↳ Capítulo I

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Lᴜɴᴇꜱ:

Ania había pasado prácticamente todo el fin de semana haciendo las tareas que le habían mandado de matemáticas, la asignatura por la que amaba quebrarse la cabeza hasta no dar más de sí misma. Estaba en el último curso, era una muchacha responsable, así como tímida y reservada a la cual no se la conocía como una persona problemática, al contrario, era reflexiva y siempre estaba buscando las cosas buenas entre todas las malas. Ni siquiera había salido de su habitación salvo para comer e ir al baño a darse alguna que otra ducha caliente, era invierno y hacía frío, mucho frío. Si bien decían que los inviernos en Shawnee eran peor que las gélidas temperaturas de Groenlandia, los rumores apuntaban a lo cierto. No pensó en nada, simplemente se limitó a hacer sus cosas, se moriría si le pusieran una falta negativa por no haber llevado acorde los deberes. 

Al llegar el lunes por la mañana, comprobó con rabia que su despertador se había quedado bloqueado, llegaba como cinco minutos tarde. Su estado de nervios empezó a salir por sus cuatro costados, saliendo a toda prisa de las sábanas rosadas que la estuvieron abrigando toda la noche para vestirse y recogerse el pelo en una coleta alta para que los mechones no le molestaran en la cara a la hora de escribir las lecciones que la profesora Dawson plasmaría en la pizarra. Comprobó que en su mochila estaban los libros adecuados y, rápida como la trayectoria de una bala, bajó hacia la cocina y rebuscó en los cajones hasta encontrar una napolitana que devoró por el camino, pringándose las manos, la nariz y los labios de chocolate. El frío fue un potente enemigo, pero no un ganador definitivo en la batalla porque, Ania, era lo bastante fuerte para soportarlo.  Los pasillos del instituto estaban desiertos, se escuchaban a los profesores desde el interior de las aulas dar sus respectivas asignaturas; unos mandaban callar con golpes a la pared y otros seguían como si nada. A juzgar por todas las clases, la suya era la peor de todas: en ella estaba Camila y su grupo de hienas hambrientas, una banda femenina popular llevada a cabo por una líder de cabellos del color del azafrán, ojos marrones y bella como ella sola, la misma chica que mantenía una extraña, ilimitada y libre relación con Tony Williams, el capitán del equipo más guapo de fútbol que Ania jamás había conocido. Daba igual lo ignorada que pudiera sentirse por él, los sentimientos iban más allá. 

Inquieta, se plantó junto a la puerta de su clase y tocó, indecisa, tal vez un par de toques en señal de que alguien se adentraba al interior no estaba mal. El "adelante" hizo que Ania abriera la puerta, encontrándose con la profesora Dawson mirándola con atención a través de las gafas de pasta negra y anchas mientras ese moño mal hecho se desequilibraba por momentos sobre su enorme cabeza. Algunas risas por parte de Camila y su grupo de chicas se escucharon al fondo de la clase. 

-¿Qué horas son estas, Ania? -preguntó Dawson-.

Bajó la mirada instintivamente, no quería ver más allá de los compañeros que la rodeaban, ni siquiera, a una de sus mejores amigas: Irina Bell, una muchacha de su misma edad a la que la sociedad perseguía constantemente por ser homosexual. 

-Perdón. El despertador se bloqueó durante la noche -dijo Ania, manteniendo la mirada en el suelo-.

Dawson, de no haber sido porque Ania era la alumna más responsable, no la habría dejado entrar, pero lo hizo. Era una joven que, a diferencia de otros, le gustaba estudiar y sacar su curso hacia adelante. Cuando le dio acceso, Ania buscó su pupitre casi al fondo sur, sentándose junto a Irina, la cual, llevaba el pelo verde y corto al aire libre. 

-Evans llegando tarde. Eso sí es una novedad -dijo Irina, sonriendo-.

Ania le devolvió la sonrisa y procuró sacar sus libros antes de que le llamaran la atención, ya había llegado tarde y no quería ganarse otra queja más. Si la profesora y tutora notaba algo sobrenatural en ella, seguramente llamaría a sus padres y no quería que eso pasara. El resto de las horas, fueron más o menos normales, Ania escuchaba los susurros de sus compañeras que decían su nombre, pero siguió prestando atención a lo que verdaderamente le interesaba. Era evidente que Camila, Lidia y Elia siempre hablaban de los demás, pero nunca habían hablado de ella, o al menos, que Ania supiera. 

Cuando el sonido de la sirena anunció el más que esperado recreo, Ania salió junto a Irina después de recoger las cosas, observando ahora, cómo Camila la apuñalaba con una mirada que llevaba veneno en su interior. La ignoró, se centró en salir al patio donde se reunieron con Billy y Brian; los otros dos mejores amigos de Ania que estaban estudiando en una especie de grado superior para librarse de las demás asignaturas. Allá, en las pistas de fútbol, ya jugaba Tony Williams, pateando el balón hasta meterlo en la portería opuesta mientras sus compañeros se le tiraban encima, alabándolo como si fuera un Dios poderoso que llevaba directamente a la mejor de las victorias. Era un joven alto, de cabello rizado y rubio con ojos azules y un pendiente en su oreja derecha como adorno. Adoraba los pendientes. 

-¿Qué, estás de resaca? -preguntó Billy-. 

Ania, embobada en las pistas mirando a su capitán, desvió la mirada y prestó atención a lo que su amigo le decía. 

-Es posible -respondió Ania-.

Tras la respuesta de Ania, todos guardaron silencio y se miraron entre sí. Ania podía ser tímida, pero no era estúpida y sabía que sus amigos callaban algo que a continuación iban a decirle sin dejarle formular la típica pregunta de "¿qué pasa?."

-¿Sabes que ese capullo alardea de que el sábado te lo montaste con él en la fiesta? -dijo Irina-.

Imposible. ¿Cómo iba a decir Tony algo así de una persona que ignoraba constantemente?. Ania no lo creyó, además, tenía algo con Camila, si es que podía llamarse relación como tal. 

-Sí, Ania. Es un gilipollas -intervino Brian-.

Nuevamente, el rubor se hizo presa de su rostro, pero no fue de vergüenza, si no de rabia. Ahora comprendía a qué venían todas esas miradas y todos esos chismes innecesarios entre susurros. Si ese era el verdadero Tony Williams, sin duda, era un maldito egocéntrico. Fue entonces, cuando el impulso de un balón, colisionó con ferocidad contra la cabeza de Ania, logrando atrapar el objeto entre sus manos. Con una mano, se acarició la zona dolorida mientras sus amigos, preocupados por ella, acortaron las distancias para ver si estaba bien. Pocos minutos después, el dueño del balón se dirigió hacia ella para volver a recuperarlo. Tony, con una sonrisa divertida, también se acercó a Ania.

-Ten más cuidado, joder -replicó Billy-.

-Que sí, friki. Lo que tú digas -respondió Tony. Sus ojos se fijaron ahora en Ania-. ¿Me vas a dar el balón?. ¿O tengo que pedírtelo por favor?. 

Ania, todavía con el dolor en su cabeza, se aferró al balón y miró alrededor, comprobando que el equipo completo de fútbol prestaba atención a la escena con un coro de risas agudas. Sacando por primera vez el carácter que tenía en lo más recóndito de su ser, avanzó hacia Tony y frunció el ceño.

-No estaría mal. Es lo menos que podrías hacer después de inventarte lo que te has inventado -dijo Ania-.

-¿Inventar?. No es mi problema que estuvieras borracha. ¿Tan pronto me has olvidado? -Tony puso una falsa mueca de tristeza-. Me duele. Fuiste buena. 

Agrandando los orificios nasales, Ania embarcó el balón a uno de los tejados del edificio, dejando a los espectadores un tanto confundidos por la reacción del bicho raro. Mordiéndose el labio inferior, Tony se quedó mirándola a ella y después al resto de sus amigos. Otra vez, Billy decidió atacar para que se marchara, no podía permitir que aquel estúpido ser siguiera provocando y alimentando unos rumores falsos. 

-Largo -dijo Billy-.

-Ya te pillaré, maricón. 

Billy, conteniéndose en no darle el puñetazo que se merecía, se conformó con sacarle el dedo del medio, viendo que, al fin, Tony volvía a las pistas de fútbol para continuar con su preciado partido. Ania, decepcionada, se retiró del lugar para encerrarse en los baños del instituto y desahogar en soledad, cada ofuscado sentimiento. 


MAMÁ, ¿quién soy?.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora