Uno.

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-Yo... Perdón, no me estaba fijando... -escuchó cómo se disculpaban torpemente.

Un par de grandes ojos, no; enormes ojos interesantes le miraban expectantes y curiosos. Eran bicolor, oscilaban en el color ámbar y verde amielado, cada ojo distinto, una característica apenas perceptible, pero que estaba ahí. Había topado con una chica, de apariencia no mucho menor que él, llena de pecas y cabello enmarañado. En otras circunstancias le habría parecido... ¿Adorable? Tal vez hasta bonita, pero no esta vez.

Elías limpió con el dorso de la mano sus ojos y se aclaró la garganta, logrando una voz grave y ronca, que mezclaba odio, dolor y un poco de pena a sí mismo.

-Será mejor que la próxima vez mires mejor, ¿no crees? -Habló en un tono que salió mucho más seco de lo que quiso, incluso a él le sonó bastante mal, a él, que estaba acostumbrado a ser arrogante y grosero.

-Bueno. Ya me disculpé, ¿o no? -Respondió firme y sonando más dura.

Sí, mucho más que Elías.

-Estúpida niña -farfulló en voz alta y siguió caminando, justo antes de comenzar girar la llave para entrar en su habitación escucho como le decían «idiota llorón», volvió la mirada para enfrentarle, pero la chica había desaparecido del pasillo donde quedó sólo un poco de olor a dulce con lavanda, y el deje de un insulto resonando en aquellas pálidas paredes.

Lo lógico era esperar que él se enojase, pero se sintió bien por un momento. Finalmente alguien ­-una niña, pero Alguien a fin de cuentas- le había tratado como merecía, porque sabía que no podía ir por la vida como un hijo de puta hiriendo gente sin recibir nada a cambio. No.


.


El reloj cucu hizo un estrepitoso sonido al anunciar que eran las doce de la mañana.

Cucu. Cucu. Cucu.

Elías medio paranoico, medio histérico, seguía tumbado viendo como psicótico al techo color hueso de la habitación, iluminado únicamente por el tenue y característico resplandor de la luna que se filtraba por las cortinas de gasa.

Hacía frío, pero él sudaba y sentía que un cosquilleo molesto le recorría cada extremidad, como cuando el cuerpo pide a gritos correr, caminar, moverse. O hacer algo con su vida.

Se levantó perezosamente para mirar por la ventana. Desde el piso tres la vista no era bonita, ni siquiera interesante, pero algo llamó su atención del parque de enfrente; que no era algo, era alguien que se movía enérgicamente en los columpios haciéndolos rechinar en cada vaivén.

Le pareció realmente interesante ver a alguien divertirse en tan tétrico escenario. Y enigmático. Podría tratarse de alguien nuevo, fuera de serie... o un asesino fuera de serie, en todo caso. Sintió, no ganas, la necesidad de ir ahí y ver de quién se trataba.

A tientas llegó a la puerta y del perchero que estaba al lado de ésta, cogió el abrigo negro que antes había colgado y así corrió escaleras abajo, desesperado por no perder a la imagen borrosa que se mecía en los columpios. Salió del edificio jadeando, tomó un respiro y ahora con más calma pero a paso veloz cruzó la calle para dirigirse al área de juegos.

Cuando su alta figura estuvo ya lo suficientemente cerca, por fin pudo descubrir de quién se trataba.

La chica que estuvo jugando clavó los pies en la tierra para logar detenerse e hizo que se desprendiera una pequeña humeada de polvo que le ensució los zapatos negros de cintas. Elías fue a sentarse al columpio de al lado sin más que hacer una casi inexistente inclinación con la cabeza en señal de saludo que no fue correspondida.

Café Amargo. ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora