Vomita durante al menos diez minutos. Al acabar, exhausto, se tumba en el suelo y respira hondo. Mal. Todo va mal. Algo está pasando allí y todo el mundo lo pretende ocultar, incluso tiene la sensación de que la posadera está ocultando información. Se dice a sí mismo que debe salir de allí. Pero, primero, debe explorar el pueblo durante la noche. Quiere saber qué pasa allí antes de marcharse para siempre. Entre pensamientos, no puede evitar caer en las garras del sueño.
Lágrimas surcan las mejillas rosadas de la joven rubia a la que tantas veces había apuñalado en sus anteriores sueños. Pero ahora está viva. Le dice algo, parece que le está reprochando algo. Le señala con el dedo y mueve mucho los brazos, está enfadada. Pero tan sólo el silencio brota de sus labios carmesí. Intenta leérselos, pero sin éxito. Tras esto, coge la puerta de la sala y la atraviesa finalizando con un estruendoso portazo, que sí que se escucha. Y, tras esto, la imagen se vuelve oscura. Al volver la luz, vuelve a encontrarse acuchillando a la pobre mujer, que yace muerta en el suelo. A pesar de ello él la sigue apuñalando incesantemente, sin siquiera apiadarse de su cuerpo inerte, que se destroza más a cada cuchillazo. La violencia de las imágenes, que se suceden en bucle, vuelve a desquiciarlo. ¿Hasta cuando debe aguantar esto? ¿Qué debe hacer para romper su martirio? Grita de desesperación.
A la vigésimo tercera vez que se repite tan fúnebre escena, abre los ojos y despierta. Jadeando, sudado e incluso llorando. Se incorpora y se queda sentado, apoyando la espalda en la fría pared de losas blancas. Tras unos minutos invertidos en recuperar el aliento y adecentarse un poco, Aden sale del baño. Se encuentra con unas pocas luces encendidas, a la posadera barriendo y un par de rezagados que aún quedan bebiendo en la barra, borrachos perdidos.
– Tú, forastero –dice la posadera dejando la escoba a un lado–. Ayúdame a empujar la estantería.
Aden se acerca y coloca las manos en el estante, junto a las deterioradas manos de la posadera, supone que de tanto trabajar.
– ¿Por qué bloqueas la puerta? –dice Aden costosamente, sin dejar de empujar el estante.
– ¿Hace falta que te responda?
Aden suspira. "Los seres nocturnos", es la respuesta.
– ¿Qué pasa? ¿Sigues sin creerlo, verdad?
– Evidentemente.
– Bah, necio...
La posadera se acerca a la barra.
– Venga, dejad vuestras bebidas y marchaos a vuestras habitaciones.
Los presentes se levantan y suben las escaleras. Uno está claramente borracho, está a punto de caer dos veces; el otro, en cambio, se dedica a subir de una forma neutral muy inquietante.
– ¿Clientes habituales? –pregunta Aden cuando ya se han marchado.
– Bueno, Bob, el más ebrio de los dos, sí. El otro ha llegado hace unas horas, es nuevo en el pueblo.
Aden frunce el ceño. ¿Otro nuevo en el pueblo? Y él que pensaba que era el único que fortuitamente podía llegar hasta Lost Hills. O, quizás en su caso, no haya sido fortuito. Demasiada coincidencia.
– Curioso recibir a dos extranjeros en tan poco tiempo, ¿no?
– No lo sabes tú bien.
La mujer se quita el delantal y lo deja tras la barra.
– Venga, a dormir. Que tú también has bebido bastante.
Aden sube las escaleras y se mete en la habitación. Ha pensado dejar pasar un rato antes de salir. Se tumba en la cama y se dedica a escuchar la lluvia en el exterior. Ni siquiera se había percatado de que ya había empezado. Ha debido de dormir en el baño durante al menos dos horas. Intenta cerrar los ojos. Pero sabe que no va a dormirse; acaba de despertarse, como aquel que dice, y esa misma mañana se ha levantado a hora de comer. Tiene el horario de sueños mal. Escucha la puerta de la habitación de la posadera cerrarse y sabe que es el momento de salir. Cuenta hasta sesenta y se pone en pie. Primero, antes de salir de la habitación, vuelve a mirar por el hueco de la ventana entre los dos tablones de madera mal clavados. Está todo tranquilo. La tierra del suelo se ha convertido en barro gracias a la lluvia, pero nada más. Las casas permanecen cerradas a cal y canto, y ninguna tiene luz en ninguna de sus estancias. Gracias a la luz de luna que se cuela por el hueco de la ventana, Aden encuentra la puerta de la habitación sin dificultad y la cruza, cerrándola tras de sí con suma cautela. A pesar de que sus pasos son extremadamente lentos, los tablones crujen cada vez que apoya el pie. Aún así no se detiene y baja las escaleras. Respira hondo. El miedo a lo desconocido lo está sugestionando. ¿Cómo puede llegar a dudar de la existencia de seres del inframundo? Claramente las gentes de Lost Hills están idas de la olla. No se lo piensa más. Aparta un poco la estantería, lo suficiente como para poder abrir la puerta y pasar su cuerpo. Para que la puerta no se cierre y por lo que sea luego no pueda abrirla, coloca su sombrero.
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Tales from a strange place
Short StoryEn esta antología encontrarás dos historias: Lost Hills y Forgotten Lands. Se pueden leer de manera totalmente independiente, aunque si me preguntas, yo recomendaría leer primero Lost Hills. LOST HILLS Historia corta de misterio, acción y fantasía e...