Extra 3: Parte 1

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Las cosas no hubieran sido muy diferentes si yo no hubiera ido a clase aquel día. De hecho habrían sido exactamente iguales, probablemente tanto en el desarrollo de los acontecimientos como en la conclusión. Sí, estoy hablando de mi adolescencia. Y de cómo conocí a X persona.

Para empezar, tenéis que pensar que por aquel entonces yo era una persona completamente diferente: mi madurez, mis gustos, mi entorno, mis pensamientos..., todo era muy... primitivo. De hecho, no es una época de la que esté muy orgulloso, aunque claro, ¿quién piensa en su adolescencia y se siente orgulloso? Absolutamente nadie.



Para que entendáis por qué era como era y por qué me comportaba de esa forma, primero debo de explicaros cómo era mi vida.
Como todos sabéis, yo nací en Daegu, pero cuando era un niño me mudé a las afueras de Seúl, así que crecí allí.
Mi familia no era nada del otro mundo; mi madre era una mujer fuerte y amable, con un amor pasional por la cocina y las telenovelas de media tarde, pero con una tenacidad capaz de desollar vivo a un oso si la situación lo requería. Mi padre, en comparación, no tenía un carácter especialmente fuerte. Le gustaban las revistas deportivas y las manualidades, y nunca le vi levantar la voz por encima 50 decibelios, aunque por algún extraño motivo a mi hermano y a mi nos aterrorizaba cuando se enfadaba. No se movía, ni si quiera hablaba, sólo nos miraba con unos ojos que te hacían aguantar la respiración, y pum, mágicamente mi hermano y yo nos volvíamos dóciles como ovejas.
Nuestra vida no era especialmente acomodada, más bien tirando a humilde, pero eso no significaba que no me sintiera a gusto con ella. Estaba tan acostumbrado que ni notaba la diferencia.

Iba a un instituto público, a 20 minutos en andando de mi casa. Una zona muy residencial, un instituto relativamente pequeño, al que asistíamos chicos de todos los alrededores. Había gente con la que nos habíamos criado, y gente a la que no habíamos hablado en nuestra vida, para que os hagáis una idea de lo variopinto que era. El ambiente era sorprendentemente relajado y, en cierta manera, casi de confianza... salvo para mí; casi me asqueaba tener que compartir clase con ellos. Nunca fui problemático o maleducado, pero no soportaba tener que convivir con tantos idiotas al mismo tiempo así que la mayoría del tiempo estaba callado o hablando con mis pocos (pero fieles) amigos. A día de hoy lo pienso y no entiendo por qué renegaba tanto el relacionarme con ellos. Supongo que porque era un prepotente de cojones. *risas*

La adolescencia es un periodo caótico en el que se mezclan las diversas fases de maduración y diferentes mentalidades de forma enrevesada y desorganizada, que moldean nuestro carácter hasta un punto que no os creeríais.
Recuerdo que por aquel entonces tenía 17 años, y me creía más listo que nadie. Nunca nadie iba a estar a mi altura; o eran demasiado conformistas, o demasiado rebeldes, o demasiado tontos, o demasiado aburridos, o demasiado fieles al sistema, o demasiado poco fieles a ellos mismos... Mis notas eran buenas, pero no excelentes, y aunque sabía que había gente más estudiosa que yo, para mi eran más de lo mismo; auténticos idiotas.
No me malinterpretéis, yo no era consciente de que era una persona tan egocéntrica. Os sorprendería cuánto creemos saber de nosotros mismos y cuán perdidos estamos en realidad. Solo me di cuenta de esto muchos años después de haberme graduado.

Pero volviendo al asunto, sí, era un auténtico ególatra. Observaba con cierta desazón que la gente vivía encerrada en su pequeña pompa de infantil y patética ingenuidad teniendo pelo en los sobacos, mientras que en mi yo más interno de aquella época, en mi mente curiosa, se formaban las diferentes teorías de mi propia filosofía. De cómo funcionaban o debían de funcionar las cosas. Me encantaba pensar.

Era mucho más joven cuando empecé a salir de la burbuja de la infancia y comencé a investigar la verdadera realidad. Leí libros hasta que concebí los primeros esbozos de cómo funcionaban las cosas, y lo primero que descubrí es que no existía una fórmula universal de la realidad.
Dejad que me explique en un poco de más profundidad: Cuando somos niños, estamos encapsulados en un estado mental totalmente al margen del de los adultos, donde las cosas que vemos desde fuera parecen tener sentido y estar siempre estructuradas de una forma fija. Inconscientemente, asumimos que el mundo de los adultos no es tan variable como el nuestro. Que es más estable por estar formado por personas más inteligentes y maduras, y en consecuencia, no hay cosas subjetivas o relativas. Es decir, que por ser personas que saben más y mejor, es lógico decir que deberían de haber desarrollado un sistema sin ambigüedades ni problemas.
Pero por supuesto, no es así. Política, guerras, concepciones de la vida... cada fórmula de comportamiento, cada fórmula moral, era diferente, con justificaciones y motivaciones diferentes, para cada uno. ¿Qué era, por lo tanto, lo correcto? ¿Dónde iba a encontrar la verdad a las respuestas de la vida?

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⏰ Última actualización: Aug 27, 2019 ⏰

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