[Luna Nueva] III

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Noria

A la mañana siguiente, la habitación de Camile estaba sumida en la tranquilidad que ofrecía el silencio y disfrutaba de eso en sus sueños.

Sin embargo, la puerta se abrió de par en par y Ashley entró con pasos alegres y llena de energía. Se acercó a la cama y tiró del acolchado hasta quitarlo por completo; la otra soltó un adormilado quejido. ¿Por qué su madre insistía con despertarla temprano y de esa manera?

— ¡Buenos días! — exclamó la pelinegra felizmente — Es hora de levantarse.

Su línea de dormidos pensamientos se cortó. Esa no era la voz de su mamá.

Se sentó mientras se restregaba los ojos y luego observó a la chica durante unos cuantos segundos.

— Bueno... No fue un sueño raro, evidentemente — murmuró más para sí misma.

— ¿Qué? — preguntó Ashley, pero Camile negó algunas veces y se levantó. Era mejor no comenzar a estresarse desde temprano.

Abrió el armario y miró a la de ojos rosados cuando le preguntó si iría a desayunar, cosa que aceptó pues tenía un poco de hambre. Se vistió en cuanto se quedó sola nuevamente y se fue a la cocina, donde se encontró al niño rico, sentado frente a la mesa rebosante de diferentes platillos, y a Sebastian de pie junto a él.

— Buen día.— La saludó el mayordomo en un tono cortés.

— Hola.— Replicó ella simplemente. Abrió la alacena, revolvió un poco y sacó un paquete de galletitas de chocolate.

— ¿No le apetece nada de lo que preparé?

Camile lanzó una mirada a la mesa: todo tenía un aspecto increíblemente delicioso y olía de maravilla. Luego dirigió sus ojos marrones al rostro de Sebastian y se quedaron allí un momento como analizándolo. No, no probaría nada preparado por ese hombre. Era demasiado extraño.

— Gracias, pero paso.

— Como prefiera. —Y por más amable que sonara su voz, era imposible no sentir la frialdad de su tono.

Ciel tomaba uno de los tés preparados por Sebastian, y cuando estuvo seguro que su otra mano no estaría ocupada sosteniendo más galletas caseras, le ordenó a su mayordomo traerle los papeles que había dejado colgados por la noche debido al sueño. Sebastian le obedeció y salió de la cocina no sin antes ofrecer una pequeña reverencia.

Cuando el menor levantó la vista de su bebida, se encontró con la castaña poniendo los ojos en blanco a la par que soltaba un "pesado". Ciel no pudo evitar fruncir el ceño.

—¿Disculpa?

La muchacha levantó la vista de su celular. —No, no te disculpo, querido. —Le respondió con un tono tan sarcástico que provocó que la expresión del niño se inclinara a parecer un poco más de asco que de molestia.

—¿Cuantos años se supone que tienes?

—No es asunto tuyo. — Y volvió a mirar a su celular.

—Bueno. Estás en mi casa —Le replicó Ciel —, así que lo es.

La castaña ni siquiera levantó la vista de su celular —Vos estas en mi casa, hobbit uke. —Y se llevó a la boca otra de sus galletitas de paquete.

A Ciel, su presencia le irritaba. Pero podría deshacerse de ella. Encontraría la manera sin tener que exponerse. Pedirle a Sebastian que se deshiciera de ella le parecía una exageración. Podría encargarse de hacerle la vida allí tan molesta que querría irse sola.

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⏰ Última actualización: Jan 31, 2019 ⏰

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