capitulo 4-soy capitan

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Pero volviendo de aquel encantado mundo de los recuerdos a la realidad que


me rodeaba por todas partes, un sentimiento de tristeza se apoderó de mí.


¡Ay! había repasado en mi mente aquellos hermosos cuadros de la infancia y


de la juventud; pero ésta se alejaba de mí a pasos rápidos, y el tiempo que


pasó al darme su poético adiós hacía más amarga mi situación actual.


¿En dónde estaba yo? ¿Qué era entonces? ¿A dónde iba? Y un suspiro de


angustia respondía a cada una de estas preguntas que me hacía, soltando las


riendas a mi caballo, que continuaba su camino lentamente.
Me hallaba perdido entonces en medio de aquel océano de montañas solitarias


y salvajes; era yo un proscrito, una víctima de las pasiones políticas, e iba tal


vez en pos de la muerte, que los partidarios en la guerra civil tan fácilmente


decretan contra sus enemigos.


Ese día cruzaba un sendero estrecho y escabroso, flanqueado por enormes


abismos y por bosques colosales, cuya sombra interceptaba ya la débil luz


crepuscular. Se me había dicho que terminaría mi jornada en un pueblecillo de


montañeses hospitalarios y pobres, que vivían del producto de la agricultura, y


que disfrutaban de un bienestar relativo, merced a su alejamiento de los


grandes centros populosos, y a la bondad de sus costumbres patriarcales.


Ya se me figuraba hallarme cerca del lugar tan deseado, después de un día de


marcha fatigosa: el sendero iba haciéndose más practicable, y parecía


descender suavemente al fondo de una de las gargantas de la sierra, que


presentaba el aspecto de un valle risueño, a juzgar por los sitios que


comenzaba a distinguir, por los riachuelos que atravesaba, por las cabañas de


pastores y de vaqueros que se levantaban a cada paso al costado del camino,


y en fin, por ese aspecto singular que todo viajero sabe apreciar aun al través


de las sombras de la noche.


Algo me anunciaba que pronto estaría dulcemente abrigado bajo el techo de


una choza hospitalaria, calentando mis miembros ateridos por el aire de la


montaña, al amor de una lumbre bienhechora, y agasajado por aquella gente


ruda, pero sencilla y buena, a cuya virtud debía yo desde hacía tiempo


inolvidables servicios.


Mi criado, soldado viejo, y por lo tanto acostumbrado a las largas marchas y al


fastidio de las soledades, había procurado distraerse durante el día, ora


cazando al paso, ora cantando, y no pocas veces hablando a solas, como si


hubiese evocado los fantasmas de sus camaradas del regimiento.


Entonces se había adelantado a alguna distancia para explorar el terreno, y


sobre todo, para abandonarme con toda libertad a mis tristes reflexiones.

navidad en las montañasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora