sí la intimidaba. Sonreí.

__ No es mi intención.

__ Si no dejas de mirarme de esa manera, le diré a mi padre que no te deje entrar porque te gustan las menores.

Me reí.

__ Si eso es lo que te preocupa, tienes que saber que no soy tan vieja. Solo tengo veinte años. Y tú supongo que tienes... Dieciséis? Eres bastante grandecita para defenderte sola de las adultas pervertidas, si es así que me ves. __ expliqué con un tono burlón.

__ Diecisiete.

__ Bien. __ me encogí de hombros y la seguí mirando, esperando a que dijera algo más.

Sin embargo, no dijo nada más. Solo se quedó parada ahí, mirándome unos segundos, antes de volver a su mesa. Pasó una mano en su pelo, desesperada y siguió estudiando. Me miró otra vez pero desvió la mirada cuando le guiñé un ojo y se dio cuenta de que seguía mirándola.

  La semana siguiente, no estaba sola. Llegó con un chico que parecía de su edad y yo me reí en silencio. Estaba tratando de darme una prueba de su heterosexualidad. Me pareció patético pero admito que fue bastante divertido ya que no por eso dejé de mirarla y ella me dedicaba miradas asesinas.
  No volvió a invitar a nadie desde entonces. Todo volvió a la normalidad, yo mirándola, y ella tratando de ignorarme. La verdad no entendía por qué la molestaba, debería sentirse halagada.

  Pero todo cambió el mes siguiente. Entré a la cafetería y me senté como siempre pero llegó el padre de Camila a darme una mala noticia.

__ Hola, señorita... Siento decirle que va a tener que hacer otro pedido hoy, ya no hacemos cruasanes.

__ Qué? Pero por qué? Si, es un clásico y ustedes los hacen mejor que nadie.

__ Decidimos cambiar nuestras especialidades. Quiere probar algo nuevo?

__ No. Solo un capuccino por favor.

Si, eso para mí era una mala noticia. No podía imaginar mis sábados sin esos cruasanes. Tenía  una obsesión con esta receta y tampoco quería ir a buscar otros en otro café. A lo mejor era una señal para que cambiara mis costumbres.

  Cuando llegó Camila apenas la miré y simplemente me dediqué a estudiar y a tomar mi capuchino. Se acercaban los exámenes y no tenía tiempo que perder mirando a una niña inmadura que me despreciaba.

La Chica del Café Donde viven las historias. Descúbrelo ahora