Dos.

35 2 0
                                    

Elías se desanimó ante la ahora inminente posibilidad de que ella no fuese a regresar a la noche siguiente. Cayó en la en cuenta de lo cambiante que había estado su actitud ese día, ¿qué era eso de la inminencia y preocupación? ¿Es que no había maldecido a la chica apenas unas horas antes? ¿Qué era diferente ahora?

«Es nueva, necesitas que alguien diferente entre a tu vida. Es todo». Asintió para sí mismo para convencerse, como si al asentir evaluara su respuesta y reparara en la cuenta de que debía estar en lo correcto, que si no era la verdad, por lo menos estaba cerca.

Mentalmente se dio tres bofetadas. Una en cada mejilla y otra en la frente.

«Por idiota».

Y es que sólo esa razón se le ocurría para explicar el por qué Catrina se había ido de repente: ponerse a decirle sus conflictos personales como si no fuese a resultar incómodo. Aunque había sido ella la curiosa que pedía saber la razón que lo había puesto mal, a veces se hacen preguntas imaginando una respuesta simple y tonta, para luego acabar enterándose de algo completamente ajeno y contrario a lo que creído. Elías pensó que la chica sabía fingir muy bien, que su charla de las personas valientes y rotas había sonado casi real. ¿O sí lo era? La gente no siempre va preparada con palabras sabias y reconfortantes para un extraño, no a menos de que lo crean o lo sientan.

No importaba, no le importaba si había fingido, le gustó escuchar lo que Catrina dijo y lo más importante es que le había hecho sentir bien cuando ni él mismo lo había logrado hacía días.

Aspiró hondo dejando que el frió aire le recorriera y helara las fosas nasales, al exhalar una pequeña nube de vapor se hizo presente. Cuando veía desaparecer el humo posó la mirada algo más al frente, algunos metros más adelante, justo al lado de lo que parecía ser la única farola parpadeante del parque, vislumbró una sombra sentada en una de las bancas del lugar. Sentía como que la mera imagen le atraía cual imán, pero sentía miedo. Decidido se levantó del juego y mientras caminaba a paso lento, uno de los autos pitó en la esquina, llamando su atención para luego seguir conduciendo como si nada más lo hubiera hecho por impulso.

De reojo vio que la farola dejó de parpadear, y al volver la vista a la banca, la sombra había desaparecido.

Y como lo había estado haciendo últimamente, corrió tan rápido como pudo, para encerrarse y hacer un intento frustrado de olvidar cosas que se esforzaban por permanecer presentes hasta quién sabe cuándo.

.

.

.

«-Me refiero al hecho de que si has sentido miedo, nada paranormal, ningún miedo compartido, hablo del miedo puro.

Agitó la cabeza en señal negativa.

-Sigo sin entender. ¿Cuál es la diferencia del miedo «paranormal» al miedo «compartido» y el miedo «puro»?

-Sencilla -respondió como si fuera obvio-, el miedo a lo paranormal es algo que te ha sido inculcado, algo que te obligan a temer. El miedo compartido es a lo que temes cuando alguien más te ha dicho que le da miedo y luego la espinita se clava también en ti. En cambio, el miedo puro es completamente tuyo, sabes exactamente por qué le temes, te pertenece a ti nada más.

-¿Como qué?

Hurgó en su mente para encontrar algún ejemplo claro, hasta que habló de nuevo.

-A mí me da pavor perder a las personas».

La noche era bochornosa, desesperante. Era otra noche más.

Café Amargo. ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora