PARTE II

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Chema se encuentra frente a la puerta de madera blanca de su apartamento, introduciendo la llave. Ángela observa detenidamente sus movimientos detrás de él.

—La gente de la facultad queréis verlo todo. Tenéis que demostrar que sois de imagen, pero luego ni puta idea de lo que es el cine de verdad —El chico comenta, fastidiado.

—¿Y qué es para ti el cine de verdad? —Ángela inquiere, incrédula.

Chema saca la llave con fuerza.

—Lo que tengo aquí dentro —dice presuntuoso, girando a verla—. Aunque muchos hipócritas digan que mis películas son una basura, sé que se mueren de ganas por verlas.

Ángela se gira para ver las escaleras del piso de arriba, demostrando que le resta importancia a las palabras de Chema.

—Esto es para mi tesis, no tengo ningún interés en ver tus...

Cuando vuelve a girarse, Chema ya no estaba y la puerta se encontraba abierta.

La chica, temerosa, observa una antigua ventana al fondo, con paredes descascaradas al lado.

—¿Oye? —pregunta asustada.

—¿A qué esperas? —Le responde desde dentro.

Ángela se decide a ingresar a pesar de estar insegura de ello. El lugar tenía una pinta espantosa.

Con cada paso que da todo le parece aún más terrorífico: pinturas demoníacas en las paredes del pasillo, un maniquí desnudo con alfileres en cada parte de él a un lado y un maniquí colgado en el techo, atado de manos y pies y con cada parte de su cuerpo ensangrentada, y con un rostro bastante real, entre otros detalles igual de aterradores. Ángela cree que es el sitio perfecto de un asesino, o bien, para una secta satánica; de cualquier forma, le parecía curioso e interesante. El crujido de la madera en el suelo sonaba cada que avanzaba.

Llegó hacia la parte izquierda casi por el final del pasillo. Ahí estaba Chema, con una desordenada y asquerosa cocina, mientras comía jamón con la mano. Éste se percató de la presencia de la joven.

—¿Quieres algo? —le preguntó con la boca llena.

—No, gracias.

—Directo al grano, eh. Bien, bien —Termina de masticar—. Luego no me llores.

Chema sale de la cocina, dirigiéndose así, a su habitación. Estaban por otra parte del pasillo, en el que el gran retrato de una calavera con colmillos caricaturizada resaltaba entre todo.

Chema volvió a sacar la llave para abrir la roja puerta de su habitación.

—¿Qué pasa? ¿Vives con ladrones?

—Vivo solo.

—¿Y tus padres?

—No viven en Madrid. Este piso era de mi abuela, pero cascó el año pasado.

Chema levantó las persianas para que entre algo de luz, dejando su habitación a vista y paciencia de la joven. Si creía que el exterior era abrumador, vaya que se había equivocado. Lo que estaba viendo le provocaba miedo y dudas como, por ejemplo, ¿cómo podía dormir tranquilo en un lugar como ese? Tenía maniquíes como afuera, las paredes pintadas con largas serpientes, una sola pared llena de pósters y dibujos demoníacos y sobre la muerte, como una tumba al lado de la cabecera de su cama. Cada prenda estaba por doquier en su inmundo cuarto, que por cierto, olía terriblemente mal. Después de recorrer la habitación con sus ojos, llegó a lo que le interesaba: Un televisor y un reproductor de VHS.

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