3. La decisión fallida

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Agoney se quedó con los labios fruncidos, pero levantó la vista para mirar al rubio a los ojos.

De pronto, la rabia que estaba acumulando los últimos segundos desapareció. El chico parecía triste... Y creía saber perfectamente por qué. Él había sido quién había dicho a todo el mundo que le quería, delante de miles de personas. Mientras, el rubio se dedicaba a negar cualquier tipo de relación más que amistosa con él cada vez que le preguntaban. Eso lo sabía ahora, que ya tenía un pie fuera de la academia.


- No. No me mires así... No me tengas pena.


- ¿Crees que es pena? Estoy preocupado por ti.


- No, no lo estás, me tienes pena. Porque yo creía que sí eramos... Algo. Y ha resultado que no sabemos qué somos.


- Agoney, joder.


- No, joder no Raoul.- Continuaba hablando mientras se levantaba con cuidado de la cama.- Estoy cansado, me voy a dormir. Mañana hablamos, ¿vale? 


Raoul tuvo que pensar muy bien si preguntar o no lo siguiente, aunque lo hizo de todos modos, porque realmente quería pasar más tiempo con él.


- No te... ¿No te quedas aquí?


- No. - Dijo rotundamente el canario, pero mirando al suelo.


- Le habíamos dicho a Nerea que la esperaríamos... - Dijo Raoul con ojos de cordero degollado.


- Podemos esperar por separado, no hace falta que lo hagamos todo juntos.


- Pero yo... - Dudó el catalán por un momento.- Yo quiero que te quedes.


Con las cejas levantadas, el de Adeje, que en ese momento se estaba marchando, se quedó estático en el sitio. Entonces, sin pensarlo dos veces, volteó y deshizo el camino para volver hasta donde estaba la cama, donde el rubio ya estaba sentado en el borde, con la cabeza gacha. Paró de golpe cuando chocó con las piernas de su amigo y le empujó los hombros, dejándolo medio acostado.

Con una rodilla apoyada en la cama, se dejó caer encima del joven, con los brazos erguidos a los lados de su cara, dejando unos centímetros entre sus respiraciones.


- ¿Qué... qué haces? - Le cuestionó Raoul, con los colores subidos y la respiración agitada.


- Tú no quieres que me quede. - Empezó a decir el moreno, acercándose poco a poco a él, flexionando los brazos hasta dejar que sus narices se rozaran. - Si me quedo, ME QUEDO de verdad. No voy a volver a pasar las noches haciéndote la cucharita, durmiendo los tres juntos... Haciendo el tonto debajo de las sábanas cuando Nerea se duerme y demostrando lo mejores amigos que somos fuera de ellas.


- Pero yo... - Quiso empezar el otro, girando la cabeza hacia un lado.- No quiero que la caguemos y esto se vaya a la mierda...


- Prefieres dejarme... Y dejarte – corrigió- con el calentón. Todos los días. Hasta que uno de los dos termine por liarse con alguien de fuera y el otro se enfade.


- Si tantas ganas tienes, no se qué haces que no te has tirado ya a otro. A mi me da igual ¿eh? No tenemos nada. - Replicó el catalán, un poco ofendido, mirando a la nada, con la cabeza aún apoyada de lado.


- Tienes razón. - Le susurró el canario al cuello blanco que tenía delante, apoyando sus labios en él.- Esto es mejor. Hasta que no se pueda más...


Apoyó entonces la rodilla que tenía entre las piernas de su amigo hacia delante, presionando levemente sus pantalones. Se dejó caer suavemente encima suyo y pasó su mano por el abdomen de su compañero justo hasta el cinturón. Un pequeño mordisco en el lóbulo y las pulsaciones aceleradas.
Ago parecía tranquilo, sin embargo, aquél silencio, aquella falta de reacción con el tórax del rubio subiendo y bajando rápidamente, no hizo más que ponerle a cien. Quería que pareciese que controlaba la situación, así que se levantó un poco, apoyándose en sus manos de nuevo. Cogió con una de ellas la cara del ahora pequeño lobo, haciendo que sus miradas se volviesen a encontrar. Acercándose de nuevo, poco a poco, tocando su pelo con los mismos dedos con los que le había rozado la mejilla.

Sus ojos color otoño lo miraban nerviosos. Chillaban sin una sola palabra, perdidos en el oscuro iris de Agoney, que ahora no se dejaba diferenciar de la pupila.
Se mordía el labio, le besaba la nariz, se apartaba. Le rozaba el cuello, las clavículas por encima de la camiseta, los hombros.
Sin poder soportarlo más, el de Montgat se incorporó un poco para poder besar al chico que tenía encima. Primero con labios temblorosos, después, más seguros, dejando que sus lenguas siguiesen el ritmo de sus latidos, buscándose ansiosamente.


Con un giro repentino se quedaron a la inversa: el de pelo bicolor acostado, con las manos enlazadas en la nuca de su compañero y este sentado encima de sus caderas, de su sexo. Perfectamente encajados.
Los besos siguieron aumentando y hasta la piel sobraba, pero cuando el catalán fue a quitarse la camiseta, alguien llamó a la puerta.


- ¡Raooooul! - Thalia chillaba desde el pasillo. -¿Está Ago contigo?


- Tía, a ver si molestamos. Vayámonos a...


Podían escuchar varias voces, y entonces, se volvieron a mirar y estallaron a reir. Justo en aquél momento, que casualidad.


- ¿Y si no abrimos? - Preguntó Raoul en voz baja a su amigo.


- Va, no seas mala persona - comentó este, pícaramente-, que pensarán mal...


- Porque claro, estamos jugando a las cartas...



- Os hemos escuchado reír amigas, ¡abrid ya! - Decía ahora Mireya desde el otro lado de la puerta.


Agoney cerró los ojos y sonrió irónico. "Siempre ella", pensó.
Raoul, adivinando sus pensamientos, le dio un corto beso en los labios antes de sentenciar con una sonrisa radiante:


- Qué remedio... Después más, Micky.


Entre dos aguas.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora