El imperio argénteo, una superpotencia como la que no se había visto en milenios, con sus avances en tecnología y las artes mágicas, como la hechicería y la alquimia, logró alcanzar un poder como ningún otro.
Con un territorio que se extendía alrededor de 10 millones de km2 desde los picos nevados de Carsprit al sur hasta los baldíos profanos de Eisenred en el norte, desde las playas tropicales en las afueras de la capital al oeste hasta el desierto del Labeats en el oriente.
Y en el centro la joya del imperio, el bosque áureo, una gran foresta de arboles dorados que alcanzaban los 5 metros de altura, cuya belleza era capaz de relajar al corazón mas duro, los arboles según los locales poseían hojas medicinales y según es sabido su sabia tenía propiedades psicotrópicas.
La majestuosidad del lugar era impresionante, más en el medio de ella se hallaba de pie, alzándose por sobre los árboles, una criatura enorme de unos 17 pies de altura que realizaba un extraño rito que estaba volviendo las doradas hojas a su alrededor negras, como si estuvieran siendo carbonizadas. De entre el negro suelo empezó a alzarse una plataforma de ladrillos lustrosos negros, luego una columna, una sala, un mausoleo completo surgió de entre los cuerpos de animales y las plantas marchitas, frente a esta estructura se hallaba erigida una estatua de una criatura aberrante a la vez que misteriosa, con facciones de criaturas marinas pero con alas de ave y zarpas.
En la lejanía, a miles de pasos, un cazador miraba impresionado al enorme ser haciendo aquel oscuro ritual. El joven, de cabellos rojos como la sangre, bajó de uno los arboles el cual estaba al borde de la zona muerta causada por aquel ser perverso, el cual tenía un aura de maldad que se sentía a kilómetros de distancia, y se dirigió a las ruinas de la ciudad de Aanderthal, la cual fue destruida durante la guerra que padecía el imperio.
En la ciudad yacía un anciano famélico, agobiado por una enfermedad que había estado mermando su vida poco a poco. Su piel escamosa y áspera. Sus uñas matizadas de un gris amarillento. Sus ojos, opacos, blancos y carentes de vida.
La cama, al igual que la habitación, en la que estaba reposando la desagraciada figura, se hallaba sucia y deteriorada debido a las plagas y a la enfermedad que acortaban la vida de su dueño. El piso estaba manchado de sangre, pero no del viejo sino de una bestia que yacía tendida, sin vida en el suelo con una herida en el cuello.
Frente al viejo se encontraba una figura, recubierta en ropajes blancos, grises y azules. Con cabellos carmesíes, unos ojos verdes como los árboles y una boca que se veía gris por la poca luz, la figura portaba una espada con la hoja tan roma que convertía ese viejo artefacto cortante en un arma contundente, aunque con una punta bastante afilada que más que para hacer estocadas era para perforar hierro, carne y huesos.
-Hace mucho tiempo que nadie venía por estos lugares, viajero. - dijo el agonizante anciano con la mirada perdida -Dime quién eres y que buscas.
-Mi nombre poco importa. -respondió el joven. -Y mi misión es la purificación de estas tierras. Ahora revela tu verdadera forma, demonio.
Sin previo aviso unos dientes filosos y puntiagudos empezaron a salir de las encías del viejo, sus ojos eran rojos, inyectados en sangre y el odio más primigenio. Su piel se tornó de un color carmesí tan brillante que irradiaba calor. Y sus corneas se tornaron amarillas con las irises negras como el más profundo de los abismos.
-Enhorabuena humano. -exclamó el señor de las tinieblas. -Has logrado encontrarme, pero ahora he de preguntarte, ¿cómo piensas derrotarme a mí, el gran demonio Mazaltef? - decía la criatura con su voz profunda en un tono arrogante.
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Red de tinieblas
Fantasyesta es una novela en la que estoy trabajando desde hace un tiempo, acepto sugerencias