Moi Milyy!! (Heladito de limón)

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Era como un ensueño rosa de día de San Valentín.

Yuri se había perdido, perdido para siempre, desde el mismo momento en que dejó de lado la frivolidad del día, y su cabecita se fue a pasear a un universo mágico, solo para él, que se creaba en medio de las tacitas blancas; los colores irreales del helado a medio derretir; el sonido inconfundible, pero lejano, de un tetera afónica...

Podría decirse que soñaba. Soñaba un poco.

Se mordía la boca sonrosada, formando una sonrisa tras el puño en donde apoyaba el mentón, un jugueteo recóndito de su ilusionada ansiedad, mientras sus ojos claros solo se preocupaban en lo verdaderamente importante a esas horas de la mañana. Navegaban ensoñadores, siguiendo la línea perpetua de la gloriosa espalda cuadrada, la sombra del corte del cabello oscuro, la calma perenne que se podía adivinar en el rostro varonil.

A esa hora, en medio de tantas cosas a medio hacer, el jovencito solo miraba a su compañero... a su amigo Otabek.

Él no parecía hacerle caso para nada. A esa hora, su mente solo se concentraba en mover las manos recias, simulando dibujar letras grandes con un marcador de colores, en estirar limpiamente una especie de hoja blanca encima del mostrador. Hacía tareas mundanas e inútiles, pero tenía la capacidad innata de lograr convertirlas en una maravilla de misterio y de genialidad.

Ni siquiera el mismo Yuri podía entenderlo. Pero le daba igual. El gusto de la vista no se lo quitaba nadie.

Otabek volvía a rayar algo, volvía a mirar su obra con ojos satisfechos. Su rostro no se movería para nada, a excepción de su mirada, y aun así, su amiguito embobado podía adivinar que estaba contento por algo.

Ah... si le pagaran por el trabajo de tiempo completo de mirarle con ganas...

Ay... ¿Quién más puede verse tan genial mientras está... está... haciendo... algo?

—¡Yuri! ¡Ya te vi, no estás haciendo nada! ¡Apaga de una vez esa tetera!

El niño arrugó la nariz, la boca se desdibujó en una mueca fea. Su momento de contemplación total se había arruinado, y sabía perfectamente quién había sido el causante de su mala fortuna.

Sin duda, esa era la voz de su jefe, Yakov. Y no le iba a dejar tranquilo, ni siquiera por el día de San Valentín.

—¡¿Qué no me oyes?! —le recriminaba su jefe gruñón desde una de las cortinas que cubrían la trastienda—. ¡Apaga la tetera!

—¡Sí! ¡Ya te oí, Yakov! ¡Ya!

Tuvo que dejar al buen Otabek en medio de su labor infructuosa, mientras que él regresaba a la triste realidad de su destino.

No había estado soñando en medio de colores pasteles, sino que se había quedado en medio de las cuatro paredes de un pequeño café acogedor, con todo y sus mesitas blancas, sus sillas acolchadas, y su puerta elegante de vidrio recién lavado, la cual ya se veía abierta hacia un pasillo poco concurrido. Ya no estaba disfrutando con la vista al joven Otabek, solos los dos, ellos dos y un montón de boberías color helado artificial; sino que se proponía a cumplir cada grito de su jefe, mientras que su amigo se dedicaba exclusivamente a terminar unos carteles de anuncio de ofertas, tan propias de esas festividades cursis.

Así estaban las cosas en el café. Solo eran Yakov, y dos chicos medio atolondrados, compartiendo por completo el turno del día, luciéndose pulcros en sus ridículos uniformes blancos de mandil de colores vivos, atrapados hasta que terminase el día festivo.

El café Moy Milyy!! ya había abierto sus puertas por completo.

En el fondo, Yuri estaba más que satisfecho. Justo en el día más empalagoso del año, les había tocado el mismo turno a él y a Otabek, por primera vez en los seis meses que venían trabajando en la cafetería. Sus horarios estaban tan trastocados que apenas si se podían ver a la hora del cambio de turno...

Moi Milyy!! (Heladito de limón)Where stories live. Discover now