La carta nunca enviada.

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Te amo.
Te lo dije muchas veces y cada vez fue en serio, tan en serio que con mi vida pagaría de no ser así.
La verdad es que me duele que no hayamos podido realizar lo que con tantas ganas planeamos, que no pudiste hacer lo que tanto querias, que no pudiste llegar a mi, ni yo a ti.
Lamento en el alma que a pesar de seguir amándote, no vaya a decírtelo otra vez, me duele que no vayas a decírmelo otra vez.
Me enoja que ya no pueda llamarte por apodos empalagosos, que ya no me llames "pedacito de cielo" o "Jane Doe", que ya no pueda llamarte en medio de la noche para decirte que te quiero, que ya no me hables cuando estás borracho diciéndome que me quieres, diciéndole a tus amigos que no se metieran conmigo porque yo estaba contigo. Me enoja tanto que actúes tan fresco y me cuentes todo con tanta naturalidad, cómo si entre nosotros no hubiera pasado nada.
Pero nuestra ruptura no solo me enoja, en cierta parte me alegra que aún sigamos hablando, que me digas que confías en mí, que me hables de lo bien que dormiste y de lo mal que te fue en el trabajo, que me mandes mensajes de voz con tu aterciopelada voz para darme el buenos días o que en medio de una clase me escribas para decirme que te levantaste tarde o para decirme que tú café se enfrió y que te enojaste por eso.

La realidad es que te extraño, me hace falta cada parte de ti, cada palabra, cada suspiro, cada sonrisa que lograbas sacar de mi.

Recuerdo que en una ocasión te dije que eras mi musa, que eras mi mayor adoración y para bien o para mal, lo sigues siendo, pues hasta el día de hoy no he dejado de escribir sobre lo que siento por y hacia ti.

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