LA CASA DE NATHANIEL

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Me siento estúpida en cuanto me doy cuenta de que llevo demasiado tiempo con la boca abierta observando la fachada de la enorme casa que tengo ante mí. Siento los ojos de Ámber en mi nuca y sacudo la cabeza al tiempo que me giro hacia ella.

—Es fantástica. —admito.

—Lo sé, todo lo que tengo es maravilloso.

¿Hola, Humildad? En serio, ¿dónde se metió Ámber el día en el que se repartió? Pongo los ojos en blanco y la sigo hacia el interior del lugar. Hay un camino flanqueado por unas flores blanquecinas que nos conduce hacia la puerta de la entrada donde Nathaniel acaba de asomarse. Lleva ropa cómoda en vez de esa camisa de botones blanca que lo acompaña cada día. Repaso con la mirada la camiseta de tirantes que deja entrever sin lugar a dudas un cuerpo atlético. Sus brazos son sorprendentemente musculosos. Para qué mentir, está buenísimo. Maldigo a mis hormonas y trato de disimular mi nerviosismo cuando me acerco.

—Hola, Nath. —lo saludo.

Él despliega esa amable sonrisa. Su hermana pasa por su lado y ambos la seguimos hacia el salón de la casa. Una enorme mesa con un ramo de flores en el centro ocupa parte de la sala. Hay un montón de cuadros colgados en las paredes. La estancia casi parece un museo de arte. Intento abarcar todas las imágenes con mi mirada, pero se me hace imposible retener tanta información en mi cabeza.  

Alguien tira de mi brazo y me obliga a avanzar. Ámber me clava las uñas y me mira con una expresión hosca. La sigo hasta el piso de arriba tras dirigirle una pequeña sonrisa a Nathaniel. Nos quedamos a solas. La bruja y yo. Me tomo la libertad de sentarme en la cama de ella y para mi sorpresa no se queja. 

—Bueno. Espero que hayas cumplido con tu palabra, Lynn. —ella es quien finalmente rompe el pesado silencio instalado entre nosotras.

—Ni una palabra pero... ¿Desde cuándo?

—Lo conocí en mis vacaciones de verano. 

—Entiendo... pero... no está bien. Un adulto con...

—Eso es asunto mío... —Me corta Ámber de malas maneras y acto seguido baja la cabeza, derrotada. —Cuando nos conocimos me inventé que tenía dieciocho años y que cumpliría diecinueve este año. Él tiene veintiséis casi. 

—Son nueve años y unos cuantos meses... 

—Mis padres se llevan siete. ¿Qué más da? De todas formas seguro que me deja. 

Me sorprende que la orgullosa de Ámber esté contándome a mí, su archienemiga número uno, todas sus intimidades, pero supongo que hasta el ser más cruel necesita desahogarse. Escucho atentamente, pero ella no continúa hablando. 

—Bueno. Seguro que encuentras a alguien mejor. —digo dubitativa. 

Repaso con la vista la habitación, estudiado todo con atención. Sobre la cama cuelga un dosel que resbala a ambos lados. Todo es de color rosa y blanco, dando la sensación de que estoy en el cuarto de una princesa de Disney. No existe el desorden. Todo está ocupando su sitio específico. Los libros están ordenados por colores en la extensa estantería que hay a mi izquierda. En su pupitre incluso los lápices están organizados por tamaños en botes de metal con adornos de purpurina plateada y rosa. Me estremezco ante tanta perfección. 

—¿Por qué mi hermano? —pregunta repentinamente Ámber.

Yo me quedo un momento en silencio. Solamente quería fastidiarla. Es verdad que Nathaniel me parece muy atractivo, pero apenas lo conozco. Además, no estoy segura de querer salir con alguien. Opto por mentir.

—Me gusta. Es un buen chico. —digo encogiéndome de hombros.

—Entonces, a cambio de tu silencio, me pondré a actuar.

Me estoy preguntando a qué se refiere con actuar cuando comienza a gritar como una loca. 

—¡¡¡NATHANIEL!!! ¡¡¡NATHANIEEEEEEEEEEL!!!

Doy un brinco, asustada. ¿Qué va a hacer? ¿Y si se inventa que le he pegado? Pero ella se levanta, coge el primer libro que pilla del instituto y lo abre. Es el de matemáticas. Lo deja sobre la mesa, abierto y coloca su mano sobre la cadera. Su hermano no tarda en aparecer, alarmado.

—¿Cómo se hace este ejercicio? —pregunta ella, variando el tono de voz. 

Parece una niña pequeña hablando de ese modo. Lo mira con cara de corderito degollado y a mí se me revuelve el estómago. 

—¿Lynn no lo entiende? —pregunta mirándome con sus enormes ojos color miel. 

Niego con la cabeza, aun sorprendida por la actuación de Ámber. 

—Bueno. —dice pensativo, mientras se sienta en la silla que hay frente al escritorio. 

Yo me siento en el borde de la cama, esperando al siguiente movimiento de la persona que más detesto en el instituto. 

—Voy a por algo de beber, ¿queréis algo? —Ámber suena tan falsa que me sorprende que Nathaniel no sospeche de su teatralidad.

—No, gracias. —le responde él. 

—Un refresco, por favor, Ámber.

Sin que se dé cuenta su hermano, ella me fulmina con la mirada y aprieta los dientes. Sé cuánto detesta tener que servirme aunque sea una bebida. Se va de la habitación y nos quedamos asolas. Al principio no decimos nada. Se nota que él es tímido y que yo me he quedado sin ideas sobre qué decir o hacer. Carraspeo, algo nerviosa y lo observo. Está distraído sobre el ejercicio de matemáticas. 

—¿No sabéis resolver este problema? —pregunta intrigado. 

Yo me levanto y me coloco a su lado. Miro con detenimiento el ejercicio que Ámber aseguraba no saber resolver. Efectivamente, es tan sencillo que temo que Nathaniel piensa que soy tonta de remate. 

—Yo sí, pero igual no se lo he explicado bien. —termino por decir.

Él me mira con curiosidad. Sonríe y descubro cuánto me encanta verlo sonreír. Es bastante guapo. Me obligo a dejar de mirarlo y me sonrojo levemente. 

—¿Cómo deberíamos explicárselo? —pregunto para desviar su atención.

—Lo haré yo.

Siento que mi corazón se acelera un poco. Estamos solos en la habitación y siento que hay algo especial sucediendo entre nosotros. De repente la puerta se abre de manera repentina y con violencia.  Me giró enfadada creyendo que es Ámber, pero me encuentro con la furiosa mirada de un hombre. Sus rasgos afilados y sus ojos oscuros y fríos consiguen hacer que sienta un escalofrío. Es ancho de hombros y muy alto. Su coronilla casi roza el quicio de la puerta. En ese momento tiene la mandíbula tensa y los dientes fuertemente apretados. Siento algo de temor. 

Nathaniel se levanta como movido por un resorte y me da la espalda para dirigirse hacia el recién llegado. No entiendo por qué tanta hostilidad, ni por qué de pronto Nathaniel tiembla ligeramente. Trago saliva, algo asustada. 

—Deberías estar estudiando en tu habitación y no asolas con esta señorita. —su voz es tan autoritaria que incluso a mí consigue infundirme respeto y temor. 

Nathaniel agacha la cabeza y asiente. Sin tan siquiera mirarme se marcha. Cuando pasa por su lado y este se aparta, veo a Ámber atrás, refugiada en el pasillo con una mirada que parece reflejar terror. Frunzo el ceño. Me he quedado inmóvil sin atreverme a mover ni un solo músculo de mi cuerpo. Hasta he dejado de respirar. 

—Llamaré a un taxi para que puedas ir a casa, señorita. —me dice. 

Minutos después, cuando estoy subida al taxi y este me está llevando a casa, siento que algo en la familia de Nathaniel no va bien. Sí, tiene una hermana horrible pero... ¿También su padre lo es? ¿Qué secretos aguardan en aquel lugar aparentemente perfecto? No podía evitar sentir una preocupación enorme por mi nuevo amigo. 


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⏰ Última actualización: Jun 05, 2023 ⏰

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