17 de diciembre, actualidad
Ricardo estaba solo, sentado en el tercer pupitre de el aula de historia. Impacientemente daba golpecitos al tablón de madera mirando a todas partes. se podría decir que estaba nervioso, pues no era el lugar de sus sueños aquel al que se dirigía. Meses atrás, en el comienzo del curso, sus noches fueron invadidas por sueños, o mejor dicho, pesadillas, las cuales siempre trataban sobre lo mismo.
Aparecía en un pasillo oscuro iluminado por antorchas de fuego blanco que colgaban en sus muros de mármol. El agachaba la cabeza y en sus manos sostenía un plano totalmente en blanco con una línea irregular de color negro cambiando su dirección en diferentes líneas rectas. Era como un mapa. Él comenzaba a seguir la dirección de la línea caminando por el oscuro pasillo, este siempre igual. A medida que avanzaba la luz blanca aumentaba como si esta ya no viniera de las antorchas sino de algo que hubiera al final desprendiendo luz. Las paredes se estrechaban a su paso y llegó un momento en que la luz era intensa. Sus ojos no resistían al destello y su cuerpo se debilitaba al sentir los muros de la pared casi tocándole los brazos. Volvía mirar el mapa abatido y comprendía que se situaba en el final, sus manos lo soltaron y se posaron en una superficie plana. No podía ver lo que era, la luz era demasiado potente y le obligaba a cerrar los ojos, así que fue bajando las manos mientras las esparcía por toda la superficie. Noto un pomo, era una puerta. Poso las dos manos sobre el pomo sujetándolo con fuerza. La luz era demasiado potente y no resistía ya ni su cuerpo. De sus labios salió un fuerte grito mientras torcía sus muñecas para abrir la puerta. Esta se abrió, mas el lugar donde se encontraba era sentado en un suelo blando rodeado de sabanas entrelazadas entre sus brazos. Era su cama. Se encontraba en su habitación como cada mañana.
Aquel sueño se repetía siempre igual, cada noche, nada cambiaba. Solo es un sueño, pensó al principio, que le invadió durante ciento treinta noches hasta ese día. Si la noche no era suficiente no había problema. Los sueños se convertían en visiones durante el día, aunque solamente sucedía cuando no había nada en sus pensamientos. Aquel sueño pasó a convertirse en un acontecimiento que le venía a la cabeza cada vez que su mente estaba en blanco, de manera que acababa invadiéndole de manera constante y abrumadora. Siempre.
Aquello le llevó a volverse loco, según lo que le habían dicho. En fin, que iba decir la gente ¿Si nadie le creía.
Ahora estaba ahí, sentado en el tercer pupitre de un aula de historia corriente de un colegio como cualquiera de Londres. Esperaba impacientemente a que ese agente viniera a buscarle de una vez por todas y le llevara a donde quiera que hubiera dicho. Ricardo sabía que le habían engañado, que siempre lo hacían. Decían que su problema era leve por lo tanto viviría durante unos meses con un psicólogo, pero el había visto sus voces tras la puerta de preocupación y a la vez de alarmación, y también había oído la palabra "psiquiatra". Había oído voces que siempre gritaban lo mismo "se ha vuelto loco", "sufre alucinaciones que van a más", "es un problema normal, ha habido muchos casos como estos, deberían enviarle a un centro psiquiátrico y dejar de tomarse tantas molestias por él". Ahora ya le daba igual lo que pensara la gente, se sentía engañado y traicionado, pero también sentía que como bien algunos decían había causado problemas muy gordos a varios seres queridos. En ese momento, las únicas personas que le importaban eran dos. Su madre y Amelia. Amelia. Solo de pensar en ella se estremeía y sentía que no tenía derecho a seguir vivo.
De repente la puerta se abrió y entro un hombre de unos cuarenta-cincuenta años de cabello corto y canoso y vestido de uniforme. Lo conocía tan bien como lo odiaba. Siempre tenía que estar en todas partes. En su casa, en el centro, en la escuela... Klane Dyal, ese era su nombre. Él nunca le había creído, aunque tampoco lo había intentado. Desde el principio había querido alejar a Ricardo de la ciudad, de su vida.
- Es hora de irse, chico -dijo-.
Ricardo no movió ni un músculo, solamente pronunció la siguiente frase:
-Irme a donde
-Ahora no me vengas con que no lo sabes, porque lo sabes y muy bien.
Ricardo vaciló. Para ser un niño de ocho años, nunca se había dejado intimidar por los adultos.
- Ya, pero me gustaría saber a donde voy, pero el verdadero.
- Y a mi me gustaría que dejaras de creerte tus sueños, me gustaría que tu madre dejara de sollozar y aceptara que te has vuelto loco, que tus profesores dejaran de creer de que uno de sus alumnos se ha vuelto autista, que tu psicólogo hiciera bien su trabajo y te diera una buena terapia, que no te tengamos que llevar a una casa fuera porque nadie es capaz de curarte y que todo esto finalizara ya, pero no tengo nada de eso. El único remedio que tienes es irte a vivir tres meses con un profesional y te alejes de a todas las personas a las que perjudicas con tus locuras, lo llevo diciendo desde que comenzó el caso y es ahora cuando me hacen caso, así que ahora te irás y nos dejarás a todos en paz.
Ricardo seguía en su sitio sin intención de moverse, pero las palabras del señor Dyal habían hecho que unas lagrimas comenzaran a nacer desde sus ojos. No las quería dejar caer. ¿De verdad había hecho todo eso? ¿En serio era tan mala persona? ¿Tanto mal había causado a los demás? Solo de oírlo le entraban ganas de no existir, y ya lo había oído. El señor Dyal le cogió del brazo y le arrastró.
-¡No!¡Suélteme!-gritó Ricardo- ¡Por favor!
No le hacía caso. Salieron del aula y Ricardo descubrió una multitud de gente en el pasillo. No le importaba ninguno de ellos, solo quería saber donde estaba su madre y si estaba mejor. La descubrió sujetada por un policía mientras lloraba suplicando que no dejaran que él se fuera.
-¡No!-volvió a gritar-
-¡Ricardo! -gritó ella- ¡No les creas! ¡No les hagas caso! ¡No...
Ya era demasiado tarde. Había salido del colegio y no podía ni oírla ni verla. En ese momento derramó sus lagrimas.
Minutos más tarde ya estaba subido en el asiento trasero de una furgoneta blanca. Su vista estaba clavada en la esquina de la escalera principal del colegio. Había tres chicas de su edad. Dos de ellas hablaban presurosamente como si fueran a arrancarles la lengua. En cambio, la otra estaba más callada. Parecía estar más interesada en lo que decían los adultos que había a lado que de lo que hablaban las chicas. Ricardo la miraba a ella, a Amelia. La había hecho sufrir a ella también, y bastante. Sin embargo ahora era la que más le importaba.
Entonces la furgoneta empezó a moverse. Hbían arrancado y su viaje comenzaba. Ricardo intentó no perder de vista la figura de Amelia, y entonces ella se giró y le vio a través de la ventana, pero ya era muy tarde. Ella no le alcanzaría, de hecho, Ricardo ya no podía verla. Perdió de vista a Amelia, a la escuela... A todos. Lo perdió de vista todo. Ahora se dirigía a una nueva vida.
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Los secretos del interior
Teen FictionRicardo, sueña cada noche con el mismo acontecimiento. Un mapa que le conduce a un camino lleno de oscuridad el cual lleva a una luz eterna. Él está convencido de que sus sueños le llevan a una realidad, pero su obsesión por ello le lleva a un punto...