Primera Parte

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Mis padres me amaban, de eso no había duda, todo lo que hacían era por mi bienestar y felicidad. Pero casarme con el agricultor del pueblo me parecía una tortura eterna. Don Acacio era un hombre mayor, de unos cincuenta años, viudo y con tres hijas mayores que yo. Poseía una cantidad exagerada de tierras, lo que lo convertía en un de los hombres más poderosos del lugar.

En algunos días cumpliría diez y ocho años. La mayoría de las mujeres se casaban a esta edad y yo no podía quedar atrás. No tenía escapatoria, debía casarme lo antes posible.

-La belleza de su hija me ha cautivado. -lo escuché decir.

Un escalofrío recorrió mi cuerpo al escuchar como mi padre le cedía mi mano a aquel hombre. Sólo atiné a correr lejos del lugar, necesitaba correr de esa realidad a la que ahora estaba destinada: casarme con un hombre al que no amaba, vivir con él, dormir con él; las náuseas eran inevitables. Corrí hacia el bosque para buscar refugio en aquel árbol que, según yo, representaba a mis verdaderos padres, esos que no conocí por que prefirieron dejarme en la puerta de una mujer desdichada que no lograba tener hijos.

Me dejé caer, aferrada al tronco de un árbol que no podía abrazarme ni consolarme. Lloré en busca de desahogar mis sentimientos de miedo y soledad.

-Sé que ella no es mi madre, -susurré. -pero me ha amado como si lo fuera, sólo quiere mi bienestar y que tenga un buen pasar.

En ese momento me sentí observada, como si alguien estuviera escuchando mi conversación, como si estuviera viendo mis lágrimas. Me puse de pie y miré mi alrededor en busca de mi espectador, pero parecía estar sola en un bosque que comenzaba a llenarse de sombras.

Preferí regresar al ver como el sol se ocultaba de un momento a otro, no me había percatado de lo rápido que había pasado el tiempo. Salí de entre los árboles y vi a mi madre correr hacia mí.

-Helena. -me abrazó fuerte y acarició mis cabellos naranjos, como si yo no fuera real.

-¿Qué pasa? -dije asustada.

-Él ha vuelto. -susurró

No entendí de inmediato, estaba demasiado confundida con lo que había pasado. Ya casi estaba anocheciendo y no podía decir con precisión cuanto tiempo estuve en aquel bosque, llorándole a un árbol que sólo podía escucharme.

Vi como un montón de gente se aglomeraba en la puerta de aquella casa junto a la mía, repentinamente todos abrieron un espacio por donde salieron dos hombres cargando a una chica. Su piel tenía un color pálido especial, había visto a muchas personas morir, pero ella tenía algo diferente, algo que la hacia lucir hermosa y deseable pese a estar muerta.

Entonces recordé los cuentos de mi abuela, esos que me daban escalofríos, y que no me dejaban dormir por las noches. Rápidamente volví mis ojos hacia el bosque y vi la chimenea encendida en aquella casa que había estado abandonada por muchos años. No eran sólo cuentos, no era sólo una leyenda del pueblo... Él era real, ese hombre que vivía entre las sombras del bosque y que se alimentaba del alma de mujeres vírgenes, era real.

TuyaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora