Capítulo 3 ♥

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《El Señor Wormwood, experto vendedor de coches》

Los padres de Matilda poseían una casa bastante bonita, con tres dormitorios en la planta superior, mientras que la inferior constaba de comedor,  sala de estar y cocina. Su padre era vendedor de coches de segunda mano y, al parecer, le iba muy bien.
-El serrín es uno de los grandes secretos de mi éxito-dijo un el papa de Matilda-. Y no me cuesta nada.
Lo consigo gratis en las serrerías.
-¿Y para qué lo usas?- le preguntó Matilda.
-Te gustaría saberlo, ¿Eh?-dijo.
-No veo cómo te puede ayudar el serrín a vender coches de segunda mano, papá.
-Eso es porque tú eres una majadera ignorante- afirmó su padre.
Su forma de expresarse no era muy  delicada, pero Matilda ya estaba acostumbrada.
Sabía también que a él le gustaba presumir y ella le incitaba descaradamente.
-Tienes que ser muy inteliente para encontrarle aplicación a algo que ni vale nada- comentó-. A mí me encantaría poder hacerlo.
-Tu no podrías- replicó su padre-. Eres demasido estúpida. Pero no me importa contárseli a Mike, ya que algún día estará en el negocio conmigo- despreciando a Matilda se volvió a su hijo y dijo-: Procuro comprar un coche  de algún imbécil que ha utilizado tan mal la caja de cambios que las marchas están desgastadas y suena como una cacarra. Lo consigo barato. Luego, todo lo que tengo que hacer es mezclar una buena cantidad de serrín con el aceite de la caja de cambios y van tan suave como seda.
-¿Cuánto tarda en volver a  rechinar?- preguntó Matilda.
-Lo  suficiente para que el comprador esté bastante lejos- dijo su padre sonriendo-. Unas cien millas.
-Pero eso no es honrado, papá-dijo Matilda-, Eso es un engaño.
-Nadie se hace rico siendo honrado- dijo el padre-. Los clientes están para que los engañen.
El señor Wormwood era un hombrecillo de rostro malhumorado, cuyos dientes  superiores sobresalían por debajo de un bigotillo de aspecto lastimoso. Le gustaba llevar chaquetas de grandes cuadros, de alegre colorido y corbatas normalmente amarillas o verde clato.
-Fíjate, por ejemplo, en el cuentakilómetros-prosiguió-. El que compra um coche de segunda mano lo primero que hace es comprobar los kilómetros que tiene ¿No es cierto?.
-Cierto- dijo el hijo.
-Pues bien, compro un cachareo con ciento cincuenta mil kilómetros. Lo compro barato. Pero con esos kilómerras no lo va a comprar nadie, ¿ no?. Ahora no puedes desmontar el cuentakilómetros, como hace diez años, y hacer retrocedes los número. Los instalan de forma que resulta imposible amañararlos, a menos que seas un buen relojero o algo así. ¿Qué hacer entonces?. Yo uso el cerebro, muchacho, eso es lo que hago.
-¿Comó?- preguntó el joven Michael, fascinado.
Parecía haber heredado la afición de su padre por los engaños.
-Me pongo a pensar y me pregunto cómo podría transformar un cuentakilómeteos que marca ciento cincuenta mil kilómereos en uno que sólo marque diez mil, sin estropearlo. Bueno, lo que conseguirías si haces andar el cohe hacia atrás,¿No? Pero ¿Quién va a conducir un maldito coche hacia atrás durante miles y miles de kilómetros? ¡No hay forma de hacerlo!.
¡Por supuesro que no!- dijo el joven Michael.
-Así que me estrujé el cerebro- siguio el padre-. Yo uso el cerebro. Cuando tienes un cerebro brillante tienes que usarlo. Y, de repente, me llegó la solución. Te aseguro que me sentí igual que debio de sentirse ese tipo tan famoso que descubrió la penicilina.
<<¡Eureka!>>, grité.<<¡Lo conseguí!>>.
-¿Qué hiciste, papá?.
-Del cuentakilometros- explico el señor Wormwood- sela un cable que va conectado a una de las ruedas delanteras. Primero, desconecté el cable en el lugar donde se acopla la rueda. Luego, me compré una taladrora eléctrica de gran velocidad y la conecté al extremo del cable, de tal forma que, cuando gira, hace girar el cable al revés. ¿Me sigue? ¿Lo comprendes?.
-Si, papá- dijo el joven Mihael.
-Esas taladroras giran a una velocidad enorme- dijo el padre-, así que cuando conecto la traladrora, los número del cuentakilómetros retroceden a toda velocidad. En pocos minutos puedo rebajar cincuenta mil kilómetros del cuentakilómetro con mi taladrora eléctrica de gran velocidad. Y, cuando termino, el cohe sólo ha hecho dies mil kilómetros y esta listo para su venta.
《Esta casi nuevo, le digo al cliente. 《Apenas ha hecho diez mil. Pertenecía a una señora mayor que solo lo utilizaba una vez a la semana pata ir de compras》.
-¿De verdad puedes hacer que el cuentakilómetros vaya havia atras con uma taladradora eléctrica?- pregunto Michel.
-Te estoy contando secretos del negocio- dijo el padre-, asi que no vallas a decirselo a nadie. No querras verme en chirona, ¿No?.
-No se lo dire a nadie- dijo el niño-. ¿Le haces eso a muchos cohes, papá?.
-Todo coche que pasa por mis manos recibe el tratamiento- dijo el padre-. Antes de ofrecerlos a la venta, todos ven reducido su kilometraje por debajo d ediez mil. ¡Y pensar que lo he inventado yo...!- añadio orgullosamente-. Me ha hecho ganar una fortuna.
Matilda, que había escuchado atentamente, dijo:
-Pero papá, eso es aún peor que lo del serrín. Es repugnante. Estás engañando a gente que confía en ti.
-Si no te gusta, no comas entonces la comida de esta casa -dijo el padre-. Se compra con las ganacias.
-Es dinero sucio- dijo Matilda-. Lo odio.
Dos manchas rojas aparecieron en las mejillas del padre.
-¿Quién demonios te crees que eres?- gritó-.¿El arzobispo de Canterbury o alguien así, echándome un sermón sobre honradez? ¡Tu no eres más que una ignorante mequetrefe que no tiene ni la mas minima idea de lo que dice!.
-Bien dicho, Harry- dijo la madre. Y a Matilda-: Eres una descarada por hablarle asi a tu padre. Ahora manten cerrada tu desagradable boca para que podamos ver tranquilos eate programa.
Estaban en la sala estar, frente a la televición, con la bandeja de la cena sobre las rodillas. La cena consistía en un de esas comidas preparadas que anuncian en televición, en bandejas de aluminio flexifle, con compartimientos separados para la carne guisada, las papatas hervidas y los guisantes.
La señora Wormwood comía com los ojos pendientes del serial americano de la pequeña pantalla. Era una mujerona con el pelo platinado, excepto en las raíces cercanas al cuero cabelludo, donde era de xolo castaño parduzco. Iba muy maquillada y tenía uno de esos tipos abotatgados y poco agraciados en los que la carne parecía estar atada alrededor del cuerpo para evitar que se caiga.
-Mami- dijo Matilda-, ¿Te importa que me tome la cena en el comedor y así poder leer mi libro?.
El padre levantó la vista bruscamente.
-¡Me importa a mí!- diji acaloradamente-. ¡La cena es una reunion familiar y nadie se levanta de la mesa antes de terminar!.
-Pero nosotros no estamos sentados a la mesa- dijo Matilda-. No lo hacemos nunca. Siempre cenamos aquí, viendo la tele.
-¿Se puede saber qué hay de malo en ver la telvición?- pregunto el padre. Su voz se habia tornado de repente tranquila y peligrosa.
Matilda no se atrevió a responderle y permanecio callada. Sintió que le invadía la cólera. Sabía que no era bueno aborrecee de aquella forma a sus padres, pero le costaba trabajo no hacerlo. Si por lo menos hubieran leído algo de Dickens o de Kipling, sabrían que la vida era algo más que engañar a la gente y ver televición. Le molestaba que la llamaran constantemente ignorante y estúpida, cuando sabía que no lo era. Y esa noche en su cama tomo una decisión. Cada vez que su padre o su madre se portaran mal con ella, se vengaría de una forma u otra. Esas pequeñas victorias le ayudarían a soportar sua idioteces y evitaran que se volviera loca.
Recuerden que aún no tenía cinco añosy que, a esa edad, no es facil marcarle un tanto a un todopoderoso adulto. Aun así, estaba decidida a intentarlo. Depués de lo que había sucedido esa noche frente a la telvición, su padre fue el primero de la lista...

Continuara...

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