4. Traición

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Esta mañana al abrir los ojos supe de inmediato que había dormido bien, percibí mi cuerpo más relajado y mi buen humor mejoró al percibir un rayo de luz entrar por las cortinas para calentar mi cama. Me levanté con una sonrisa y hambrienta, antojaba de unos huevos con tostadas, una buena taza de café, y cantando fui a prepararme el desayuno. Llené mi vaso con un jugo de naranja, y prendí la máquina de café, luego comencé a freír los huevos.

Cargué mi desayuno hasta la mesa frente al televisor pero era la hora de los noticieros: la hora de las malas noticias, de los accidentes, de las muertes, de las guerras, del desempleo, y del alza de las tarifas. A momentos odiaba mi futura profesión. Al final opté por un CD de música clásica, y con una buena taza café en mis manos, la encendí. Cuando las primeras notas empezaron a sonar, mi oído se deleitó con la música y mi lengua con el sorbo de café mientras que la cortina de la ventana me acariciaba el antebrazo: me sentía estupenda.
Pero tenía la impresión de olvidar algo importante, sin embargo la música me llevaba en otra dimensión, alcé los hombros restándole importancia, seguro más tarde me lo recordaría.

Coloqué los trastes en el fregadero pensando en la ropa que me iba a poner, en ese instante quise ponerme la blusa de seda amarrilla con una falda lápiz café. Una vez mi ropa lista sobre mi cama, me duché al ritmo de la misma música mientras tanto mi mente se adelantaba sobre la agenda de hoy: mi mañana empezaba con la clase de economía, en la tarde tenía Técnicas de Investigación Periodística, y en la noche Teoría del Estado sin olvidar ser la guía de Víktor. Se me ocurrió la idea de llevarle los cuadernos de todas las materias para que pudiera ponerse el día, y en cierta forma cumplir y liberarme de él. Después de vestirme traté de peinar mi cabello rojizo ondulado, lo cual no era muy fácil; me pinté los ojos y me puse algo de brillo en los labios, y con un paso decidido agarré todos los cuadernos, las llaves, cerré todas las ventanas y la puerta de mi apartamento.

Llegué bastante rápido, sabía que tenía que hablar con Víktor a un momento dado pero preferí retrasar el intercambio quedándome en mi auto a "repasar la materia". Tras varios intentos de leer y tratar de entender la misma frase me di por vencida, era absurdo, mi mente estaba en otro lado. Miré la hora, entrábamos en cinco minutos, ya era tiempo.
En el salón, encontré a Víktor sentado y esperando, nuestros ojos se cruzaron y me forcé a sostener el peso de su mirada negra, segundos después Víktor bajaba sus hermosos ojos contrayendo su mandíbula. Al llegar a su mesa le enseñé los cuadernos explicándole que si necesitaba alguna ayuda o tenía alguna duda le podría ayudar.

—Gracias —dijo, sin ninguna expresión en particular. Perpleja, decidí ignorarlo; a lo más seguro pensaba que yo sería una de las tantas en sucumbir a su "encanto".

—A propósito, necesito que me los devuelvas este viernes. —Mi voz sonaba bastante determinada, lo cual me dio bastante satisfacción.

La profesora Betancourt entró solemnemente, sin nada en sus manos. Su traje de color gris reflejaba sus gafas rosadas, tipo secretaria. Nerviosa, se aclaró la voz y colocó mejor sus gafas sobre el puente de su nariz y apoyó sus manos sobre su pupitre en silencio. Cuando la mayoría de los alumnos se dieron cuenta de su presencia, el silencio en el aula fue total. En ese momento la profesora inspiró hondo.

—Saludos a todos. Antes de que saquen sus libros me acaban de informar que las clases van a ser suspendidas el día de hoy. Como sabrán, el joven Lucio no ha sido encontrado todavía y hemos descubierto un cadáver en las afueras del bosque. Por ese motivo vamos a reunirnos todos en el gimnasio. Allí estarán los padres de Lucio y la policía. Pasaré lista, todos los presentes tienen que ir, esa reunión es de carácter obligatorio.

La noticia cayó como una bomba, susurros y exclamaciones resonaron entre las cuatro paredes, mientras mi frágil equilibrio se tambaleaba. Casi, casi lo iba a lograr, vivir con la ausencia de Lucio. Pero la realidad nos alcanza a todos, y por más que quisiéramos huir, escapar, la vida nos recuerda en un instante lo que fue, lo que pudo haber sido y lo que nunca será.

Los Sin-AlmasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora