Capítulo 4 -Sin otra salida-

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Steven y Marjorie corrían fuera del bar perseguidos por un grupo de hombres armados. Marjorie se dejaba llevar por Steven. Pronto oyeron el primer disparo. La muchacha lanzó un grito.

 —Di que si, chica, no vaya a ser que nos pierdan el rastro—dijo Steven sofocado por la carrera.

El joven giró en una calle de su derecha seguido por Marjorie. Paró de pronto frente a un gran vehículo de color rojo escarlata.  Steven tanteó sus bolsillos en busca de las llaves.

 —Ve al asiento copiloto—ordenó a Marjorie.

La joven se sentó en el asiento revestido de cuero y se concentró en respirar hondo.

Steven entró apresuradamente en el vehículo y arrancó. Marjorie se agarró al asiento mientras él conducía el coche a toda la velocidad que era capaz. Las uñas se clavaron en el tapiz del asiento. Él la miró y chasqueó la lengua:

 —¿Te  importaría no marcarlo? No es mío.

Ella pareció no oírle:

 —¿Dónde vamos?—casi gritó.

 —Al edificio de Centro de Operaciones.

Marjorie sacudió la cabeza.

 —¿El qué?

El muchacho miraba a cada segundo por el retrovisor, cerciorándose de que nadie les siguiera.

El coche había abandonado el pueblo. Éste no era más que un complejo urbano que se hacía cada vez más minúsculo, mientras que la ansiedad de Marjorie aumentaba por momentos. Miraba a Steven con miedo y desesperación. Éste, pareció relajarse al dejar atrás el municipio.

Suspiró hondo.

 —Señorita Marjorie, ha pasado la fase de prueba, enhorabuena.

La joven abrió la boca y balbuceó antes de buscar las palabras adecuadas.

 —Pero…¡¿ES QUE ERES TREMENDAMENTE IMBÉCIL?!—gritó.

Los ojos de Steven brillaron con una chispa de diversión.

 —Cálmate, ¿quieres?

 —¿Qué me calme? Dios, para el coche, no voy a ningún sitio contigo—masculló entre dientes mientras intentaba abrir la puerta.

 —Eh eh eh, calma—dijo al tiempo que ralentizaba el ritmo del coche hasta pararlo.

Marjorie abrió la puerta dispuesta a salir. Había puesto un pie sobre el asfalto cuando notó la mano de Steven, rodeando su brazo con fuerza.

 —Suéltame.

 —Lo haré, pero antes dime, ¿dónde demonios piensas ir?          

La pregunta había dejado a Marjorie desconcertada por un segundo.

 —A mi casa—contestó al fin.

Él entrecerró los ojos.

 —No me creo que seas tan tremendamente imbécil. Los tíos que has visto en el café no son tipos corrientes que llevan armas para defenderse. Son mafiosos.

Marjorie esperó a que una terrible sensación la recorriera por dentro, pero no sintió nada. Ella ya se había percatado del aspecto inusual de aquellos hombres extraños.

Entonces, pensó en el significado de las palabras de Steven. Una oleada de terror se hizo con ella, ahogándola en lágrimas que comenzaron a rodar por sus mejillas.

 —Pero…

La mirada sarcástica de Steven había desaparecido, sus ojos oscurecieron y su voz se tornó más dulce.

 —Lo siento, lo más seguro es que sepan quien eres y estén investigando tu casa o que lo vayan a hacer en poco tiempo.

 —¿Qué? ¿Tú sabías que esto pasaría?

Steven apretó la mandíbula.

 —Sólo esperábamos de ti que supieras interpretar un papel, mientras yo hacia el trabajo sucio.

 —Pero tenían un arma…

 —Y tú…me has sorprendido—confesó con una media sonrisa—. Has sido muy valiente. Podrías haber gritado para alertarme pero en lugar de eso actuaste—los ojos de él profesaban una gran admiración.

Marjorie cerró los ojos un momento, centrándose en las palabras de Steven. Cerró la puerta del copiloto.

 —¿Dónde voy a ir?—preguntó con la voz rota.

Él le puso la mano en el hombro.

 —Con nosotros.

 —¿Nosostros?

La sonrisa de Steven se hizo más ancha. Para la sorpresa de Marjorie, sus pensamientos se dirigieron a la sonrisa única del joven. Sacudió la cabeza.

 —Somos parte del Centro de Operaciones de Espionaje Juvenil—contestó.

 —¿Espionaje?

 —Así es. Nuestra función consiste en hacer cantar a los pájaros más gordos del mundo criminal.

 —¿Ayudáis a la policía?

Steven arrugó el ceño.

 —¿Ayudar? les hacemos el trabajo sucio, nos jugamos la vida, pero eso da igual porque todos somos huérfanos y nadie nos echará en falta.

Marjorie se giró sobre el asiento para mirar mejor a Steven.

 —¿Y por qué lo hacéis?—preguntó en un susurro.

Los ojos del muchacho eran sinceros cuando confesó:

 —Porque no tenemos otra forma para sobrevivir. 

MarjorieDonde viven las historias. Descúbrelo ahora