† Epilogo †

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—Ven a verme esta tarde —le había dicho, ya sabia en donde.  Esa mañana le contó que encontró  sus flores favoritas.

Y así lo hizo. Esa tarde se despidió de su madre, dijo que se encontraría con su prometido. 

Cuando llego al lago él ya estaba esperándola. Jason la miro con ojos de amor, tan hermosa como siempre y se acerco tomando su mano. 

—Siempre me ha gustado ese vestido, ven... —dijo cuando la beso. La llevo al final del muelle y ella lo miro desconcertada, él pego su pecho a su espalda en un inocente abrazo—. Mira, allí —señalo a lo lejos. 

—No veo nada —respondió dulcemente y se acomodo en sus brazos.

— Ya se, están fuera de tu vista —contesto—.  Pero allí están.

Se alejo de su lado y sonrió. 

—¿Que pasa?  —le pregunto la joven.

—Iré por ellas. 

—¿En serio? —Jacinth se emociono. 

—Tu esperame aquí, no tardo. —y se quitó los zapatos— regresare pronto, y  esas serán las flores que usaras en el ramo. 

Beso su mejilla fugazmente y se zambulló de un salto al agua.

Aquel el joven buen nadador, no tardo en llegar al otro lado del lago. 

Sacudió su cabello al salir,  y volteo para sonreírle a los lejos. Ella lo saludo de vuelta con el brazo extendido,  sentada a la orilla del muelle.  Donde él la dejó, y espero.

Los segundos se convirtieron en minutos, y los minutos en horas, y seguía sin regresar. Ella se inclinaba ligeramente hacia adelante.

—Demasiado profundo.  —como deseaba ir a buscarlo,  pero no podía.

Triunfo al fin la desesperación entre su soledad y corrió al pueblo, en busca de ayuda. 

Algo se desgarro internamente en su pecho,  soltó un alarido de dolor. No era una herida, pero le dolía  tal como si fuese una bala arrasando contra su carne; se desplomó en el suelo sintiendo la tierra húmeda estamparse en su rostro. 

Que dolor, que desgracia. Nunca había sentido algo similar.

Difícilmente lograron levantarla,  junto a  pataletas y bramidos horrorosos que desgarraban el silencioso bosque, la llevaron hasta su casa. 

Los días pasaban uno por uno y los consuelos patéticos resultaron una tortura para Jacinth.

«Basta por favor»

Suplicaba internamente ante las condolencias. No quería recordar, y cada sentido pésame era una punzada en su memoria. No tuvo fuerza para asistir al funeral, mas llego a sus oídos que el cuerpo de su cielo descansaba al fondo del lago, que así lo quiso su familia, porque era su lugar favorito.

Pobre muchacho. Fue un animal, un lobo que le arranco la vida. La perdida del joven cayo con profunda pesadez sobre los pueblerinos. 

Pero los días seguían pasando,  así como las semanas y los meses; que no amortiguaban el sufrimiento para Jacinth. 

—¿como esta Jacinth?  —pronto comenzó a preguntar la gente. 

—Aun no sale de su habitación. —respondía su madre con pesadez. 

Ahí se encontraba, pensando en la obscuridad junto a la poca luz de su única ventana «¿como hubieran sido las cosas si...? » divagaba; si el no hubiera ido por su flor. O...  Tal ves, si hubiesen ido en otro momento.

«El hubiera regresado a mis brazos, y me besaría con flor en mano»

Decoraba su habitación cuantas veces se le ocurría, en un vago intento de distraerse. Rodando aquí,  poniendo allá. Pero los pensamientos siempre llegaban , entre tantas posibilidades. Ahí en la obscuridad.

«Si hubiera... El hubiera...»

No podía mas con su realidad, la pesadez, el sufrimiento y el dolor. Que la misma poco a poco se fue deteriorando,  distorsionando. 

«Quizás fue mentira... él aun me espera... »

Un día salio disparada de su habitación. Y todos se encontraron despavoridos a tal evento,  los vecinos se asomaron a sus ventanas y su madre pego un brinco de sorpresa. 

—¡Jacinth! —chillo su madre al verla— ¡Cariño! ¡¿a donde vas, Jacinth?! 

Se apresuró la mujer a la entrada de la casa,  sin poder alcanzarla. 

—¡Me voy, me espera! 

Y así fue luego cada tarde, de cada día todas las semanas, y pasando los años...

—¡Me voy,  me espera!  —se hizo creer, y salia con la misma ilusión todas la tardes. Hasta que su madre ya no intentaba detenerla.  ¡Que ansiedad!  Era lo que la invadía, rascando sus brazos, esperando la hora del atardecer.

«Ahí va la loca...»

Se refería la gente cuando pasaba y le decían a sus niños que no se le acercaran.  Pero ella corría sin mirar ni escuchar.  Sentía como el aire fresco enfriaba sus mejillas al pincharle la cara.

Y solo corría, porque se le hacia tarde, y tenia que recibirlo a su regreso. 

Nadie cruzaba ya el lago,  con el dolor del recuerdo de Jason.  Sin embargo, cuando se pasaba cerca del muelle, a lo lejos se podía divisar la delgada figura de Jacinth al final. 

Meciendo sus pies en el agua, con la misma postura y la mirada perdida. 

Porque ella lo esperaba, siempre lo esperaba, teniendo la certeza de que su cielo regresaría... 

JacinthDonde viven las historias. Descúbrelo ahora