3 - Manos Vacías

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Subiendo escaleras arriba se escuchaba a lo lejos la melodía de Million Reasons, de Lady Gaga, que se había convertido en el himno de Raoul por excelencia. Se oía la voz del susodicho y, sin dejarle pensar antes, los pies de Agoney empezaron a caminar hacia el cuarto de donde provenía la música.


Un par de toques a la puerta y la canción cesó. La puerta se abrió y un Raoul despeinado y con la cara roja le recibió con una mueca de disgusto.


- Ah, eres tú, ¿qué? ¿Te molesta también que cante?


- Simpático el niño... – Contestó su amigo, quien, sin pedir permiso, entró a la habitación.


Aquél gesto les transportó por un momento a la academia, cuando dormían en la misma litera y se tiraban de los pelos cada vez que el otro hablaba de más durante todo el primer mes de su estancia allí. Los dos se miraron, sabiendo qué momentos habían recordado, y la situación se destensó un poco.


- Entonces... ¿Te has vuelto a liar con tías? – Preguntó de pronto el canario, quien iba mirando las fotos de encima de la cómoda que tenía enfrente. No esperaba respuesta, sin embargo, la obtuvo.


- Es más fácil así, supongo.


- ¿Qué es más fácil? ¿Que el mundo crea que no te gustan los hombres? - Se indignó el moreno.- Eso se llama encerrarse en el fondo del armario y, si me lo permites, ser un poco homófobo.


El rubio frunció el entrecejo y aclaró lo que había querido decir. 


- Es más fácil que liarme con un tío, que alguien se entere, y crean que niego lo nuestro porque prefiero estar con otro que contigo.


Agoney levantó las cejas exageradamente.


- Pensaba que no había un "nuestro", amigo.


- Tú ya me entiendes... La gente se volvería loca. Tú no te mereces...


- Oh, gracias por pensar en mi. – Cortó tajante el canario.


- Agoney... Ya sabes que siento algo... Diferente. Diferente a una simple amistad.


- ¿Ah, sí? Pues no, no lo sabía. No todos estamos dentro de tu cabeza. - Volvió a hablar el chico moreno, quien no daba crédito a lo que estaba escuchando.- Y por lo que a mi respecta, llegas tarde.


Cuando se disponía a salir de aquél sitio, el catalán le puso la mano en el hombro y mirándolo con ojos de cordero degollado, le pidió ensayar su tema conjunto.


- No creo que sea buena idea ahora mismo... No estoy de humor para tonterías.


- Va, hazlo por mi... – insistió curvando las comisuras de sus labios, enseñando sus perfectos dientes blancos.


"Y cómo negarse a esa sonrisa", pensó el chaval de Adeje. Así que, cuando empezó a sonar la música, el más pequeño le pasó el mando de la minicadena a su amigo y cogió una botella que tenía cerca para hacer como que tenían micros con los que cantar.

- Hoy ha vuelto a darme por pensar que el diablo vino a hablar, hoy mi alma, no es tan cara... – Empezó Raoul, con las cejas levantadas, dando a entender la ironía de la frase con la situación.


- En las calles de esta ciudad no te pares a buscar los secretos de las... Despedidas.


- ¿No pensarías que iba a marcharme con las manos vacías por ti? – Cantaron a dúo, repitiendo la frase la segunda vez con más énfasis.


- No me acostumbro a perder pero juego por placer y es el juego el que... – Continuó el rubio, mordiéndose un poco el labio inferior. – Me da la vida...


- No me acostumbro a perder, pero juego por placer y este juego, sí... – respondió el canario, bajando la voz un poco y sonriendo tímidamente. – Me da la vida.


- Puede que me canse del alcohol y que esta noche salga el sol. Pero ¿quién lo necesita?


Ago se acercó casi sin querer. Hasta estar a poco más de un metro de su acompañante.


- Nunca sopla el viento a favor, cuando se trata del amor y pretende... – Otra sonrisa, esta vez burlona, otro paso –. Ir de prisa...


- ¿No pensarías que iba a marcharme con las manos vacías por ti? No, no, no, no...


Y mientras cantaban juntos, a cada negativa, un pequeño paso hacia el otro. Cada vez más cerca. Un golpecito en el hombro, una cabeza alzada de modo superior.


- No me acostumbro a perder pero juego por placer y es el juego el que (y este juego, sí)... – Me da la vida... – Con sus caras, la una frente a la otra, las miradas encontradas y la mano del moreno, por instinto y costumbre, en la nuca de su amigo.

La música dejó de sonar y allí se quedaron, parados. Sin saber qué paso tomar a continuación.


- No tenemos por qué terminar la actuación si vas a estar incómodo. Nadie nos está viendo. Podemos dejarlo así... – Comentó el de Adeje, viendo que el catalán no se movía desde hacía largos segundos.


Como respuesta, las blancas manos le cogieron la cara y sus labios entraron en contacto. Al separarse, Raoul no se puso a reír, como había hecho durante los ensayos y las representaciones delante de la gente.

Con los ojos aún fijos en él, Agoney volvió a poner las manos en la nuca de su aliado y lo besó con más intensidad. Los besos continuaron hasta que el roce de sus caras no fue suficiente.


El canario cayó de espaldas en la cama, justo antes de que el más joven se quitara rápidamente los zapatos y la sudadera, tirándose casi literalmente encima de él, haciendo que levantase los brazos para despojarlo de la camiseta, dejando los dos torsos desnudos y en contacto.

Un mordisco en el cuello, un gemido suave, sus lenguas nuevamente entrelazadas, y allí estaban, por fin, sin saber bien qué camino iba a tomar aquello, pero sin importarles demasiado.

Ni un paso atrásDonde viven las historias. Descúbrelo ahora