↳Capítulo II

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Ania, abrazada a sus propias piernas sin dejar de meditar en la mentira que Tony había inventado, lloraba océanos inmensos de lágrimas heridas frente a la puerta cerrada de uno de los baños del instituto donde se había encerrado. El recreo era corto, pero para ella habían pasado como dos horas, como si el tiempo allí mismo se hubiera detenido sólo para ella, para que pudiera desahogarse ya fuera a base de golpes contra la pared, llorando o mal hablando en voz alta. Nada importaba salvo sacar todo lo malo a relucir para hacerlo desaparecer. Se vio tan pequeña en un espacio tan cerrado, que sintió que iba a aplastarse entre esas cuatro paredes escritas con nombres de antiguos y nuevos alumnos a parte de dibujos obscenos y eróticos que ella prefirió no mirar. Era inútil. Con el dorso de la mano, secó cada lágrima que caía sutilmente por sus ojos cuando, de pronto, unos extraños pasos se adentraron al baño. Bajo la rendija de la puerta, podía verse la sombra de la persona que se acababa de detener allí mismo. Casi insonoros fueron los golpes que Billy dio a la puerta, en silencio sin decir nada todavía hasta que Ania hablara.

-Vete, no quiero hablar contigo -dijo Ania, sin saber aún quién era la persona-.

-Soy Billy. ¿No quieres hablar conmigo tampoco?.

Ania, rebuscando en su terca y malherida cabeza alguna excusa, se levantó del suelo y posó las manos sobre el pomo de la puerta sin retirar el cerrojo que impedía que ambos amigos se vieran de frente. Por una parte, no quería ver a nadie pero, por otra, necesitaba el apoyo de alguien. Era una persona sensible y odiaba en profundidad la soledad. Por mucho que quisiera ocultar que no necesitaba a nadie para superar sus problemas, en el fondo ella misma sabía que se mentía para aparentar ser fuerte y valiente. Finalmente, Ania acabó bajando el pomo y abriendo la puerta, abrazándose sin más al cuerpo de su mejor amigo, el mismo que le correspondió el abrazo echando su propio cabello rubio, largo y ondulado hacia atrás. Ni siquiera con su pelo quería molestarla, no. ¿Qué haría él para lastimarla?. Él la adoraba, la apreciaba y...La amaba.

-Hey, vamos...-Dijo Billy, intensificando más el abrazo para darle a entender que no estaba sola-.

Si algo le partía el alma en doscientos pedazos, era escucharla en llanto, verla consumida entre sus propios lamentos y sumisa en el dolor más profundo e incurable.

-¿Por qué ha tenido que decir algo así de mí?. No me lo merezco -siguió ella, negando con la cabeza-.

Billy guardó silencio, quería dejarla que echara todo hacia el exterior sin guardarse nada, allí estaba él para curar todos sus males y protegerla de cualquier peligro que la rodeara. La quería, sí. Con cierta locura tal vez. Al separarse de la muestra de apoyo casi al mismo tiempo, Billy secó las lágrimas ajenas antes de depositar un suave beso en la frente, buscando después, la mirada perdida y ausente de Ania.

-No merece tus lágrimas. Lo sabes, ¿verdad? -dijo él-.

Ania asintió, era obvio que sabía perfectamente que ningún hombre o mujer que la hiciera sentir así se merecía algo tan valioso como una lágrima siquiera. Con cuidado de no romper la delicada porcelana que tenía como piel, Billy retiró los mechones más sublevados de su rostro para colocarlos detrás de sus orejas. Quería verle la cara, saber que estaba bien y que, al menos, sonreía aunque fuera un breve segundo. Si conseguía ver esa sonrisa, sería el hombre más feliz del mundo. Aquel fue el objetivo que se marcó esa mañana: buscar en los más oscuros e insólitos rincones hasta hallar con la fórmula secreta que la hiciera sonreír.

-Nos tienes a nosotros. Además...¿Vas a darle el gusto a ese puto imbécil de verte así?. Por supuesto que no, y mucho menos a las zorras que le lamen el trasero. Tú vales mucho más que eso.

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⏰ Última actualización: Feb 26, 2018 ⏰

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