Si, otra mañana más, igual a las otras. Salir tarde para el trabajo, con el vaso térmico de café en una mano y la mochila a medio cerrar en la otra. La humedad se abría paso en el exterior una vez más, algo usual en Santa Fe. Ya que a veces además de ser la ciudad cordial, también era la del calor abrasador y la humedad apabullante.
Cuadra tras cuadra me repetía lo mismo, porque no me levanté más temprano, pero como dicen por ahí: lo hecho, hecho está. Ya no podía volver el tiempo atrás, pero al menos terminé la última temporada de Game of Thrones. Abrí la puerta del local y encendí las luces. Para mi suerte, el aire se encontraba fresco y limpio en el interior. Apoyé mi mochila sobre el mostrador, y me dispuse a iniciar una jornada laboral más en MAXIMO, el local de indumentaria donde trabajaba hace algunos meses.
Trabajar y estudiar es algo complicado, pero no imposible, al menos para mucha gente que lo hace parecer fácil. Obviamente, ese no era mi caso; mis horarios eran un desastre y de nada servía tener una agenda la cual olvidaba revisar a diario. Pero necesitaba el trabajo, ya que mis padres decidieron que era el momento de dejar de depender de ellos. Tenían razón, solo que en este momento, me complicaron un poco la vida.
El enorme espejo de madera rojiza me devolvió mi reflejo. Mi rostro cansado, se enmarcaba por el cabello claro y lacio que caía algo desordenado, y era enfatizado por la barba de unos días que había olvidado afeitar esta mañana. Mis ojeras ocupaban el rol protagónico en mi expresión, ellas eran las responsables de que mis ojos azules se vieran más profundos y algo apagados.
—Ivan, cambiá esa cara. –Me repetí mientras me sonreía a mí mismo, dándome unos ligeros golpecitos en las mejillas.
Tragué el último sorbo que me quedaba de café y dejé que el calor del líquido recorriera mi garganta e intentará despertar mi cuerpo aún adormilado.
El dulce cantar de la campanilla adherida a la puerta se escuchó. Un cliente a tan solo diez minutos de abrir «¿Tan temprano?» me dije a mi mismo. Realmente hay cosas que en una mañana de Lunes eran innecesarias, esta era una de ellas.
Rápidamente acomodé el cuello de mi camisa clara Maximo, obviamente, y con mi mejor gesto cordial giré sobre mí mismo.
—Buen día. —saludó con voz grave y algo simpática.
De pie junto a la puerta de cristal, un joven alto aguardaba a que lo recibiera. Sus manos entrelazadas al frente me llamaron la atención, poseía el gesto de un soldado, serio e inmóvil. El cabello negro caía impetuoso sobre su tez clara, la cual destacaba sobre la remera negra que se le pegaba a los hombros anchos. Sus ojos rasgados enmarcados por unas cejas perfiladas me observaban algo confundido.
—Lo siento —comenzó de modo respetuoso— ¿Está abierto? O... ¿Llegué demasiado temprano?
Me aclaré la garganta y caminé un par de pasos en su dirección. Le sonreí otra vez y comencé a ser lo que debía hacer. Ser amable y vender.
—¡Buen día! —expresé animadamente— Si está abierto, no te preocupes. Dime ¿en qué puedo ayudarte?
El muchacho sonrió tranquilamente mientras inclinaba la cabeza, como si hiciese una especie de reverencia, el semblante serio se había endulzado un poco. A decir verdad, eso no se ve todos los días, al menos no por aquí. Pero algo que siempre admiré de las personas asiáticas es su nivel de educación y sus genuinas manifestaciones de respeto.
—Necesito un ambo oscuro. —manifestó un poco vacilante.
Si. Maximo, es una marca masculina, la cual además de ropa urbana también produce sastrería. En mi rostro asomo mi mejor sonrisa y le indiqué el sector donde se encontraba lo que él buscaba. El local era mediano, él podía encontrar ese lugar por sí mismo, pero por mera costumbre lo acompañé.
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Azul Oscuro
RomanceLa vida de Ivan se desenvuelve monotonamente como la de cualquier joven de veintitantos. Trabaja para pagar cuentas e intenta terminar sus estudios universitarios antes de que sus padres lo dejen en la calle. El ser el típico niño mimado por muchos...