Capítulo 4

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—Eh, pues. Hola, Jesús –estrecho su mano– Adiós–me levanto de cantaso y aunque me mareo un poco salgo corriendo de la enfermería, sí allí es que estaba.

¿Cómo llegué allí? Supongo que Jesús me llevó. Soy una tonta. ¿Cómo pude pensar que era Jesucristo? De seguro fue por el golpe, sí fue por eso. Llegué al comedor y tomé mi bandeja con la comida. Me senté en la mesa de siempre y allí ya estaban Issa, Saritza y Diego.

—Explícame dos cositas amiga. ¿Qué rayos te pasó en la frente? Y, ¿por qué llegas media hora tarde?–me dice Saritza

—¿Qué tengo en la frente?–la miro confundida.

—Un mega chichón–dice Diego.

—Pareces un unicornio–agrega Issa y todos ríen.

—Ah, es que me caí. Debe ser por eso. También llegué tarde por la caída. Estaba en la enfermería. Y, ¿en serio parezco un unicornio? ¿Tan sexy me veo?–digo subiendo ambas cejas repetidamente. Pero me arrepiento al instante al sentir el dolor de la frente.

—¿Te caíste y no nos avisaste? Contestando tu pregunta te vez de todo menos sexy, amiga–contesta Saritza.

—Es que estuve muy ocupada desmayandome y no me dió tiempo de avisarles–digo irónica rodando los ojos.

—Bueno, ya–interviene Issa mientras yo comienzo a comer–Entonces, ¿quién te llevó a la enfermería?

—Jesús y no el de Nazareth–río y ellos ríen conmigo.

Jamás les contaré la vergüenza por la que pasé al despertarme. Eso muere conmigo.

—¿Jesús Gerena? ¿El de 12-5?–pregunta Saritza con un brillo especial en los ojos.

—Creo. Nunca lo había visto en mi vida–digo restándole importancia–¿Te gusta el musculoso, Sary?–subo y bajo mis cejas pícaramente y mi frente vuelve a doler, bruta que soy.

—¿Te gusta Gerena? No sabía esos gustos tuyos, socia–añade Diego.

—¿A quién? ¿A mi? Buf, que va. Para nada–nos mira a todos y baja la vista. Los nervios la delatan.

—Vamos a hacer como que te creí, pero no lo hice, rubia–digo mirándola divertida.

Diego ríe conmigo y todos giramos a ver a Issa quien esta metida en du celular.

—¡Adicta!–le gritamos Diego, Saritza y yo al mismo tiempo.

Del susto se le cae el celular al piso.

—¡Hijos de sus mamis! ¡Mi celular!–grita ella

Cuando lo recogió lo inspeccionó y al ver que no le pasó nada gira para mirarnos mal.

—No tengo la culpa que ustedes sean anti tecnología. Cavernicolas–dice enojada.

La rodeo con mis brazos abrazándola.

—Ay no te enojes Issita de mi corazón–luego le agarró los cachetes con toda la delicadeza que me caracteriza.

—Auch, que bruta eres Ly–dice sobando sus cachetitos.

Todos reímos. Nos levantamos y fuimos a botar el sobrante de comida y colocar las bandejas en su lugar. Una vez fuera Diego y Saritza se fueron a su salón y yo junto a Issa nos fuimos a nuestra próxima clase, Inglés. No era mi clase preferida pero tampoco me disgustaba. El maestro Class era de lo más chulo, no me puedo quejar.

Luego de tomar esa clase y Matemáticas llamé a mi mamá para decirle que me iba con Issa a su casa. La señora Castro nos había dejado treinta ejercicios de asignación y como Issa es tan buena amiga me va a ayudar. Al llegar a su casa saludo a su madre.

—¡Hola tití Jessica!–la abrazo muy fuerte, llevaba semanas sin verla. Es mi tía de corazón, todos tenemos una, ¿no?

—¡Cariño, me da tanto gusto verte!–me dice soltando el abrazo para apretar mis cachetes.

—Ya quisiera yo que me recibieras así mamá–dice Issa cruzándose de brazos.

—Que celosa eres amiga–dije para molestarla un poco más.

—Ay mi chiquita esta celosa–Jessica la mira divertida mientras Julissa gruñe.

—Estaremos en la habitación cualquier cosa, señora Mora–dice Issa molesta para comenzar a caminar hacia su habitación.

—Está bien chismosita–dice Jessica divertida–nos vemos al rato Ly–nos despedimos y nos fuimos a la habitación de Issa.

Su casa era de un piso y algo pequeña pero muy acogedora. Solamente vivían ellas dos. Sus papás se divorciaron cuando Issa apenas tenía tres años y su papá nunca más volvió a aparecer. Ese tipo no sabe de lo que se perdió. Mi mejor amiga es oro molido. Al llegar a su habitación sacamos nuestras libretas de matemáticas y comenzamos a hacer los ejercicios. Mejor dicho Issa comenzó a hacerlos, yo le brindo apoyo moral porque la verdad no entiendo tres pepinos. Luego de una hora y media me explica el ejercicio número treinta.

—Por eso si f(2x)=2(2x), entonces, f(4)= 2(4)=8–me explica ella dando por terminado el último ejercicio–¿Entendiste?

—Claro. Que no–ella me mira seria–Amiga, te agradezco muchísimo que te tomarás el tiempo de explicarme todo pero sabes que aquí, tu amiga la Einstein, las matemáticas no le entran ni a empujones–digo y ella rueda los ojos.

—Si no te conociera desde hace tanto tiempo me molestaría y muchísimo pero yo sé que tu cerebrito no da para mucho. No te preocupes–me da una mirada de comprensión.

—Julissa Ester Nieves Mora, ¿usted insinúa que yo soy bruta?–digo con indignación.

—No lo insinúo, pero ya que lo dices así pues tengo mis dudas–dice indiferente.

—¿Qué clase de mejor amiga tengo?–digo mirando al cielo esperando una respuesta.

—La mejor, Mía. La mejor–dice ella y se levanta para salir de su habitación–venga que mamá ya tuvo que haber cocinado. Muero de hambre.

—Solo te perdono porque me vas a alimentar, sólo por eso–la miro achicando los ojos y ella ríe.

Me levanto para seguirla hasta la cocina. Cuando llegamos tití Jessica ya nos tenía el almuerzo preparado. Una lasaña que se veía ultra mega deliciosa.

Luego de comer, hablar y reír durante la cena me despedí de ellas y me fui camino a mi casa. No quedaba muy lejos, sólo tenía que pasar unas cuantas calles, un supermercado y una funeraria. Cuando ya llevaba unos quince minutos caminando llego al super y me detengo a comprarme un helado. Con mi helado ya en mano sigo mi camino, ya está todo muy oscuro. Al llegar a la funeraria veo una sombra y del susto mi heladito cae al suelo.

Locura Natural©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora