Tales from a strange place

La hoguera

Elliot camina arrastrando los pies por la nieve, incapaz de levantarlos por encima del nivel de esta. Ya no ve a su hermana tras la pineda. Ahora se erige frente a él una cerca de altura considerable, que solo le permite ver algunos tejados de madera por encima.

Intenta buscar una entrada, pero sin éxito. Supone que, si Sarah ha entrado, debe haber alguna manera de cruzar al interior del cercado. Empieza a rodear la valla, agradecido por la cobertura que los pinos le proporcionan. Siente las manos entumecidas, aun estando debajo de los guantes.

Por un instante su mirada se traslada al camino que ha recorrido para llegar del coche hasta allí. Se plantea volver. Finalmente descarta la idea. Tiene que encontrar a su hermana. No quiere tener que lamentar la pérdida de otro familiar en menos de dos días.

Los últimos resquicios de un potente sol, filtrado entre los pinos, iluminan lo que parece ser una puerta en la valla. Le parece escuchar la voz de su hermana, lejana. Quizás esté gritando. Quizás tenga problemas. Intenta abrir la puerta, pero esta no cede. Además de tener una cerradura, presumiblemente con la llave echada, la montaña de nieve situada frente a esta imposibilita cualquier movimiento en ambas direcciones.

En la misma puerta, un cartel de madera opacado por un fino velo de nieve capta la atención de Elliot. El hombre limpia la superficie nevada y descubre la inscripción «Forgotten Lands» tallada en el cartel con letras minuciosamente trazadas.

Golpea la madera con el puño, impotente, y mira a su alrededor buscando una ruta alternativa. Sigue con la mirada el cercado, que se eleva en el terreno rodeando lo que parece ser un pueblo hasta desaparecer por la montaña, engullido por la ventisca en la lejanía.

Sin ninguna opción mejor, empieza a ascender por la costera, rodeando la valla. Siente en su cuerpo que se está alejando del cobijo de los pinos, y sin darse cuenta sus dientes empiezan a castañetear. Necesita resguardarse del frío con urgencia.

Vaga con dificultad por los alrededores de la valla, buscando sin suerte una entrada alternativa o algún punto más bajo por el que acceder saltando. Sus piernas empiezan a no responderle. Las rodillas amenazan con doblarse. La ventisca empieza a azotar con fiereza nuevamente. La idea de volver al coche para salvar la vida toma consistencia en su cabeza.

Y entonces, alertado por una vista que empieza a nublarse, Elliot parece reconocer una figura en la lejanía, hacia el interior de la montaña. Eleva el brazo, pidiendo ayuda, pero la figura retrocede y desaparece de su visión.

—No, no —susurra él, sacando fuerzas para encaminarse en su dirección.

Avanza con dificultad hasta alcanzar la anterior posición de aquella persona no identificada. Desde allí, puede ver cómo un camino natural se extiende por la ladera, rodeando la montaña. Al final de este camino vuelve a divisar a la figura, apaliada por la ventisca.

—¡Eh! —exclama, esperando que la figura se gire.

Pero la figura desconocida sigue su camino. Elliot suspira. No es su hermana. Sin embargo, avanza igualmente tras ella. Ha vuelto a desaparecer de su campo de visión, pero el hombre no se detiene.

En cierto punto del camino se detiene y se apoya sobre sus rodillas, que le ruegan que se detenga, en acuerdo con su cuerpo entero. Estira su cuello hacia el borde del camino, que queda a su izquierda, y contempla un precipicio elevado del cual no puede calcular con exactitud la caída debido al manto nevado que lo cubre todo. Sin embargo, reconoce la suficiente altura como para morir si fuera despeñado.

Suspira y sigue caminando por el sendero sinuoso, rodeando la montaña helada. Ya empieza a perder toda esperanza de encontrar cobijo cuando al girar un tramo más del camino descubre que este acaba en una modesta entrada de lo que parece ser una cueva. Cree ver a la figura desconocida ser engullida por la oscuridad de la cueva.